La miseria se asoma incluso en el refugio de Damasco
La inflación, el estancamiento de sueldos y la devaluación estiran la brecha social de guerra
Natalia Sancha
Damasco, El País
'Sobreviviré' es la conocida canción que inaugura el baile en la boda de Hazar Salbah, de 34, y Hala Darwish, de 21. Una pareja que a pesar de la guerra y la economía, se afana por comenzar una nueva vida. Se casan, aunque hayan tenido que reducir a un cuarto el número de invitados, y celebrar la boda de día y no de noche para evitar los morteros. En los dos últimos meses, las condiciones de vida del sirio medio se han deteriorado drásticamente. Y ello incluye a Damasco, capital del país y refugio para gran parte de los ocho millones de desplazados que huyen de la guerra. Hoy, los padres de familia, viven atrapados en una carrera constante por llegar a final de mes.
"La bombona de gas varía entre 2.000 y 4.000 libras sirias [entre 5,5 y 11 euros]", dice Mahmoud, que carga con una de las preciadas botellas a las puertas de lo que promete ser un duro invierno. Lo hace sobre un bicicleta, en una ciudad donde la subida del precio del combustible lleva a muchos a caminar o recurrir a las dos ruedas como medio de transporte. Los habitantes de Damasco apenas disponen de un máximo de ocho horas diarias de electricidad.
Sin esta, el día a día se ralentiza. Los electrodomésticos se antojan hoy cacharros inútiles que estorban en las cocinas. El lavado a mano reemplaza a la lavadora: si hay electricidad no hay agua con que llenarlas. Los frigoríficos también pierden su razón de ser: si hay electricidad no hay economía para almacenar comida. La divisa siria se ha devaluado en un 700% desde el inicio de la guerra en marzo de 2011, pasando de 45 a 350 libras por euro. El poder adquisitivo del sirio mengua a cada día, como el número de bolsas que trae del mercado.
"El kilo de tomate valía 10 libras en 2010, hoy vale 235 ", espeta la funcionaria Nadia, de 51 años y madre de cuatro, quien hoy tiene que elegir cuidadosamente que llevar a la mesa. La fluctuación geográfica de los combates también dicta la ley de oferta y demanda. La carne de vaca desaparece de la dieta siria, y tan solo los más holgados pueden comer pollo. "El pollo entero valía anteayer 650, hoy 850. Lo traemos de Zabadani y cuando hay enfrentamientos, los precios suben", dice Abdelkarim, pollero en el mercado de Hamidie de Damasco. Productos importados, incluso españoles como merluza o arroz, compiten con los locales.
A ello, se suma el estancamiento de unos sueldos equivalentes a los de preguerra, con una media de 80 euros mensuales. Los alquileres, que oscilan entre los 100 y 150 euros por piso por mes, siguen constituyendo el principal gasto. Para hacerles frente, varias familias comparten una misma casa ocupando un cuarto cada una.Sin embargo, cerrando el quinto año de guerra, los vecinos de Damasco coinciden en que el agotamiento psicológico se impone hoy el mayor lastre para la población.
"Si se compara a otros conflictos como el libanés, la devaluación de la libra siria no ha sido tan drástica. Igualmente, el Gobierno ha logrado mantener las subvenciones de productos básicos como el pan cuyo precio apenas ha variado", matiza el economista sirio Siman Kahaf. Unas subvenciones que se mantienen en parte con préstamos de Gobiernos aliados como Rusia, o Irán, quien inyectó 1.000 millones de euros el pasado mes de julio. El deterioro económico ha acabado por alterar la estructura social. "Hoy la clase media pasa a engrosar la pobre, por oposición a un puñado cada día más reducido de ricos", valora Mahmoud Marai, político opositor y miembro del Cómite Nacional de Acción Democrática sirio.
Los adolescentes miran a Europa
Durante el verano, y tras la masiva huida de decenas de miles de jóvenes, los adolescentes son tal vez quienes más han modificado el panorama en la calle. Jóvenes desplazados de todo el país acuden en masa a la capital para terminar sus estudios. Entrada la tarde, huyen de un hogar a oscuras, dedicándose a vagar por los parques, conversando en grupo y fumando pitillos. "Cuando termine la carrera de turismo iré a Europa", dice Dima, de 18 y desplazada de Hama, que conversa con dos amigas en un parque.
A sus espaldas, una pareja aprovecha la intimidad que les confiere los cortes de luz, para coquetear sentados en un banco. Los menores, hartos de encararse con un televisor en negro, nutren el nuevo negocio de los cafés de videojuegos, donde se dedican a luchar en una guerra ficticia, a pesar de que de fondo resuene una real al son de morteros y sobrevuelos de bombarderos.
Los jóvenes mas pudientes inundan una vibrante y creciente oferta de bares alternativos. Algunos se afanan por embriagarse a base de alcoholes de dudosa producción, y no por ello baratos. "La copa de vodka o whisky local vale 700 libras [2 euros], la importada 2.000 [6 euros]", explica Anmar Hazin, dueño del bar La Marionette que abrió sus puertas tres meses atrás. A los que emigran se oponen los que se niegan a abandonar su país. Ocupado por la maquinaria bélica, el control del régimen se afloja, dando pie a un floreciente debate intelectual y artístico.
Aquellos que no son hijos únicos, ni disponen de una prórroga por estudios, son acechados por el Ejército. "Si te pillan no saldrás nunca del frente", dice desde el anonimato un joven. Temerosos de ser interceptados en los controles militares, muchos tuvieron que perderse, a su gran pesar, el Barca-Madrid. "Es en los cafés y en este tipo de ocasiones donde más cogen", añade el joven.
Cada día, son más las caras de mujer las que predominan entre una generación empujada a la sangría migratoria. Son los hombres los que huyen del servicio militar o de la falta de trabajo. Detrás, dejan corazones rotos lamentándose tanto en los parques como en sus muros de Facebook. Las más cautas obligan a sus novios a pasar por la mezquita o el altar antes de que los chicos pongan pies en polvorosa rumbo a Europa.
Natalia Sancha
Damasco, El País
'Sobreviviré' es la conocida canción que inaugura el baile en la boda de Hazar Salbah, de 34, y Hala Darwish, de 21. Una pareja que a pesar de la guerra y la economía, se afana por comenzar una nueva vida. Se casan, aunque hayan tenido que reducir a un cuarto el número de invitados, y celebrar la boda de día y no de noche para evitar los morteros. En los dos últimos meses, las condiciones de vida del sirio medio se han deteriorado drásticamente. Y ello incluye a Damasco, capital del país y refugio para gran parte de los ocho millones de desplazados que huyen de la guerra. Hoy, los padres de familia, viven atrapados en una carrera constante por llegar a final de mes.
"La bombona de gas varía entre 2.000 y 4.000 libras sirias [entre 5,5 y 11 euros]", dice Mahmoud, que carga con una de las preciadas botellas a las puertas de lo que promete ser un duro invierno. Lo hace sobre un bicicleta, en una ciudad donde la subida del precio del combustible lleva a muchos a caminar o recurrir a las dos ruedas como medio de transporte. Los habitantes de Damasco apenas disponen de un máximo de ocho horas diarias de electricidad.
Sin esta, el día a día se ralentiza. Los electrodomésticos se antojan hoy cacharros inútiles que estorban en las cocinas. El lavado a mano reemplaza a la lavadora: si hay electricidad no hay agua con que llenarlas. Los frigoríficos también pierden su razón de ser: si hay electricidad no hay economía para almacenar comida. La divisa siria se ha devaluado en un 700% desde el inicio de la guerra en marzo de 2011, pasando de 45 a 350 libras por euro. El poder adquisitivo del sirio mengua a cada día, como el número de bolsas que trae del mercado.
"El kilo de tomate valía 10 libras en 2010, hoy vale 235 ", espeta la funcionaria Nadia, de 51 años y madre de cuatro, quien hoy tiene que elegir cuidadosamente que llevar a la mesa. La fluctuación geográfica de los combates también dicta la ley de oferta y demanda. La carne de vaca desaparece de la dieta siria, y tan solo los más holgados pueden comer pollo. "El pollo entero valía anteayer 650, hoy 850. Lo traemos de Zabadani y cuando hay enfrentamientos, los precios suben", dice Abdelkarim, pollero en el mercado de Hamidie de Damasco. Productos importados, incluso españoles como merluza o arroz, compiten con los locales.
A ello, se suma el estancamiento de unos sueldos equivalentes a los de preguerra, con una media de 80 euros mensuales. Los alquileres, que oscilan entre los 100 y 150 euros por piso por mes, siguen constituyendo el principal gasto. Para hacerles frente, varias familias comparten una misma casa ocupando un cuarto cada una.Sin embargo, cerrando el quinto año de guerra, los vecinos de Damasco coinciden en que el agotamiento psicológico se impone hoy el mayor lastre para la población.
"Si se compara a otros conflictos como el libanés, la devaluación de la libra siria no ha sido tan drástica. Igualmente, el Gobierno ha logrado mantener las subvenciones de productos básicos como el pan cuyo precio apenas ha variado", matiza el economista sirio Siman Kahaf. Unas subvenciones que se mantienen en parte con préstamos de Gobiernos aliados como Rusia, o Irán, quien inyectó 1.000 millones de euros el pasado mes de julio. El deterioro económico ha acabado por alterar la estructura social. "Hoy la clase media pasa a engrosar la pobre, por oposición a un puñado cada día más reducido de ricos", valora Mahmoud Marai, político opositor y miembro del Cómite Nacional de Acción Democrática sirio.
Los adolescentes miran a Europa
Durante el verano, y tras la masiva huida de decenas de miles de jóvenes, los adolescentes son tal vez quienes más han modificado el panorama en la calle. Jóvenes desplazados de todo el país acuden en masa a la capital para terminar sus estudios. Entrada la tarde, huyen de un hogar a oscuras, dedicándose a vagar por los parques, conversando en grupo y fumando pitillos. "Cuando termine la carrera de turismo iré a Europa", dice Dima, de 18 y desplazada de Hama, que conversa con dos amigas en un parque.
A sus espaldas, una pareja aprovecha la intimidad que les confiere los cortes de luz, para coquetear sentados en un banco. Los menores, hartos de encararse con un televisor en negro, nutren el nuevo negocio de los cafés de videojuegos, donde se dedican a luchar en una guerra ficticia, a pesar de que de fondo resuene una real al son de morteros y sobrevuelos de bombarderos.
Los jóvenes mas pudientes inundan una vibrante y creciente oferta de bares alternativos. Algunos se afanan por embriagarse a base de alcoholes de dudosa producción, y no por ello baratos. "La copa de vodka o whisky local vale 700 libras [2 euros], la importada 2.000 [6 euros]", explica Anmar Hazin, dueño del bar La Marionette que abrió sus puertas tres meses atrás. A los que emigran se oponen los que se niegan a abandonar su país. Ocupado por la maquinaria bélica, el control del régimen se afloja, dando pie a un floreciente debate intelectual y artístico.
Aquellos que no son hijos únicos, ni disponen de una prórroga por estudios, son acechados por el Ejército. "Si te pillan no saldrás nunca del frente", dice desde el anonimato un joven. Temerosos de ser interceptados en los controles militares, muchos tuvieron que perderse, a su gran pesar, el Barca-Madrid. "Es en los cafés y en este tipo de ocasiones donde más cogen", añade el joven.
Cada día, son más las caras de mujer las que predominan entre una generación empujada a la sangría migratoria. Son los hombres los que huyen del servicio militar o de la falta de trabajo. Detrás, dejan corazones rotos lamentándose tanto en los parques como en sus muros de Facebook. Las más cautas obligan a sus novios a pasar por la mezquita o el altar antes de que los chicos pongan pies en polvorosa rumbo a Europa.