Griezmann y el Atleti en la cima
Madrid, As
Ya había pasado hacía 357 días. Lo de Griezmann, digo. Allí, en La Catedral, la Liga pasada, apareció por primera vez para el Atlético con un hat-trick que supuso un zas en toda regla. Porque fue marcar el francés aquellos tres goles y dejarse de hablar de que si había costado nosécuánto, de que si no se adaptaba o del tinte de su pelo. Marcó y comenzó a hablarse sólo de Antoine. De Antoine y de sus goles. Un año después aquello se mantiene: Griezmann siempre aparece. En todo. Si tiene que sacrificarse y jugar en la derecha para defender, lo hace. Y si tiene que hacer de héroe, pues también. Ese papel, además, se le da de lujo. Ayer fue así: le pegó al balón en la frontal, con la izquierda, según le llegó, medio saltando y sorprendiendo a todos; a Iraizoz el primero (se estiró en vano, sólo quizá para verlo más de cerca: imposible pararlo). Fue un golazo y más que un gol. El 2-1. Ese que pone colíder al Atlético y su séptimo a los leones. No traten de entenderlo. Es su rival favorito: Griezmann creció en la Real Sociedad y lo que se aprende de niño no se olvida de adulto.
El partido fue raro desde el principio. Mucho. Raro por ver a Raúl García, al 8, a Rulo, de negro y con el 22 a la espalda. Costaba encontrarle. Quizá fuera la costumbre, que uno aún no lo imagina con otros colores. La grada eso sí, no tardó un segundo. Fue salir de la caseta por detrás de Gorka y el Calderón atronar dos veces. Hubo aplausos y pancartas, era la manera de la que fuera su casa de decirle un adiós que no pudo el 1 de septiembre.
Pero, curioso, la emoción del reencuentro afectó más al Atlético que al propio jugador. Eso sí, tardó unos minutos en notarse, porque salió el Atlético como si fuera fuego y el Athletic, agua. Uno ponía velocidad y el otro, freno. El metro cuadrado se vendía caro en el Calderón. Los futbolistas corrían, se vaciaban, pero el partido se jugaba lejos de las áreas. Entonces comenzaron las rarezas. Porque es raro ver a Giménez fallar en la salida de balón, raro ver a Juanfran apenas subir por la banda y raro ver a Filipe y a Carrasco ahogados por un rival a la izquierda (Bóveda y De Marcos en este caso).
Y tan raro estaba todo que lo que pasó al final es que el Athletic se vistió de Atlético y los bilbaínos tomaron el control con la presión arriba y un gol a balón parado. Todo muy Cholo, vamos. El córner lo botó Beñat, fue a despejar Griezmann en el primer palo pero peinó y marcó Laporte (solo en el segundo). Pero así es el francés. Si se hace de héroe se hace bien. Con épica. Eso sí, fue raro ver recoger un balón a Oblak. No lo hacía desde el 30 de octubre y un par de minutos antes ya había sacado, con las yemas de los dedos, una vaselina de Aduriz que olía a red.
Pasó apuros el Atlético un rato largo. Y eso que Saúl había devuelto el golpe justo antes del descanso (gol de córner y cabeza también, ea). Pero es que el Athletic salió de la caseta buscando la portería de Oblak como si en ella repartieran gratis lotería de Navidad. Ayudaba Carrasco, que no defendía, y le convertía la banda a Filipe en kilómetros de chicle. Menos mal que en la portería del Atlético el chaval de amarillo (uno de teatro aquí también diría que es color atípico para un portero) sacó una mano de milagro a Bóveda y otra a Aduriz antes de que Simeone cambiara a Correa y Torres por Carrasco y Vietto y se espantaran las rarezas. Porque entonces llegó el gol de Griezmann (ayudó Correa, molestando, presionando) y eso es lo de siempre.
El reloj llegó al 90’ con Beñat lanzando córners como si fueran globos al cielo, Iturraspe lesionado (de ahí su cambio) y el Atlético defendiendo con cinco defensas (Savic salió por Griezmann) y lo que fuera. En juego estaba el coliderato. Decimoquinta jornada y el Atlético del Cholo es candidato. Y eso, por cierto, no es nada raro. Miren a 2013...
Ya había pasado hacía 357 días. Lo de Griezmann, digo. Allí, en La Catedral, la Liga pasada, apareció por primera vez para el Atlético con un hat-trick que supuso un zas en toda regla. Porque fue marcar el francés aquellos tres goles y dejarse de hablar de que si había costado nosécuánto, de que si no se adaptaba o del tinte de su pelo. Marcó y comenzó a hablarse sólo de Antoine. De Antoine y de sus goles. Un año después aquello se mantiene: Griezmann siempre aparece. En todo. Si tiene que sacrificarse y jugar en la derecha para defender, lo hace. Y si tiene que hacer de héroe, pues también. Ese papel, además, se le da de lujo. Ayer fue así: le pegó al balón en la frontal, con la izquierda, según le llegó, medio saltando y sorprendiendo a todos; a Iraizoz el primero (se estiró en vano, sólo quizá para verlo más de cerca: imposible pararlo). Fue un golazo y más que un gol. El 2-1. Ese que pone colíder al Atlético y su séptimo a los leones. No traten de entenderlo. Es su rival favorito: Griezmann creció en la Real Sociedad y lo que se aprende de niño no se olvida de adulto.
El partido fue raro desde el principio. Mucho. Raro por ver a Raúl García, al 8, a Rulo, de negro y con el 22 a la espalda. Costaba encontrarle. Quizá fuera la costumbre, que uno aún no lo imagina con otros colores. La grada eso sí, no tardó un segundo. Fue salir de la caseta por detrás de Gorka y el Calderón atronar dos veces. Hubo aplausos y pancartas, era la manera de la que fuera su casa de decirle un adiós que no pudo el 1 de septiembre.
Pero, curioso, la emoción del reencuentro afectó más al Atlético que al propio jugador. Eso sí, tardó unos minutos en notarse, porque salió el Atlético como si fuera fuego y el Athletic, agua. Uno ponía velocidad y el otro, freno. El metro cuadrado se vendía caro en el Calderón. Los futbolistas corrían, se vaciaban, pero el partido se jugaba lejos de las áreas. Entonces comenzaron las rarezas. Porque es raro ver a Giménez fallar en la salida de balón, raro ver a Juanfran apenas subir por la banda y raro ver a Filipe y a Carrasco ahogados por un rival a la izquierda (Bóveda y De Marcos en este caso).
Y tan raro estaba todo que lo que pasó al final es que el Athletic se vistió de Atlético y los bilbaínos tomaron el control con la presión arriba y un gol a balón parado. Todo muy Cholo, vamos. El córner lo botó Beñat, fue a despejar Griezmann en el primer palo pero peinó y marcó Laporte (solo en el segundo). Pero así es el francés. Si se hace de héroe se hace bien. Con épica. Eso sí, fue raro ver recoger un balón a Oblak. No lo hacía desde el 30 de octubre y un par de minutos antes ya había sacado, con las yemas de los dedos, una vaselina de Aduriz que olía a red.
Pasó apuros el Atlético un rato largo. Y eso que Saúl había devuelto el golpe justo antes del descanso (gol de córner y cabeza también, ea). Pero es que el Athletic salió de la caseta buscando la portería de Oblak como si en ella repartieran gratis lotería de Navidad. Ayudaba Carrasco, que no defendía, y le convertía la banda a Filipe en kilómetros de chicle. Menos mal que en la portería del Atlético el chaval de amarillo (uno de teatro aquí también diría que es color atípico para un portero) sacó una mano de milagro a Bóveda y otra a Aduriz antes de que Simeone cambiara a Correa y Torres por Carrasco y Vietto y se espantaran las rarezas. Porque entonces llegó el gol de Griezmann (ayudó Correa, molestando, presionando) y eso es lo de siempre.
El reloj llegó al 90’ con Beñat lanzando córners como si fueran globos al cielo, Iturraspe lesionado (de ahí su cambio) y el Atlético defendiendo con cinco defensas (Savic salió por Griezmann) y lo que fuera. En juego estaba el coliderato. Decimoquinta jornada y el Atlético del Cholo es candidato. Y eso, por cierto, no es nada raro. Miren a 2013...