Llorente le señala una nueva ilusión al Sevilla: Basilea

Sevilla, As
Otra vez los corazones sevillistas de bote en bote. Otra vez un vuelco inesperado sobre las diez y cuarto de la noche. Un rugido de Llorente, otra vez Rey León, y los goles de Sterling en Manchester, llevaron la locura a Nervión que al saberse ya fuera de la Champions celebró el tercer puesto y su ingreso de consolación en la Europa League como un éxito fenomenal. Hay una fuerza interior que empuja al Sevilla en esa competición. Este año, además, llegará con un extra. Ganar a la Juventus le permitirá no afrontarlo como premio menor, sino como el inicio de una nueva ilusión: la quinta Europa League, la final de Basilea. Todo esto después de un partido, esta vez sí, de nivel Champions, que elevó a Sergio Rico, feroz en la portería. Y a Banega, que en silencio y detrás de viejos clichés que siguen utilizando quienes no le siguen con normalidad, es uno de los mejores centrocampistas de Europa de largo con su contrato a punto de expirar el próximo mes de junio. Su partido, de hecho, contrató con lo poco que dejó Pogba, al que adorna fama pero de momento este año poco fútbol.


La primera parte fue fabulosa. Un ejercicio de primer nivel de los dos equipos con un inicio descollante de Morata. Suplente habitual estos días por algún devaneo que no ha satisfecho a Allegri, el delantero se tomó el inicio casi como una afrenta y resultó un suplicio para los centrales del Sevilla, que no lo detectaron. Morata, que en el Sánchez Pizjuán ya hizo un gol con la Selección ante Ucrania, pudo con Kolo en los desmarques y con Rami en el desborde, pero no marcó en ninguna de las cuatro veces que lo rozó. La última, con un fallo impropio de él y a dos metros de portería después de una fantástica dejada de Dybala. El argentino, otro jugador con veneno al que espiaron desde la grada del Sánchez Pizjuán emisarios de Real Madrid y Barcelona. El Sevilla intentó dar respuesta pero a la Juventus, que ya es cosa seria, la corona nada menos que Buffon, eterno. Un portero con un carisma especial que cada día se vuelve más admirable y que, ya sin la exuberancia física de otros tiempos, conserva un instinto único. En el primer acto dejó tres paradas de libro; dos a su ex compañero Llorente y otra a Konoplyanka. Un portero para el recuerdo.

También fue un buen choque de pizarras. Allegri cerró bien las bandas pese a jugar con carrileros (Alex Sandro es un buen producto ofensivo pero tiene carencias atrás) y Emery apretó bien la salida con el balón de los Juventino gracias a un importante esfuerzo colectivo en el que cumplieron Krychowiak y, ya en la segunda parte, Nzonzi. Un partido riquísimo en matices empujado a definirse en la segunda parte porque además del 0-0 en Nervión, en el Etihad al descanso ganaba el Gladbach (1-2).

Al mando de las operaciones en la segunda parte se puso Banega. Primero asustó con un disparo lejano con la pierna izquierda, dañino, que exigió otra vez lo mejor de Buffon. Luego templó hasta que llegó el gol de Llorente. Gol de rabia, celebrado índice a la grada, buscando un quién determinado. Llorente pretende triunfar en el Sevilla y ante la Juve mandó una señal que sí es positiva: a esfuerzo no le van a poder. Entró entonces el partido en terreno de locura. Desde el Etihad empezaron a llegar las noticias de los goles del City. Es ese espacio de tiempo en el que un partido escapa al control. La afición y los jugadores del Sevilla más pendientes del marcador electrónico que de la Juventus, que tuvo un sprint final demoledor con Dybala escurridizo entre líneas. Un diablillo que lo intentó de todas formas para salvar el liderato del grupo. Al larguero, fuera…, y contra Sergio Rico, que selló la portería con dos paradas colosales: una ante Pogba y otra haciéndose grande y cerrándole el hueco a Morata, que no supo definir con la izquierda para rematar una noche de buen juego y pésimo acierto. Superados los últimos coletazos de Cuadrado, que llevó veneno por la derecha, el partido terminó en mitad del desconcierto y la eforia y con el sevillismo, que se creyó en una noche de trámite, abrazado a una noche vieja de transistores una nueva ilusión: Basilea.

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