El precio de la incoherencia
Madrid, Marca
No hay decibelios suficientes para tapar el eco de la desastrosa actuación del Real Madrid frente al Barça. Nadie esperaba una goleada, pero casi todo el madridismo temía la derrota, con o sin Leo Messi en las filas azulgranas. Los últimos partidos habían sido tan decepcionantes que el desánimo se había apoderado de la hinchada, cada vez más perpleja por las extrañas señales que envían el club y el equipo. Por primera vez desde 2006, el Santiago Bernabéu pidió la dimisión de Florentino Pérez. El entrenador no sirvió de dique. A estas alturas, a Rafa Benítez se le interpreta más como la consecuencia de la deriva del presidente que como responsable de la crisis actual.
El madridismo no entendió los motivos reales de la destitución de Ancelotti. Nunca fueron bien explicados. Es cierto que el equipo había salido de la temporada sin ninguno de los tres títulos importantes, pero en el Bernabéu no existía un clamor contra el técnico italiano. Nunca se pidió su despido. La triste realidad del Real Madrid actual convierte en más inexplicable la salida de Ancelotti. El equipo, que cuenta con una plantilla mucho más competente que en la temporada anterior, juega mal, con un desánimo evidente.
Es un Madrid sin reflejos, agotado y confundido. Aunque dispone de estrellas en todas sus líneas, invita al abatimiento. Traslada a los aficionados la misma sensación de fatiga que sus dirigentes, con Florentino Pérez a la cabeza. El presidente, que siempre ha tenido una idea mesiánica de su papel en el club, puede tener todavía un amplio apoyo social, pero ya no despierta ningún entusiasmo. No tiene mística que vender. Sus partidarios le apoyan más por la prevención que generan sus posibles rivales que por el crédito de su discurso. Es una realidad temible para un dirigente que ha hecho todo lo posible por blindarse en el poder, pero que de ninguna manera ha alcanzado el objetivo de su regreso a la presidencia: recuperar la hegemonía del Real Madrid en el fútbol y, por extensión, acabar con el periodo de esplendor del Barcelona.
Rara vez encontrará un presidente del Real Madrid condiciones más estables para lograr el éxito. Florentino Pérez ha gobernado el club sin la menor oposición. Ganó sus dos elecciones (2009 y 2013) sin candidatos rivales, una incomparecencia debilitadora para la buena salud de la institución. Sin debate, ni proyectos alternativos, el Real Madrid ha entrado en una especie de caudillismo tecnocrático que no admite críticas. Sólo se tolera el culto a la personalidad del presidente. Cualquier divergencia se califica de sospechosa, artera y antimadridista.
Uno de los aspectos más relevantes del segundo periodo de Florentino Pérez como presidente ha sido la coincidencia con una época de incesantes turbulencias en el Barça. Es una norma de aplicación a la política, los negocios y el deporte que la estabilidad beneficia la buena gestión y que las crisis empujan al fracaso. Pocas veces la estabilidad ha sido peor aprovechada que en los dos mandatos sucesivos de Florentino Pérez. Su trayectoria desde el verano de 2009 se resume en un título de Liga, una Copa de Europa y dos Copas del Rey. En este periodo de seis años y medio han pasado cuatro entrenadores (Pellegrini, Mourinho, Ancelotti y Benítez) cuya principal característica es que ninguno tenía nada que ver con el anterior.
El Barça, la referencia
La escasez de éxitos ha definido este periodo presuntamente destinado a la grandeza y la recuperación de la supremacía mundial. En este trayecto, el Barcelona, que venía de conquistar la Triple Corona en la temporada 2008-09, ha ganado cuatro Ligas, dos Copas de Europa y dos Copas del Rey, además de infligir al Real Madrid un par de goleadas históricas: el 5-0 en el Camp Nou y el 0-4 del sábado en el Bernabéu. La diferencia es más que sustancial. Si algo se puede decir de este trayecto de seis años es que ha magnificado el esplendor del Barça, convertido sin discusión alguna en el equipo de referencia en todo el mundo.
Sorprende esta coronación del Barcelona en una de sus épocas más turbulentas de su historia. Es evidente que la gestión de Florentino Pérez en el Real Madrid no ha sabido aprovechar ni una sola de las muchas ventajas que le ha concedido el Barcelona, sometido desde 2008 a un inquietante proceso de problemas y desgracias: moción de censura a Joan Laporta (2008), investigación ordenada por Sandro Rosell a las cuentas de su predecesor (2010), salida de Guardiola y ruptura de relaciones con Rosell (2012), enfermedad y posterior fallecimiento de Tito Vilanova (2013), el proceso por presunto fraude en el fichaje de Neymar (2014), la dimisión del presidente Rosell (2014), el caso fiscal de Messi (2014) y la prohibición impuesta por la FIFA de fichar jugadores en el plazo de año y medio (2014-2015). Todo esto trufado con algunos episodios de máxima tensión en el equipo, como el célebre anoetazo (enero de 2015) que significó el punto más bajo de las relaciones de Messi con Luis Enrique y el despido de Andoni Zubizarreta, director deportivo del club hasta entonces.
Los caprichos del Madrid
No ha habido un solo año sin un gran problema en el Barça, alguno trágico y la mayoría de un calado que invitaba al desastre. Algo, sin embargo, se ha mantenido sin apenas fisuras, con una convicción que ha derrotado a los sucesivos ciclones que se han abatido sobre el club. Al Barça le ha sostenido su coherencia en el modelo deportivo. Por mucho que se discutan las diferencias entre tal o cual edición del Barça, el sustrato permanece. Está claro que se favorece de la presencia de grandes jugadores, pero de la misma o mayor cantidad de estrellas también puede presumir el Real Madrid.
Es en la incoherencia, las contradicciones y los caprichos donde se encuentra la raíz de los problemas del Real Madrid en el periodo hegemónico del Barça, de un Barça acribillado por la inestabilidad, pero con unas señas de identidad en su equipo que de ninguna manera le ha otorgado Florentino Pérez al suyo. De eso, de una gestión sin rumbo, se quejó el Bernabéu en la goleada del sábado ante el eterno rival.