El ISIS disputa al régimen sirio el corredor de Homs

Las fuerzas de El Asad y los aviones rusos arrebatan varias localidades de esta provincia
Se trata de un enclave entre el feudo alauí y la histórica Palmira

Natalia Sancha
Mahin, El País
Una enorme nube de polvo envuelve al puñado de soldados del Ejército sirio mientras se cubren las orejas para evitar que el estruendo les reviente los tímpanos. Tras un breve ajuste de coordenadas, regresan al lanzacohetes insertando una nueva carga. A pocos metros a su izquierda, el disparo de un misil retumba dejando un destello detrás. El impacto levanta otra columna de polvo y humo esta vez a siete kilómetros del puesto de artillería. Se trata de la localidad de Hawarin, donde decenas de yihadistas del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) intentan contener el avance de las tropas regulares para retomar Palmira. La respuesta de los yihadistas no se hace esperar con una lluvia de morteros.


“Homs es actualmente uno de los frentes más estratégicos”, valora el general Suleiman Daher, quien antes de este destino permaneciera 17 meses cercado por el ISIS en una base militar de Raqa, capital del califato. “Homs es el corredor que conecta con Alepo al norte [capital económica del país], Latakia, al oeste [feudo alauí, confesión a la que pertenece la familia presidencial], Palmira, al este, y Damasco, al sur”, explica el militar. En el flanco este de esta estratégica ciudad —controlada en su totalidad por el régimen tras abandonar este martes los rebeldes el único distrito en su poder—, el ISIS lograba hacerse dos meses atrás con los poblados de El Qariatein, Hawarin y Mahin.

Esta guerra se libra en un vasto desierto plano salpicado de ruinas milenarias, donde la artillería pesada de las tropas regulares cobran ventaja frente a los morteros y tanques del ISIS. Es en las calles de los pueblos, como en El Qariatein, a 12 kilómetros de esta posición, donde se libra la batalla cuerpo a cuerpo produciendo el mayor número de pérdidas.

Recuperada por las tropas leales hace apenas una semana, Mahin es hoy una ciudad fantasma. La mayoría de los 15.000 habitantes huyeron del ISIS. Otros se sumaron a ellos. Al igual que sucediera en otras localidades sirias, Mahin caía en manos de los yihadistas de noche, gracias al apoyo de simpatizantes o “traidores”, como les llaman los vecinos.

La operación para su reconquista duró 18 días y contó con el apoyo de la aviación rusa. Sin embargo, los soldados saltan al oír la palabra “rusos”. “Aquí no hay un solo ruso, todos somos sirios. Este es cristiano de Amran; este, suní de Deir al Zor; este, druso de Sueida, y yo, de Latakia”, espeta el oficial al cargo. “Estamos muy agradecidos a la aviacion rusa por el apoyo, pero aquí, en la tierra, somos los soldados sirios quienes entregan su vida desde hace años para liberar al país”, apostilla.

En menos de una hora, tres ambulancias cruzarán a toda velocidad los 70 kilómetros de caminos terrenosos que separan el frente del hospital más cercano. En las cunetas, una hilera de coches calcinados. Un barreño de aceitunas mohosas sobre la mesa junto a un café a medio beber recuerda que la familia Sad tuvo que abandonar su hogar a toda prisa. El pasaporte de Hafed Sad, nacido en 1971, yace sobre el suelo junto a varias prendas y un bote de mermelada. Las tiendas y hogares han sido saqueados.
La resistencia de Sadda

La conquista de Mahin alertó a los vecinos de Sadda, siguiente poblado en dirección a Homs, que cuenta con 25.000 habitantes, su gran mayoría cristianos. “Llegaron hasta la mitad del pueblo, pero los jóvenes de la Defensa Civil lograron contenerlos hasta que llegó el Ejército”, explica Zeina Khoury, de 62 años. Tras dos meses de guerra, los constantes estruendos no logran ya alterar el pulso de esta mujer que prosigue agujas en mano tejiendo un gorrito de lana. Originaria de El Qariatein, último poblado habitado antes de Palmira, Khoury asegura que el ISIS mantiene secuestrados a 30 civiles cristianos, usados de escudos humanos.

Otros vecinos de Sadda, como Habba el Halil, de 66 años, lo han perdido todo. Ahora vive temporalmente con sus tres hijas en una de las casas abandonadas. La suya ha quedado reducida a un montón de piedras. Tan solo el arco de la entrada, coronado con una cruz, permanece intacto. La pobreza les impide huir. Resignada, Halil levanta hacia el cielo unas manos ásperas y agrietadas por largos años de trabajo en la tierra. “Aquí somos todos aceituneros”, espeta. La guerra ha derribado su casa y arrancado sus olivos.

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