Star Wars Episodio VII: hereje para los más fanáticos, pero una gran bienvenida para los debutantes

Por: Joel Vera Reyes
Cine, Opinión

Una lectura de El Despertar de la Fuerza (The Force Awakens), la nueva entrega de la popular saga cinematográfica creada por George Lucas. La película, dirigida por J.J. Abrams, está en cartelera de los cines Center, Norte y Capitol de Cochabamba.
Tres a tres y en la prórroga, la entrega siete, vamos a penales. O al menos a un tiempo adicional extra que se traducirá en el ya anunciado Episodio VIII, que definirá qué entrega tiene más adeptos, si hay un desempate entre los modernistas y los tradicionalistas, o si finalmente hay un criterio que obedece a una historia cada vez más completa como homogénea y que comienza a cobrar vida propia para unir a tres generaciones.


Y es que, si la segunda trilogía -y primera en la cronología de historia en la famosa saga- se convirtió en la amalgama perfecta de una primera compuesta por los tres capítulos posteriores, el séptimo capítulo y primero de la tercera trilogía sin duda dividirá las aguas entre los fanáticos de Star Wars. Entre los que apuestan por los símbolos que gestaron la saga hace más de 35 años y quienes nacieron a la vida de fanáticos bajo la estela de la espectacular complejidad del génesis del legado casi 20 años después. Y los que ahora forjará con sus propios códigos la nueva entrega.

Pero no solo eso, si divide, no lo hará en tan solo dos partes, pues encontrará a sus fanáticos encasillados en las múltiples dimensiones desde las que se puede entender la película El Despertar de la Fuerza en sí y su relación con la media docena de entregas anteriores, que si bien pueden encontrar puntos de coincidencia en criterios, también pueden verse en frentes antagónicos pese a su proximidad.

En esta lógica, habrá quienes analicen esta compleja relación desde el hilo conductor de la historia global, quienes sigan con especial atención el increíble desarrollo técnico y tecnológico de los recursos para la puesta en escena, los que le pidan más a la séptima historia en particular, quienes reclamen una falta de argumentos en el recurso filosófico de La Fuerza, los que encuentren elementos sobrantes en los diálogos o el recurso narrativo en general, los que entiendan que hubo relaciones forzadas entre algunos de los nuevos protagonistas con los clásicos, o quienes quedaron simplemente perplejos por las épicas batallas aéreas desarrolladas hasta el extremo de ser logradas como jamás antes se lo pudo haber hecho antes. Y, por supuesto, quienes se emocionaron hasta las lágrimas al ver a sus héroes y símbolos desaparecidos de la infancia, nuevamente en la pantalla grande. Quizás porque se trata de una especie de espejo de vida, aunque con algunos años más sobre las espaldas y algunas arrugas nuevas en el rostro.

Durante el estreno de la película el pasado jueves fue fácil distinguir a niños motivados por una especie de leyenda urbana, sobre la cual tienen referencias por todos lo medios incluidos los discos piratas que revisaron ávidamente para nutrirse de un buen background en los último años. Motivados, claro, por esa legión de padres cuarentones que prolongaron su niñez durante su juventud y que casi religiosamente fueron influyendo en las predilecciones fílmicas de sus hijos hasta el punto de hacerlos fanáticos de la saga, pasando la posta a una generación que ni siquiera había nacido cuando salieron al aire las seis entregas anteriores.

En medio, también hubo una respetable cantidad de público “joven” -entre los veinte y arrancando los treinta-, que se apropió de la historia gracias a la revancha de George Lucas con la tecnología en los episodios I, II y III (la segunda trilogía), de hace poco más de una década

El Episodio VII

El Despertar de la Fuerza apuesta por factores diversos que refuerzan valores hollywoodenses marca registrada Estados Unidos muy contemporáneos como la inclusión, la familia, el amor fraternal y la amistad. Deja de lado gran parte de la mística pos era espacial setentera que fue su cuna y solo apela a un par de chispazos de “la Fuerza” en sí, sobre la cual no abunda ni en explicaciones en cuanto a su origen, así como tampoco despliega excesivamente su poder en las dos horas y quince minutos de historia. Sin embargo, deja la ventana abierta para una siguiente entrega que a todas luces estará centrada justamente en ese elemento, que fue uno de los que cautivó a las legiones de fanáticos alrededor del mundo.

Si, cuando Star Wars nació, los personajes de las películas de la época eran más realistas y humanos, el modelo actual de Hollywood dicta un tipo de persona que está siempre lista para encarar lo imprevisto de modo más solvente posible, pues se trata de individuos por lo general muy inteligentes, conocedores de una materia hasta la especialidad. Es decir, casi unos superhéroes innatos, cuyas maneras inspiran incluso conductas de los niños y jóvenes de esta generación. Claro, todos profundamente guiados por los valores contemporáneos ya citados.

Nadie mejor que Disney para cumplir a cabalidad con estos parámetros y llevar a buen término incluso una historia en la que el personaje central es un villano en sus orígenes del siglo pasado, que descubrió su lado bueno en el cambio de milenio y que dejó como legado unos valores humanos y familiares que su descendencia seguramente se encargará de perpetuar.

Por ejemplo, muchas fueron las críticas, incluso antes del lanzamiento, sobre la aparición de un personaje “central falso”, Finn (John Boyega), un storm trooper desertor que sigue el hilo conductor como amigo y fiel compañero de la protagonista Rey (Daisy Ridley), una “carroñera” recolectora de chatarra en el planeta Jakku. Se dijo que no fue buena su interpretación, que no tenía renombre y que su presencia pudo ser hasta prescindible. Sin embargo, encaja a la perfección en la historia para impulsar parte del modelo esos valores.

Durante la historia existen muchos diálogos excesivamente explicativos que tratan de fundamentar algunas acciones o reacciones de personajes clave frente a la vida o en su interrelación, pero este recurso se entiende en la perspectiva de ofrecerle una bienvenida amable a la nueva generación de seguidores de la saga.

La escenas tienen una abundante cantidad de “tomas homenaje” sobre momentos clásicos de las seis entregas precedentes. Aunque la mayor parte es un verdadero tributo a la primera trilogía, pues no solo se ven escenas casi calcadas y traídas a esta época de Una Nueva Esperanza, El Imperio Contraataca o El Regreso del Jedi, sino que se plantea un recorrido planificado, detallado, espectacular y soñado por décadas, entre muchos de los emblemas de la saga como son algunos planetas, lugares simbólicos, naves espaciales y hasta armas imperiales. Una nave casi perdida en el horizonte que deja una estela de polvo sobre el desierto en pleno ocaso y un bar con música en vivo repleto de seres de diferentes galaxias, entre muchos otros, son algunos de los elementos que vuelven a la pantalla grande.

La dosis nostálgica y emotiva se carga en el primer tercio de la película con la aparición de Han Solo (Harrison Ford) acompañado por el heroico e incondicional Chewbacca y justamente en la puerta de su legendario Halcón Milenario, sin duda alguna, una nave entre naves que pese a ser considerada como una máquina vieja ya en los inicios, sigue siendo el símbolo de la rebelión entre los mismos rebeldes, la lucha desigual del débil que da talla contra viento y marea, de la libertad absoluta. Casi cuarenta años después, convertida en chatarra, esta nave vuelve a llevarnos hacia algún lugar en una galaxia muy lejana, a la velocidad de la luz.

A Ford se le vio envejecer en la pantalla gigante durante sus múltiples éxitos de taquilla, es más, envejeció junto a sus fans y es un rostro reconocible. Justamente por ello arrancó aplausos con su abrupta aparición, cuatro décadas más tarde y “con la misma chaqueta”.

La emoción fue mayor al volver a ver a un C3PO algo modificado, junto a un R2D2 que aparentemente está guardando mayor protagonismo para la siguiente entrega, al igual que su mejor amigo y compañero entrañable, Luke Skywalker (Mark Hamill).

Esta vez hay un nuevo androide, BB-8, una especie de balón de fútbol futurista, cuya misión hace recuerdo a la de R2 en la primera entrega. Otro aspecto nostálgico y simbólico.

Si esas reapariciones, ausentes, extrañadas y tan anheladas como aparentemente imposibles durante la segunda trilogía fueron emocionantes, ver a Carrie Fisher (la Princesa Leia Organa) nuevamente en la pantalla grande después de que -a diferencia de Ford- experimentase una verdadera desaparición de la vida pública a lo largo de todo este tiempo, arrancó lágrimas entre los fanáticos.

Quizás por todo lo que simbolizaba y continúa haciéndolo dentro de la historia; o por la dulzura de un personaje que, al igual que sus fanáticos, ha envejecido y muestra claras señales de ello, al mismo tiempo que deja fugaces destellos nostálgicos de aquella candidez que el tiempo no ha logrado borrar; o simplemente por nostalgia pura, Fisher volvió a robarse el corazón de los fanáticos, aunque ahora alejada del papel de esa exuberante princesa del bikini borravino -por razones obvias- y más próxima a un rol maternal.

Sí, hay un nuevo malo, o tal como en las anteriores seis películas, dos nuevos malos: uno muy humano y otro maligno, casi sobrenatural. Hay una nueva máscara emblemática en el Lado Oscuro venido a menos tras la caída del Imperio y resucitado bajo el denominativo de La Primera Orden.

Por supuesto, también existe un nuevo sable. Los sables de luz neón Jedi que enloquecieron al público de los setentas y ochentas y que todavía se reinventan en las tiendas de juguetes junto con sus antagónicas espadas Sith, están presentes. Esas que le cedieron la posta particularmente a esa roja escarlata de doble filo que empuñó el fugaz pero memorable Darth Maul, un Zabrak Darthoniano y señor oscuro de los Sith (La Amenaza Fantasma y La Guerra de los Clones), tienen ahora una nueva heredera en la espada Sith tipo cruz invertida que posee Kylo Ren (Adam Driver), heredero directo y consanguíneo del inmortal Darth Vader.

Aunque algunos considerarán como una verdadera herejía que alguien que no es Jedi o Sith empuñe una sable o espada de luz o que se “socialice” su uso como se lo hizo Finn en este séptimo capítulo, seguro que los debutantes ni siquiera lo notarán. ¿Inclusión? Nuevamente, valores. En esa línea, se incorporó por primera vez una villana: Phasma (Gwendoline Christie).

El maestro Yoda es uno de los grandes ausentes en la lógica de recuperar personajes clásicos, sin embargo algunas evocaciones sí están presentes: no hay un “yo soy tu padre”, pero existe un “dame la fuerza, abuelo”; no hay hermanos que desconocen su condición en interacción, pero existen dos primos hermanos que hasta luchan entre sí; hay relaciones antiguas y algunas nuevas entre conocidos y hasta reencuentros familiares.

En fin, hay todo lo que se pudo meter en esta pócima nostálgica de evocaciones añoradas que generará reacciones diversas. Por ello es que la séptima entrega va camino de convertirse en algo irreverente para algunos de los más fanáticos de Star Wars, pero también en una gran bienvenida para los más jóvenes o los nuevos seguidores de la afamada saga.

Sin embargo, todos quienes coyunturalmente sostienen criterios y formas diversas de entender la película y toda la secuencia tras el lanzamiento del Episodio VII, se reencontraron en el último minuto de el Despertar de la Fuerza y con seguridad volverán a hacer un mismo cuerpo en torno a una misma premisa: la próxima entrega.

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