Generación tormenta’: los jóvenes radicales kurdos que no negocian
Han crecido en un ambiente de violencia en las ciudades y priorizan las armas sobre la política
Andrés Mourenza
Diyarbakir, El País
Votar con un fusil cargado apenas a unos metros de la urna parecía cosa del pasado, de cuando Turquía estaba controlada por los militares. Sin embargo, esta escena se repitió en todo el sudeste kurdo del país durante las elecciones del domingo: agentes de las fuerzas especiales en pasamontañas se paseaban por los colegios electorales bajo las miradas de suspicacia de los locales. En el distrito de Sur (Diyarbakir) muchos ya están acostumbrados, pues por sus calles patrullan continuamente los blindados de la policía, coronados por ametralladoras móviles.
Hace poco más de dos semanas, este distrito estaba completamente sitiado por la policía debido a los enfrentamientos entre las fuerzas especiales y militantes del Movimiento de la Juventud Patriota Revolucionaria (YDG-H). Pero, ¿quiénes son estos jóvenes? “Son los chicos del barrio, que construyen barricadas para impedir que la policía entre a su vecindario pues temen que ataque a la población local”, explica Ziya Pir, diputado del partido prokurdo HDP. Pero estas barricadas provocan a su vez la reacción del Gobierno, que envía continuamente a las fuerzas especiales a combatirlos pues no está dispuesto a tolerar que barrios enteros desafíen la autoridad del Estado.
La aparición del YDG-H, vinculado al grupo armado PKK, es una de las principales novedades de esta nueva fase del conflicto kurdo, tras la rotura de la tregua el pasado julio. El analista militar Metin Gürcan lo considera un cambio clave respecto a la insurgencia de pasadas décadas, cuando el PKK luchaba con tácticas propias de la guerrilla: bajar de las montañas y golpear a los militares en el espacio rural. “Ahora los combates se han trasladado a las ciudades y los protagonizan jóvenes locales que viven entre la población civil”, subraya.
Los políticos locales definen a estos jóvenes, de entre 15 y 30 años, como “la generación tormenta”, pues han crecido en medio del conflicto, en un ambiente de violencia, con pocas oportunidades laborales y educativas. “Nos hemos criado en medio de la ira. Hemos sufrido golpes y torturas de la policía”, explica un joven de 29 años de Diyarbakir que se hace llamar Jiyan: “Ni a mí ni a otros compañeros nos parece mal que se mate a policías, porque ellos son los terroristas que asesinan niños cada día”.
Los violentos chicos del barrio
Ya no son los jóvenes que, antaño, se enfrentaban a pedradas, petardos o cócteles molotov a los agentes, sino grupos armados con pistolas, fusiles e incluso lanzacohetes. “Esto es Oriente Próximo, es fácil encontrar armas”, afirma Jiyan. Un boquete de dos metros de diámetro en medio de la calle atestigua el nivel de los enfrentamientos: es el hueco dejado por un artefacto explosivo que hizo volar por los aires a un blindado de la policía, matando a un agente e hiriendo a otros seis. Los chicos del barrio muestran trozos del blindado como trofeos: “¡Este es el poder del Kurdistán!”, exclama un joven de 25 años. A su lado, un chaval de 11 apunta: “Hicieron la bomba con (explosivo) C4”. Hasta los más pequeños dominan ya la terminología militar -rifle de francotirador, RPG, kalashnikov…- pues forma parte de su cotidianeidad.
Son niños que crecen viendo cómo sus amigos mueren a causa del conflicto. Murat, de trece años, vive en la misma calle en la que los disparos de la policía mataron a Helin, una niña de doce, el pasado 12 de octubre. “Le dieron en la cabeza y se tambaleó hasta aquí antes de morir, había trozos de cerebro por todos lados”, narra Murat señalando la mancha de sangre donde fue abatida. Violencia que alimenta el odio, odio que genera más violencia. Nuevas generaciones de la tormenta.
Durante la campaña electoral, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) prometió resucitar el proceso de paz kurdo sólo si obtenía la mayoría absoluta, cosa que logró el domingo. Ya este lunes, el portavoz de la formación islamista, Ömer Çelik, dio señales en este sentido: “Podríamos retomar el proceso, siempre que se abandonen las armas y se garantice la seguridad pública”. Pero deberá darse prisa, pues las nuevas generaciones de kurdos no están tan predispuestas como sus mayores a sentarse a la mesa de negociaciones.
“Cuando me arrestaron, mi hijo de 16 años perdió la fe en la política democrática y dijo ‘Esto solo se arregla con las armas’. Yo intenté convencerle de lo contrario, pero finalmente se echó al monte”, relata Abdullah Demirbas (49 años), exalcalde de Sur, que se enfrenta a juicio bajo el cargo de colaborar con el PKK. En los últimos meses decenas de alcaldes y concejales de partidos kurdos han sido arrestados por hacer declaraciones unilaterales de “autonomía” o acusados de pertenencia a banda armada. “En momentos de conflicto, normalmente, se pide que los políticos demos un paso al frente para calmar la tensión. En Turquía se hace lo contrario, se detiene a los representantes políticos y de esta forma se queman los puentes –subraya Demirbas-. El Gobierno no se da cuenta de que nosotros somos la última generación dispuesta a negociar. Los que vienen detrás son mucho más radicales”.
Andrés Mourenza
Diyarbakir, El País
Votar con un fusil cargado apenas a unos metros de la urna parecía cosa del pasado, de cuando Turquía estaba controlada por los militares. Sin embargo, esta escena se repitió en todo el sudeste kurdo del país durante las elecciones del domingo: agentes de las fuerzas especiales en pasamontañas se paseaban por los colegios electorales bajo las miradas de suspicacia de los locales. En el distrito de Sur (Diyarbakir) muchos ya están acostumbrados, pues por sus calles patrullan continuamente los blindados de la policía, coronados por ametralladoras móviles.
Hace poco más de dos semanas, este distrito estaba completamente sitiado por la policía debido a los enfrentamientos entre las fuerzas especiales y militantes del Movimiento de la Juventud Patriota Revolucionaria (YDG-H). Pero, ¿quiénes son estos jóvenes? “Son los chicos del barrio, que construyen barricadas para impedir que la policía entre a su vecindario pues temen que ataque a la población local”, explica Ziya Pir, diputado del partido prokurdo HDP. Pero estas barricadas provocan a su vez la reacción del Gobierno, que envía continuamente a las fuerzas especiales a combatirlos pues no está dispuesto a tolerar que barrios enteros desafíen la autoridad del Estado.
La aparición del YDG-H, vinculado al grupo armado PKK, es una de las principales novedades de esta nueva fase del conflicto kurdo, tras la rotura de la tregua el pasado julio. El analista militar Metin Gürcan lo considera un cambio clave respecto a la insurgencia de pasadas décadas, cuando el PKK luchaba con tácticas propias de la guerrilla: bajar de las montañas y golpear a los militares en el espacio rural. “Ahora los combates se han trasladado a las ciudades y los protagonizan jóvenes locales que viven entre la población civil”, subraya.
Los políticos locales definen a estos jóvenes, de entre 15 y 30 años, como “la generación tormenta”, pues han crecido en medio del conflicto, en un ambiente de violencia, con pocas oportunidades laborales y educativas. “Nos hemos criado en medio de la ira. Hemos sufrido golpes y torturas de la policía”, explica un joven de 29 años de Diyarbakir que se hace llamar Jiyan: “Ni a mí ni a otros compañeros nos parece mal que se mate a policías, porque ellos son los terroristas que asesinan niños cada día”.
Los violentos chicos del barrio
Ya no son los jóvenes que, antaño, se enfrentaban a pedradas, petardos o cócteles molotov a los agentes, sino grupos armados con pistolas, fusiles e incluso lanzacohetes. “Esto es Oriente Próximo, es fácil encontrar armas”, afirma Jiyan. Un boquete de dos metros de diámetro en medio de la calle atestigua el nivel de los enfrentamientos: es el hueco dejado por un artefacto explosivo que hizo volar por los aires a un blindado de la policía, matando a un agente e hiriendo a otros seis. Los chicos del barrio muestran trozos del blindado como trofeos: “¡Este es el poder del Kurdistán!”, exclama un joven de 25 años. A su lado, un chaval de 11 apunta: “Hicieron la bomba con (explosivo) C4”. Hasta los más pequeños dominan ya la terminología militar -rifle de francotirador, RPG, kalashnikov…- pues forma parte de su cotidianeidad.
Son niños que crecen viendo cómo sus amigos mueren a causa del conflicto. Murat, de trece años, vive en la misma calle en la que los disparos de la policía mataron a Helin, una niña de doce, el pasado 12 de octubre. “Le dieron en la cabeza y se tambaleó hasta aquí antes de morir, había trozos de cerebro por todos lados”, narra Murat señalando la mancha de sangre donde fue abatida. Violencia que alimenta el odio, odio que genera más violencia. Nuevas generaciones de la tormenta.
Durante la campaña electoral, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) prometió resucitar el proceso de paz kurdo sólo si obtenía la mayoría absoluta, cosa que logró el domingo. Ya este lunes, el portavoz de la formación islamista, Ömer Çelik, dio señales en este sentido: “Podríamos retomar el proceso, siempre que se abandonen las armas y se garantice la seguridad pública”. Pero deberá darse prisa, pues las nuevas generaciones de kurdos no están tan predispuestas como sus mayores a sentarse a la mesa de negociaciones.
“Cuando me arrestaron, mi hijo de 16 años perdió la fe en la política democrática y dijo ‘Esto solo se arregla con las armas’. Yo intenté convencerle de lo contrario, pero finalmente se echó al monte”, relata Abdullah Demirbas (49 años), exalcalde de Sur, que se enfrenta a juicio bajo el cargo de colaborar con el PKK. En los últimos meses decenas de alcaldes y concejales de partidos kurdos han sido arrestados por hacer declaraciones unilaterales de “autonomía” o acusados de pertenencia a banda armada. “En momentos de conflicto, normalmente, se pide que los políticos demos un paso al frente para calmar la tensión. En Turquía se hace lo contrario, se detiene a los representantes políticos y de esta forma se queman los puentes –subraya Demirbas-. El Gobierno no se da cuenta de que nosotros somos la última generación dispuesta a negociar. Los que vienen detrás son mucho más radicales”.