ANÁLISIS / Ramadi, ni conquista irreversible ni solución militar
Por mucho que traten de presentarla como una victoria clave contra el ISIS la toma de Ramadi es apenas una gota en el océano
Jesús A. Núñez Villaverde, El País
Antes fue Tikrit y ahora Ramadi. Pero conviene atemperar el entusiasmo que lleva a algunos a vislumbrar la inmediata reconquista de Mosul y el final de ISIS (acrónimo en inglés del Estado Islámico de Irak y el Levante).
Por mucho que la propaganda de Washington y Bagdad trate de presentarla como una victoria que marcará un giro cualitativo en el proceso de eliminación de Daesh, la toma de Ramadi es apenas una gota en el océano. Aunque es la capital de la provincia occidental de Anbar no constituye un punto estratégico de mayor nivel que tantas otras localidades cercanas, en las que Daesh aún mantiene efectivos muy activos.
Y, desde luego, no supone dejar el paso franco a las tropas que en su momento deben encarar la ofensiva para recuperar Mosul (segunda ciudad del país), una tarea que todavía se adivina lejana por la incompetencia demostrada hasta ahora por el Ejército iraquí, el rechazo occidental a desplegar tropas propias en el terreno y el reiterado fracaso de tantos programas orientados a mejorar la operatividad de las fuerzas locales. El tiempo transcurrido desde la proclamación del delirante califato yihadista enseña que ninguno de los actores combatientes en presencia tiene fuerza suficiente para imponerse definitivamente a sus oponentes en todos los frentes.
Eso deriva en un recurrente proceso que registra episodios de aparente avance (en cuanto un actor concentra fuerzas en un punto que ha sido abandonado por el contrario), seguidos de inmediato de nuevos retrocesos (en cuanto se reorienta el despliegue militar hacia la plaza perdida anteriormente, dejando desguarnecidos otros objetivos que pasan de inmediato a ser ocupados por el adversario). Y eso vale también para Ramadi, que ya ha cambiado de dueño varias veces.
En definitiva, tanto Washington como Bagdad necesitaban imperiosamente “vender” alguna buena noticia para autosugestionarse con los aires de la victoria y para transmitir la idea de que su estrategia militar funciona. Lo malo es que ni hay conquista irreversible (aunque Daesh será desmantelado en su actual formato), ni mucho menos solución militar a la amenaza del terrorismo yihadista.
Obnubilados en una huida hacia adelante que no repara en jugar con fuego (aunque finalmente sus promotores acaben también quemándose), nadie parece detenerse a considerar que apostar por fuerzas armadas de un gobierno crecientemente sectario, por milicias chiíes deseosas de seguir marginando a los suníes iraquíes y por peshmergas kurdos interesados en controlar el núcleo petrolífero de Kirkuk para solidificar su sueño nacional es apostar por más violencia futura.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Sígueme en @SusoNunez.
Jesús A. Núñez Villaverde, El País
Antes fue Tikrit y ahora Ramadi. Pero conviene atemperar el entusiasmo que lleva a algunos a vislumbrar la inmediata reconquista de Mosul y el final de ISIS (acrónimo en inglés del Estado Islámico de Irak y el Levante).
Por mucho que la propaganda de Washington y Bagdad trate de presentarla como una victoria que marcará un giro cualitativo en el proceso de eliminación de Daesh, la toma de Ramadi es apenas una gota en el océano. Aunque es la capital de la provincia occidental de Anbar no constituye un punto estratégico de mayor nivel que tantas otras localidades cercanas, en las que Daesh aún mantiene efectivos muy activos.
Y, desde luego, no supone dejar el paso franco a las tropas que en su momento deben encarar la ofensiva para recuperar Mosul (segunda ciudad del país), una tarea que todavía se adivina lejana por la incompetencia demostrada hasta ahora por el Ejército iraquí, el rechazo occidental a desplegar tropas propias en el terreno y el reiterado fracaso de tantos programas orientados a mejorar la operatividad de las fuerzas locales. El tiempo transcurrido desde la proclamación del delirante califato yihadista enseña que ninguno de los actores combatientes en presencia tiene fuerza suficiente para imponerse definitivamente a sus oponentes en todos los frentes.
Eso deriva en un recurrente proceso que registra episodios de aparente avance (en cuanto un actor concentra fuerzas en un punto que ha sido abandonado por el contrario), seguidos de inmediato de nuevos retrocesos (en cuanto se reorienta el despliegue militar hacia la plaza perdida anteriormente, dejando desguarnecidos otros objetivos que pasan de inmediato a ser ocupados por el adversario). Y eso vale también para Ramadi, que ya ha cambiado de dueño varias veces.
En definitiva, tanto Washington como Bagdad necesitaban imperiosamente “vender” alguna buena noticia para autosugestionarse con los aires de la victoria y para transmitir la idea de que su estrategia militar funciona. Lo malo es que ni hay conquista irreversible (aunque Daesh será desmantelado en su actual formato), ni mucho menos solución militar a la amenaza del terrorismo yihadista.
Obnubilados en una huida hacia adelante que no repara en jugar con fuego (aunque finalmente sus promotores acaben también quemándose), nadie parece detenerse a considerar que apostar por fuerzas armadas de un gobierno crecientemente sectario, por milicias chiíes deseosas de seguir marginando a los suníes iraquíes y por peshmergas kurdos interesados en controlar el núcleo petrolífero de Kirkuk para solidificar su sueño nacional es apostar por más violencia futura.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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