El dilema que hereda Zidane
El nuevo técnico del Madrid, que no logró mejorar al Castilla, debe resolver los problemas tácticos que superaron a sus predecesores y desencadenaron la crisis que amenaza al palco
Diego Torres
Madrid, El País
Lo han repetido sus compañeros, sus discípulos en el Castilla, sus amigos y los directivos que le han tratado. Hace falta una sonda muy larga para llegar al fondo de la mente de Zinedine Zidane. Nunca se tiene la certeza de conocerle por completo. Como futbolista no ofrecía dudas: era capaz de resolver los problemas más complejos. Fuera del campo, prevalece la incertidumbre ante lo que parece una disyuntiva extrema. Podría tratarse de un genio o de todo lo contrario. La cuestión no es banal cuando la clave del éxito o el fracaso del nuevo entrenador del Madrid reside en su desconocida capacidad para solucionar conflictos deportivos, no como jugador sino como administrador. Porque lo que tiene ante sí este héroe del fútbol que nunca dirigió en Primera es un conflicto social, técnico y estratégico cuyas proporciones equiparan a su leyenda.
Decía Carlo Ancelotti que la plantilla del Madrid estaba confeccionada de tal modo que entrañaba un gravísimo dilema táctico. Si el equipo jugaba a tener la pelota, ahogaba a Cristiano y a Bale; y si se echaba atrás a esperar el contragolpe, oxigenaba a Cristiano y a Bale, pero desconectaba a los creativos como Modric, Kroos, James, Isco o Kovacic.
Ancelotti, a quien la mayoría de los empleados del Madrid que lo conocieron califican de “sabio”, no fue capaz de convertir al Madrid en un equipo fiable en los partidos de máxima exigencia. Después de dos años de labor al menos pudo presumir de haber logrado resultados deportivos excelentes que, como la Décima, contribuyeron a sembrar la tranquilidad en el vestuario, en la masa social y en el aparato institucional. Al presidente Florentino Pérez le pareció insuficiente.
Fichado para mejorar la obra, Rafa Benítez fue destituido a los seis meses. Cuando el fracaso parecía completo, en su penúltima aparición pública, Benítez se rindió a su predecesor: “Nos falta el equilibrio del que hablaba Ancelotti”, dijo el técnico antes de señalar que el problema fundamental del club era el diseño descompensado de una plantilla en la que faltaban centrocampistas. Fue su reconocimiento personal a la labor del italiano en condiciones cuya dificultad él mismo había tenido ocasión de comprobar. Intuía que le quedaban solo unas horas en el cargo.
Falta de soluciones
Benítez heredó un dilema táctico. La herencia que recibe Zidane es una crisis que abarca todas las esferas del club. Comenzando por el tono moral del vestuario, donde los jugadores bordean la desafección. Todos se despidieron con palabras dulces para Ancelotti. Ninguno tuvo un solo gesto hacia Benítez tras conocer la noticia de su marcha. Pero los futbolistas y los auxiliares consultados al respecto señalan que, contra lo que parece, en la plantilla no existían detractores del entrenador. Su impedimento no fue el rechazo que pudo generar un carácter antipático. Su lastre fue que ofreció herramientas poco útiles. Un miembro de la secretaría técnica coincide en que, metodológicamente, las ideas de Benítez, muy ventajosas hace 20 años, servían de poco con futbolistas como los del Madrid. Algunos jugadores indican que nunca consiguieron ajustar los movimientos en el centro del campo para ganar superioridades en defensa y ataque. Recuerdan que en el fútbol moderno todo se cocina en el mediocampo y es allí donde el equipo perdió flexibilidad.
Benítez pretendió solucionar el enredo forzando la naturaleza creativa de gente como James, Modric, Kovacic, Kroos, Isco o Jesé hasta convertirlos en abnegados defensores de la moderación. Solo Modric y Kovacic le siguieron. Otros, como Kroos, le ignoraron. Isco y James llegaron a comportarse con autoindulgencia. El resultado, un equipo tácticamente indisciplinado, fue lo opuesto a lo que perseguía el técnico. Los líderes del vestuario, Ramos y Cristiano, hicieron poco por imponer el orden pues desde un principio expresaron su decepción con una directiva que había despedido a Ancelotti contra la voluntad manifiesta de la plantilla.
El fracaso de Benítez indica que hay problemas tácticos que pueden derivar en conmociones institucionales. La experiencia de Zidane no despeja dudas pues la trayectoria del único equipo que ha dirigido, el Castilla, arroja más sombras que luces. Como pedagogo, se sabe que hace lo que dice su segundo, David Bettini. Como líder, aflora lo poco que han contado sus jugadores y la extraña decisión de promover a su hijo Enzo, de suplente en el juvenil a capitán del filial.
“Mi idea es jugar con los tres”, respondió Zidane cuando le preguntaron si insistirá alineando a Bale, Benzema y Cristiano, descubriendo el mediocampo otra vez.
La misma idea que sus antecesores no pudieron conciliar con la realidad.
Diego Torres
Madrid, El País
Lo han repetido sus compañeros, sus discípulos en el Castilla, sus amigos y los directivos que le han tratado. Hace falta una sonda muy larga para llegar al fondo de la mente de Zinedine Zidane. Nunca se tiene la certeza de conocerle por completo. Como futbolista no ofrecía dudas: era capaz de resolver los problemas más complejos. Fuera del campo, prevalece la incertidumbre ante lo que parece una disyuntiva extrema. Podría tratarse de un genio o de todo lo contrario. La cuestión no es banal cuando la clave del éxito o el fracaso del nuevo entrenador del Madrid reside en su desconocida capacidad para solucionar conflictos deportivos, no como jugador sino como administrador. Porque lo que tiene ante sí este héroe del fútbol que nunca dirigió en Primera es un conflicto social, técnico y estratégico cuyas proporciones equiparan a su leyenda.
Decía Carlo Ancelotti que la plantilla del Madrid estaba confeccionada de tal modo que entrañaba un gravísimo dilema táctico. Si el equipo jugaba a tener la pelota, ahogaba a Cristiano y a Bale; y si se echaba atrás a esperar el contragolpe, oxigenaba a Cristiano y a Bale, pero desconectaba a los creativos como Modric, Kroos, James, Isco o Kovacic.
Ancelotti, a quien la mayoría de los empleados del Madrid que lo conocieron califican de “sabio”, no fue capaz de convertir al Madrid en un equipo fiable en los partidos de máxima exigencia. Después de dos años de labor al menos pudo presumir de haber logrado resultados deportivos excelentes que, como la Décima, contribuyeron a sembrar la tranquilidad en el vestuario, en la masa social y en el aparato institucional. Al presidente Florentino Pérez le pareció insuficiente.
Fichado para mejorar la obra, Rafa Benítez fue destituido a los seis meses. Cuando el fracaso parecía completo, en su penúltima aparición pública, Benítez se rindió a su predecesor: “Nos falta el equilibrio del que hablaba Ancelotti”, dijo el técnico antes de señalar que el problema fundamental del club era el diseño descompensado de una plantilla en la que faltaban centrocampistas. Fue su reconocimiento personal a la labor del italiano en condiciones cuya dificultad él mismo había tenido ocasión de comprobar. Intuía que le quedaban solo unas horas en el cargo.
Falta de soluciones
Benítez heredó un dilema táctico. La herencia que recibe Zidane es una crisis que abarca todas las esferas del club. Comenzando por el tono moral del vestuario, donde los jugadores bordean la desafección. Todos se despidieron con palabras dulces para Ancelotti. Ninguno tuvo un solo gesto hacia Benítez tras conocer la noticia de su marcha. Pero los futbolistas y los auxiliares consultados al respecto señalan que, contra lo que parece, en la plantilla no existían detractores del entrenador. Su impedimento no fue el rechazo que pudo generar un carácter antipático. Su lastre fue que ofreció herramientas poco útiles. Un miembro de la secretaría técnica coincide en que, metodológicamente, las ideas de Benítez, muy ventajosas hace 20 años, servían de poco con futbolistas como los del Madrid. Algunos jugadores indican que nunca consiguieron ajustar los movimientos en el centro del campo para ganar superioridades en defensa y ataque. Recuerdan que en el fútbol moderno todo se cocina en el mediocampo y es allí donde el equipo perdió flexibilidad.
Benítez pretendió solucionar el enredo forzando la naturaleza creativa de gente como James, Modric, Kovacic, Kroos, Isco o Jesé hasta convertirlos en abnegados defensores de la moderación. Solo Modric y Kovacic le siguieron. Otros, como Kroos, le ignoraron. Isco y James llegaron a comportarse con autoindulgencia. El resultado, un equipo tácticamente indisciplinado, fue lo opuesto a lo que perseguía el técnico. Los líderes del vestuario, Ramos y Cristiano, hicieron poco por imponer el orden pues desde un principio expresaron su decepción con una directiva que había despedido a Ancelotti contra la voluntad manifiesta de la plantilla.
El fracaso de Benítez indica que hay problemas tácticos que pueden derivar en conmociones institucionales. La experiencia de Zidane no despeja dudas pues la trayectoria del único equipo que ha dirigido, el Castilla, arroja más sombras que luces. Como pedagogo, se sabe que hace lo que dice su segundo, David Bettini. Como líder, aflora lo poco que han contado sus jugadores y la extraña decisión de promover a su hijo Enzo, de suplente en el juvenil a capitán del filial.
“Mi idea es jugar con los tres”, respondió Zidane cuando le preguntaron si insistirá alineando a Bale, Benzema y Cristiano, descubriendo el mediocampo otra vez.
La misma idea que sus antecesores no pudieron conciliar con la realidad.