ANÁLISIS / Europa debe hacer tres en raya

Si la UE no ataca su triple crisis, la crisis la degradará o la reducirá al mínimo

Xavier Vidal-Folch
El País
Tres problemas, tres, atenazan al cogollo del proyecto europeo: la ola de refugiados, la turbulencia económica y la deriva autoritaria de dos (nuevos) socios del Este.


La UE debe hallar vías para desbloquearlos en los meses inmediatos, hacer un tres en raya. Si no, retrocederá a un proyecto paticorto (con políticas clave melladas), o retornará a ser un club reducido aunque mejor articulado.

La ola de refugiados tiene precedentes numéricos en anteriores flujos inmigratorios. Pero ahora es una movida dantesca, descontrolada y espasmódica pues proviene sobre todo del estallido de Siria y Libia. Su dimensión es casi inmanejable. Piensen los antieuropeos qué le ocurriría a Estados Unidos si Siria estuviese donde México y Libia donde Canadá.

Si los 28 Gobiernos cumplen sus pactos de redistribución; si los vecinos actúan como regulador, incentivados por el Plan Marshall con “miles de millones de euros” sugerido en Davos por Wolfgang Schaüble; si se modula mejor el acceso en los puntos calientes y trágicos; si mejora la situación de los focos sirio y libio...

Si ocurre todo eso habrá opción de adecuar el acuerdo de libre circulación de personas de Schengen. De lo contrario, la canciller Angela Merkel deberá rendirse a los nacionalismos alicortos vecinos. Mal augurio.

El racaneo de varios Estados miembros que vienen del frío (aunque no solo de ellos) a la hora de aceptar cuotas de asilados se compadece mal con su recepción de las ingentes ayudas económicas estructurales y de cohesión, que alumbran un verdadero milagro económico, como ocurrió en España cuando accedió al club.

Y engarza con la deriva autoritaria en, al menos, dos de ellos, Hungría y Polonia. Hasta ahora había bastado en casos parejos la sanción diplomática simbólica, por ejemplo de la Comisión Prodi contra el ascenso del xenófobo Jörg Haider en Austria (2000).

Veremos ahora si funcionan las amenazas urdidas por Jean-Claude Juncker de imponer las (inéditas) represalias del artículo 7 del Tratado —retirada de derechos políticos— contra el despotismo constitucional y mediático del nuevo Gobierno de Varsovia.

En cualquier caso, los nuevos socios deben aprender cuanto antes que la Unión es un todo indivisible. Que sus políticas no se aplican a la carta, según el capricho de cada uno, ahora recibo ayudas, pero violo los principios democráticos si me apetece o incumplo a mi placer los deberes de solidaridad interna ante el mandato legal humanitario de acoger asilados.

Mejor que el aprendizaje se realice por cortesía. De no bastar habrá que suspender su derecho a co-decidir, y pegar mordiscos a las subvenciones que reciben de los demás en concepto de la misma solidaridad que rehúyen cuando les toca a ellos practicarla.

Quedan las turbulencias económicas del entorno mundial. Y los desequilibrios internos, con su primer epicentro en Italia (hay otros), pues ha sorteado la urgencia de una reforma financiera —entre otras—, como la diseñada y prestada por los 28 a España.

La alta morosidad (16,7% de sus créditos bancarios, el doble largo del 7,12% español, según los exámenes de la Autoridad Bancaria Europea, EBA) se correlaciona con el débil crecimiento de su economía: dos puntos negativos de promedio en el septenio 2008-2014, que contrastan con las 4 décimas positivas de la (no muy boyante) Francia.

No debe cundir el pánico (estamos algo más equipados que en 2009), pero sí la preocupación.

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