ANÁLISIS / ¿Quién paga el chantaje británico?

El regateo siempre repercute en los mismos, los asalariados y sus derechos sociales

Sami Naïr
El País
Desde comienzos de los años 1980 la UE avanza hacia una integración mal pensada, incoherente y sin un proyecto político colectivo serio. Reino Unido, desde el principio, dejó clara su ambición: construir un espacio de libre cambio a escala europea, incluyendo, tras la caída de la Unión Soviética, a los países del Este. Ampliar la UE a estos países era, para los británicos, a la vez una necesidad en este proyecto de libre cambio continental y, nunca dicho pero muy bien pensado, un obstáculo suplementario para la instauración de una Europa federal, de hecho imposible, a 30 países. Es decir, el fortalecimiento económico liberal de la Unión debe ir en pareja con el debilitamiento político de Europa, lo que es lógico desde el punto de vista liberal, centrado en el rechazo del control político de las orientaciones económicas. No podemos, entonces, reprochar a los británicos una falta de coherencia, y menos, extrañarnos cuando piden “concesiones”.


Pues, el problema central es el del resto de los países europeos frente a la singularidad proclamada por Reino Unido. Todos, incluso los que tendrán que explicar a su opinión pública las decisiones relativas a las restricciones de los derechos de sus emigrantes, no están en total desacuerdo con el señor David Cameron. En realidad, la gran mayoría, cuya política económica tiene la misma inspiración ideológica que la de los británicos, no se caracteriza por un respeto particularmente honesto y firme a los derechos sociales de los inmigrantes comunitarios.

La realidad es que, si la Comisión y el Consejo Europeo han aceptado, pese al uso de palabras aparentemente inofensivas, el chantaje británico es porque, al fin y al cabo, toman en cuenta dos hechos indudables: primero, en situación de crisis cada uno va a lo suyo y tiene el derecho de hacerlo; segundo, la Unión se encuentra en un callejón sin salida desde la crisis del euro, y nadie sabe exactamente lo que podrá ocurrir mañana, dada la inexistencia de mecanismos políticos comunes de salida de la crisis.

Porque la realidad hoy es ésta: son tres grandes países —Alemania, Francia y Reino Unido— los que, aunque con cada vez mayores dificultades, deciden el porvenir europeo. Dos lo hacen desde dentro del euro. Los británicos, desde fuera. Por eso es ingenuo pensar frente al chantaje de cada uno de estos “grandes” que los demás irán en contra. Pero sí es seguro que el regateo es y será siempre pagado por los mismos, es decir, los asalariados sufriendo restricciones de sus derechos sociales. Como prueba, lo que pasó ayer en Bruselas, que se puede volver rápidamente en norma para otros países (Alemania, Austria, etcétera).

Mientras no se plantee de manera radical la construcción de una Europa de otro tipo, en la que la unión política sea la guía estratégica, tendremos este teatro de simulacros, en el que, como decía Goya en los Caprichos, cada uno lleva una máscara, finge y aparenta, como si el mundo fuera sólo una gran comedia.

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