La táctica del miedo

La propuesta “yo o el hambre” se asienta en los proyectos populistas de América Latina

Carlos Pagni, El País
El próximo día 22, los argentinos elegirán a su presidente, por primera vez, en un balotaje. Ese sistema resulta atractivo, sobre todo, en sociedades que creen llevar en su seno algún demonio. La segunda vuelta induce a la formación de una mayoría interesada en impedir que ese demonio llegue al poder. A esos votantes, diría Borges, no les une el amor sino el espanto.


Si tal demonio no existiera, hay que crearlo. La movilización de una corriente triunfadora exige construir un consenso negativo sobre el adversario. Es lo que está haciendo el kirchnerista Daniel Scioli. Él explica que si gana su rival, Mauricio Macri, los beneficiarios de 12 años de políticas distributivas perderán lo conquistado. Para simplificar: el mensaje de Scioli es "yo o el hambre".

Como explicaron anteayer en EL PAÍS Carlos Cué y Carla Jiménez, esa estrategia está inspirada en la que desarrolló la brasileña Dilma Rousseff, un año atrás, para conseguir la reelección. Rousseff se presentó como la heroína de la justicia social, e identificó a sus competidores, Marina Silva y Aécio Neves, como una regresión al "ajuste neoliberal", que supone la pérdida de las ventajas alcanzadas. El argumento alcanzó un extremo en un aviso en el cual Lula da Silva alertaba: "¿Te acuerdas de que cuando gobernaban los que quieren gobernar ahora no tenías autito? ¿Sabes por qué? Porque ellos no quieren que lo tengas. Por eso, si ganan, te quitarán tu autito". Así de sutil.

Para que la receta de Rousseff produzca el mismo resultado, Scioli debe superar algunos desafíos. Uno tiene que ver con su situación electoral. La brasileña había sacado en la primera vuelta 41,61% de los votos. Y su segundo, Neves, 33,53%. Para ganar, ella necesitaba menos de nueve puntos. En cambio, su rival debía remontar más de 16. Las expectativas siempre favorecieron a Rousseff.

En cambio Scioli, que pensaba sacar 42%, obtuvo 37,08. Y Macri, a quien se le adjudicaba 30%, llegó a 34,15. En consecuencia, ambos deben hacer un esfuerzo similar para alcanzar la mayoría. Además, la sorpresa por el resultado invirtió el sentido de las apuestas. Según la consultora Isonomía, el día anterior a la primera vuelta el 65% del electorado creía que el próximo presidente sería Scioli. Hoy el 55% cree que será Macri.

La otra dificultad de Scioli para imitar a Rousseff es la verosimilitud de su amenaza. Cuando ella alertaba sobre el riesgo de perder lo conseguido, Brasil tenía un desempleo del 6%, inflación del 6%, reservas monetarias equivalentes al 15% del PBI y tipo de cambio estable. En cambio, Daniel Scioli plantea la misma alarma con un desempleo del 11%, inflación del 25%, reservas equivalentes al 1,4% del PBI y un mercado cambiario paralelo cuya brecha es del 70% respecto del oficial.

Scioli llega un poco tarde. Intenta alarmar con la pérdida de beneficios que la economía argentina no ofrece hace ya tiempo. La actividad está estancada desde hace tres años. Con un agravante: él debe seducir, sobre todo, a los votantes de Sergio Massa, quien salió tercero en la primera vuelta. Representaron el 21,39% de la elección. Muchos son peronistas, pero están desencantados. Ya perdieron lo que habían adquirido y culpan al Gobierno por ese deterioro.

Sería un error, sin embargo, reducir la propuesta "yo o el hambre" sólo a una táctica electoral. Ese planteo se asienta en una concepción hegemónica de la vida pública. Los proyectos populistas se consideran a sí mismos la encarnación del interés nacional. El otro no es una alternativa electoral. Es el enemigo del pueblo. El miedo al otro excede la función proselitista. Es una condición de todo experimento autoritario.

Otra vez el chavismo es un espejo que exagera. Nicolás Maduro advirtió que, si pierde las legislativas del 6 de diciembre, "Venezuela entraría en una de las más turbias etapas de su vida". Dijo que pasaría a gobernar "con el pueblo", lo que supone que quienes voten en su contra no pertenecen al pueblo.

La crisis del populismo se agrava en América Latina por la creciente incongruencia entre la declinante situación socioeconómica y el cantar de gesta de sus líderes. En Brasil esa fisura quedó expuesta. Apenas reasumió, Rousseff ejecutó el ajuste que había imputado a sus rivales. El mensaje fue implacable. Fue como si a quienes le habían dado el voto les dijera: "Ahora el autito te lo quito yo".

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