Fe de que Cobija despega
Por Coco Cuba
Cobija, ABI
Dice que cuando llegó a Cobija, allá por los 30 ó 40, como inspector de sanidad o algo por el estilo, Julio Dávalos Santa Cruz, oriundo de Beni, la ciudad tenía una población, de "aquí a allá", de más o menos 1.200 habitantes y un desarrollo de unas cuantas casitas.
A los 78 años, don Julio, como le reverencian quienes le saludan, frecuenta un cafetín de enfrente el estadio departamental que yergue en uno de los segmentos de la Avenida 9 de Febrero, en el corazón mismo de Cobija.
Dicen los clientes que ahí, en una mesita de 1m por 80cm, se sirve el mejor cafecito de la ciudad de 65.000 habitantes, enclavada en el norte amazónico de Bolivia, a unos pasos de las ciudades brasileñas de Epitazolandia y Brasilea.
En tacitas de100 ml, el cafecito, se ha vuelto una tradición a las 7 de la mañana, cuando el sol no abrasa aún en la tórrida ciudad que un teniente coronel, Enrique Cornejo Fernández, fue a fundar el 9 de febrero de 1906, cuando Bolivia tenía idea que en el extremo septentrional de su territorio, después de cercenado el Acre de su heredad, sólo existía el Territorio de Colonias.
Mientras Dávalos, de padre sucrense y madre cruceña y nacido en Trinidad, capital del departamento Beni, vecino nordestino de Pando, esgrime el segundo sino el tercer cigarrillo de la mañana que termina de despuntar para arruinarle el cafecito --con empanadas de queso fritas, una delicadeza, que cada 5 minutos la dueña de la negociación emplaza en una bandeja sin contarlas y confiada en que los comensales declararán sin picardías su consumo-- a los compinches de todos los días y la vida.
Uno de ellos es el hijo de quien dio su nombre para reconocer el aeropuerto de la ciudad, Capitán Aníbal Arab.
Dávalos escucha las bromas que unos se gastan con otros y él mismo y las reposiciones, todas propias de la más aguda viveza criolla.
"Era un charquingo", dice Dávalos en un intento por describir lo pequeña que era Cobija y lo abandonada que se mantuvo hasta los "70.
Julio Dávalos trata de atribuir el despegue de la ciudad que lo cobija y cuyo nombre se debe al puerto que Bolivia perdió en el Pacífico a manos de Chile cuando en 1879 fuerzas militares de ese país se metieron en Antofagasta, a unos 2.500 km de aquí, y se adueñaron de 400 km de costa y 120.000 km2 de territorios, al dictador de los "70 y más tarde presidente de derecho, Hugo Banzer.
Mas pierde la hilación cuando se trata de hablar del moderno terminal aéreo que se levanta en Cobija, que reemplaza a un galpón de techumbres cafénegro oxidadas y viejas, que solventó durante décadas las operaciones aéreas en este girón patrio.
Mas, todavía, cuando gira el torso, lo que hace más notables el sombrero de ala corta, tipo guachito de los 30 del siglo pasado y la nariz aguileña que parece proteger el faso y descansa sobre un nutrido bigote entrecano que se conmueve cuando echa habladas y narra su historia personal, se recorta la estructura del estadio de fútbol, que se erige hace no más de 18 meses.
Dice, en tono de raga, como para que no le crean que llegó a Cobija por 20 días, que le faltó billete para volver a su Trinidad y que no volvió pues en la capital de la Perla del Acre conoció el amor, echó raíces y seguramente dejará los huesos.
Huele a conservador de viejo cuño, pero, hijo de su época finalmente, reconoce tácitamente que el estadio de fútbol con aforo para 30.000 que el presidente Evo Morales mandó a construir en el mismo centro de la ciudad y que coquetea a simple vista de forastero, le ha dado vida y lustre a la urbe que se desarrolla sin solución de continuidad.
"Querían que se construya allá y yo dije "aquí, está hermoso"", confesiona mientras el hijo de Arab admite, para sortear las bromas de sus contertulios matinales, que salió "a comprar pan para el yerno" que a esa hora de la mañana dormía, seguramente, a pierna suelta, en medio de una sonora carcajada de los viejos y no tanto del cafecito.
La marcha ascensional de Cobija, donde se construye un hospital de tercer nivel-estos días se pueden ver las fundaciones- y donde funciona una universidad cuyo campus nada tiene que envidiar a ninguno otro de la región, ha comenzado ya, pese a sus calles aún de tierra y sus flacos servicios básicos.
Cobija, ABI
Dice que cuando llegó a Cobija, allá por los 30 ó 40, como inspector de sanidad o algo por el estilo, Julio Dávalos Santa Cruz, oriundo de Beni, la ciudad tenía una población, de "aquí a allá", de más o menos 1.200 habitantes y un desarrollo de unas cuantas casitas.
A los 78 años, don Julio, como le reverencian quienes le saludan, frecuenta un cafetín de enfrente el estadio departamental que yergue en uno de los segmentos de la Avenida 9 de Febrero, en el corazón mismo de Cobija.
Dicen los clientes que ahí, en una mesita de 1m por 80cm, se sirve el mejor cafecito de la ciudad de 65.000 habitantes, enclavada en el norte amazónico de Bolivia, a unos pasos de las ciudades brasileñas de Epitazolandia y Brasilea.
En tacitas de100 ml, el cafecito, se ha vuelto una tradición a las 7 de la mañana, cuando el sol no abrasa aún en la tórrida ciudad que un teniente coronel, Enrique Cornejo Fernández, fue a fundar el 9 de febrero de 1906, cuando Bolivia tenía idea que en el extremo septentrional de su territorio, después de cercenado el Acre de su heredad, sólo existía el Territorio de Colonias.
Mientras Dávalos, de padre sucrense y madre cruceña y nacido en Trinidad, capital del departamento Beni, vecino nordestino de Pando, esgrime el segundo sino el tercer cigarrillo de la mañana que termina de despuntar para arruinarle el cafecito --con empanadas de queso fritas, una delicadeza, que cada 5 minutos la dueña de la negociación emplaza en una bandeja sin contarlas y confiada en que los comensales declararán sin picardías su consumo-- a los compinches de todos los días y la vida.
Uno de ellos es el hijo de quien dio su nombre para reconocer el aeropuerto de la ciudad, Capitán Aníbal Arab.
Dávalos escucha las bromas que unos se gastan con otros y él mismo y las reposiciones, todas propias de la más aguda viveza criolla.
"Era un charquingo", dice Dávalos en un intento por describir lo pequeña que era Cobija y lo abandonada que se mantuvo hasta los "70.
Julio Dávalos trata de atribuir el despegue de la ciudad que lo cobija y cuyo nombre se debe al puerto que Bolivia perdió en el Pacífico a manos de Chile cuando en 1879 fuerzas militares de ese país se metieron en Antofagasta, a unos 2.500 km de aquí, y se adueñaron de 400 km de costa y 120.000 km2 de territorios, al dictador de los "70 y más tarde presidente de derecho, Hugo Banzer.
Mas pierde la hilación cuando se trata de hablar del moderno terminal aéreo que se levanta en Cobija, que reemplaza a un galpón de techumbres cafénegro oxidadas y viejas, que solventó durante décadas las operaciones aéreas en este girón patrio.
Mas, todavía, cuando gira el torso, lo que hace más notables el sombrero de ala corta, tipo guachito de los 30 del siglo pasado y la nariz aguileña que parece proteger el faso y descansa sobre un nutrido bigote entrecano que se conmueve cuando echa habladas y narra su historia personal, se recorta la estructura del estadio de fútbol, que se erige hace no más de 18 meses.
Dice, en tono de raga, como para que no le crean que llegó a Cobija por 20 días, que le faltó billete para volver a su Trinidad y que no volvió pues en la capital de la Perla del Acre conoció el amor, echó raíces y seguramente dejará los huesos.
Huele a conservador de viejo cuño, pero, hijo de su época finalmente, reconoce tácitamente que el estadio de fútbol con aforo para 30.000 que el presidente Evo Morales mandó a construir en el mismo centro de la ciudad y que coquetea a simple vista de forastero, le ha dado vida y lustre a la urbe que se desarrolla sin solución de continuidad.
"Querían que se construya allá y yo dije "aquí, está hermoso"", confesiona mientras el hijo de Arab admite, para sortear las bromas de sus contertulios matinales, que salió "a comprar pan para el yerno" que a esa hora de la mañana dormía, seguramente, a pierna suelta, en medio de una sonora carcajada de los viejos y no tanto del cafecito.
La marcha ascensional de Cobija, donde se construye un hospital de tercer nivel-estos días se pueden ver las fundaciones- y donde funciona una universidad cuyo campus nada tiene que envidiar a ninguno otro de la región, ha comenzado ya, pese a sus calles aún de tierra y sus flacos servicios básicos.