James Rodríguez: mejor denle balón en lugar de gimnasio
Madrid, As
Lo primero que sorprende de un futbolista profesional, observado de cerca y vestido de calle, es la delgadez. Hasta los centrales más fornidos resultan tipos esbeltos, de talle fino y cintura estrecha. Conviene tenerlo en cuenta cada vez que acusamos a un jugador de tener unos kilos de más. Su supuesta gordura sería nuestra delgadez extrema y sus michelines nuestros más definidos abdominales.
Dicho lo anterior, no todos tenemos los mismos cuerpos y los futbolistas, con menos ropa para disimularlo, son un buen ejemplo. Si los clasificamos por los extremos, diremos que los hay abotijados y longilíneos, sin menoscabo en ningún caso de sus aptitudes futbolísticas. El danés Jan Molby, apodado Molby Dick por su figura cetácea, jugó 218 partidos en el Liverpool. El inglés Peter Crouch, mutación de spaghetti y jirafa, fue 42 veces internacional y aún viste la camiseta del Stoke a los 34 años.
La introducción (extensa) viene al caso porque para explicar la suplencia de James Rodríguez se han utilizado dos argumentos íntimamente conectados: la fiesta y la gordura. Se dice que su porcentaje de grasa corporal (13%) está por encima de la media de la plantilla (8%). Se cuenta, desde Colombia, que James “ es bastante mediático de la noche madrileña”. El resto se deja a la imaginación del consumidor.
Para combatir esos rumores venenosos la web del Real Madrid ha lanzado una foto con antídoto. En ella aparece James haciendo flexiones sobre una barra horizontal (de tipo gimnástico), exigente ejercicio para cualquier deportista que se gane la vida con los pies.
El problema, y la foto lo evidencia, es que James no parecerá esbelto ni estirado por un potro de tortura. Porque no lo es ni necesita serlo. Su fisonomía es otra: James (como Isco, como el Kun o el Torpedo Müller) tiene el sentadero bajo, detalle que lleva a confundir la robustez con la gordura.
Denle minutos y afinará la silueta. Denle balones en lugar de gimnasio. James no está gordo y el hecho es tan cierto como que nunca estará flaco.
Lo primero que sorprende de un futbolista profesional, observado de cerca y vestido de calle, es la delgadez. Hasta los centrales más fornidos resultan tipos esbeltos, de talle fino y cintura estrecha. Conviene tenerlo en cuenta cada vez que acusamos a un jugador de tener unos kilos de más. Su supuesta gordura sería nuestra delgadez extrema y sus michelines nuestros más definidos abdominales.
Dicho lo anterior, no todos tenemos los mismos cuerpos y los futbolistas, con menos ropa para disimularlo, son un buen ejemplo. Si los clasificamos por los extremos, diremos que los hay abotijados y longilíneos, sin menoscabo en ningún caso de sus aptitudes futbolísticas. El danés Jan Molby, apodado Molby Dick por su figura cetácea, jugó 218 partidos en el Liverpool. El inglés Peter Crouch, mutación de spaghetti y jirafa, fue 42 veces internacional y aún viste la camiseta del Stoke a los 34 años.
La introducción (extensa) viene al caso porque para explicar la suplencia de James Rodríguez se han utilizado dos argumentos íntimamente conectados: la fiesta y la gordura. Se dice que su porcentaje de grasa corporal (13%) está por encima de la media de la plantilla (8%). Se cuenta, desde Colombia, que James “ es bastante mediático de la noche madrileña”. El resto se deja a la imaginación del consumidor.
Para combatir esos rumores venenosos la web del Real Madrid ha lanzado una foto con antídoto. En ella aparece James haciendo flexiones sobre una barra horizontal (de tipo gimnástico), exigente ejercicio para cualquier deportista que se gane la vida con los pies.
El problema, y la foto lo evidencia, es que James no parecerá esbelto ni estirado por un potro de tortura. Porque no lo es ni necesita serlo. Su fisonomía es otra: James (como Isco, como el Kun o el Torpedo Müller) tiene el sentadero bajo, detalle que lleva a confundir la robustez con la gordura.
Denle minutos y afinará la silueta. Denle balones en lugar de gimnasio. James no está gordo y el hecho es tan cierto como que nunca estará flaco.