El poderoso auge del yihadismo desborda a Bélgica
El país centroeuropeo es el cuarto en la UE con más detenciones por motivos terroristas
Lucía Abellán
Bruselas, El País
Bélgica emerge como el epicentro del terrorismo islamista en Europa. Este país centroeuropeo, que durante muchos años ha vivido ajeno a los problemas de seguridad, descubre con estupor que algunos de sus ciudadanos están dispuestos a morir y matar por la guerra siria, un drama que ocurre a miles de kilómetros de distancia de sus hogares. Y también a exportar el horror de ese conflicto a territorio europeo.
Con 475 ciudadanos que en algún momento han emprendido ese viaje siniestro, Bélgica es el país comunitario con más yihadistas per cápita (43 por cada millón de habitantes, según estimaciones que el Gobierno federal rehúsa confirmar). De acuerdo con esos cálculos, hay 269 belgas en Siria o en Irak y 15 en camino. Otros 129 han retornado y a 62 se les impidió partir.
Las críticas se ciernen sobre las autoridades belgas después de repasar los grandes atentados en la UE y descubrir que, desde el 11-M hasta los últimos ataques de París, todos han tenido alguna conexión belga. Pero las estadísticas muestran que el Estado no se ha cruzado de brazos. Bélgica es el cuarto país europeo con más detenciones por motivos terroristas (72), según datos de 2014 recogidos por Europol, la agencia europea especializada en terrorismo. Si se aíslan los casos de inspiración religiosa, es el segundo, después de Francia. Y de las 345 condenas que se produjeron en 15 países de la UE el año pasado, el 11% se dictaron en Bélgica. Esas cifras no incluyen la sentencia más destacada, que el pasado febrero consideró culpables a 45 yihadistas (aunque solo ocho estaban presentes) por liderar un grupo terrorista, Sharia4Belgium, con sede en Amberes. La consolidación de esa célula durante unos años en los que no existía tanta conciencia del riesgo yihadista contribuyó a expandir el reclutamiento de radicales en el corazón de la UE.
El terrorismo es relativamente nuevo para los belgas. Sin un fenómeno nacional como el de ETA en España, el país carecía de legislación antiterrorista específica hasta el 11-S. A partir de ahí se introdujeron normas que se han endurecido a raíz de los episodios yihadistas. Con algunas carencias. “Bélgica no tiene procedimientos excepcionales para casos de terrorismo; medidas como la interceptación de comunicaciones e infiltraciones se basan en los métodos ordinarios”, explica Anne Weyembergh, especialista en derecho penal y cooperación europea de la Universidad Libre de Bruselas. Esta experta considera que el país ya cuenta con bastantes medidas nuevas —la persecución penal del adiestramiento yihadista, la retirada del pasaporte a los que den muestras de querer viajar a Siria, los programas de desradicalización…— y que no se puede destinar un policía a cada sospechoso de abrazar el extremismo. Lamenta, eso sí, que no exista más cooperación entre los servicios de inteligencia de los Estados europeos, claves para evitar atentados. Bruselas no tiene competencias en esta materia.
Evitar la radicalización
Por muchas normas que se habiliten, la clave está en combatir la radicalización que sufren determinados núcleos desfavorecidos de jóvenes belgas de origen musulmán. El Ejecutivo aplica programas contra el extremismo en las prisiones, uno de los principales focos de propagación, pero el desafío sobrepasa los instrumentos disponibles. El ministro del Interior, Jan Jambon, ha dicho sin ambages: “Voy a limpiar Molenbeek”, el distrito de fuerte concentración árabe por el que han pasado, en algún momento, diferentes implicados en ataques terroristas.
Sin asumir fallos en el control, Françoise Schepmans, alcaldesa de ese distrito bruselense desde 2012, acusa a su antecesor, Philippe Moureaux, de haber “negado el fenómeno”. Y éste contraataca: “Es un completo fracaso de los servicios de inteligencia, tanto los franceses como los belgas”.
Lucía Abellán
Bruselas, El País
Bélgica emerge como el epicentro del terrorismo islamista en Europa. Este país centroeuropeo, que durante muchos años ha vivido ajeno a los problemas de seguridad, descubre con estupor que algunos de sus ciudadanos están dispuestos a morir y matar por la guerra siria, un drama que ocurre a miles de kilómetros de distancia de sus hogares. Y también a exportar el horror de ese conflicto a territorio europeo.
Con 475 ciudadanos que en algún momento han emprendido ese viaje siniestro, Bélgica es el país comunitario con más yihadistas per cápita (43 por cada millón de habitantes, según estimaciones que el Gobierno federal rehúsa confirmar). De acuerdo con esos cálculos, hay 269 belgas en Siria o en Irak y 15 en camino. Otros 129 han retornado y a 62 se les impidió partir.
Las críticas se ciernen sobre las autoridades belgas después de repasar los grandes atentados en la UE y descubrir que, desde el 11-M hasta los últimos ataques de París, todos han tenido alguna conexión belga. Pero las estadísticas muestran que el Estado no se ha cruzado de brazos. Bélgica es el cuarto país europeo con más detenciones por motivos terroristas (72), según datos de 2014 recogidos por Europol, la agencia europea especializada en terrorismo. Si se aíslan los casos de inspiración religiosa, es el segundo, después de Francia. Y de las 345 condenas que se produjeron en 15 países de la UE el año pasado, el 11% se dictaron en Bélgica. Esas cifras no incluyen la sentencia más destacada, que el pasado febrero consideró culpables a 45 yihadistas (aunque solo ocho estaban presentes) por liderar un grupo terrorista, Sharia4Belgium, con sede en Amberes. La consolidación de esa célula durante unos años en los que no existía tanta conciencia del riesgo yihadista contribuyó a expandir el reclutamiento de radicales en el corazón de la UE.
El terrorismo es relativamente nuevo para los belgas. Sin un fenómeno nacional como el de ETA en España, el país carecía de legislación antiterrorista específica hasta el 11-S. A partir de ahí se introdujeron normas que se han endurecido a raíz de los episodios yihadistas. Con algunas carencias. “Bélgica no tiene procedimientos excepcionales para casos de terrorismo; medidas como la interceptación de comunicaciones e infiltraciones se basan en los métodos ordinarios”, explica Anne Weyembergh, especialista en derecho penal y cooperación europea de la Universidad Libre de Bruselas. Esta experta considera que el país ya cuenta con bastantes medidas nuevas —la persecución penal del adiestramiento yihadista, la retirada del pasaporte a los que den muestras de querer viajar a Siria, los programas de desradicalización…— y que no se puede destinar un policía a cada sospechoso de abrazar el extremismo. Lamenta, eso sí, que no exista más cooperación entre los servicios de inteligencia de los Estados europeos, claves para evitar atentados. Bruselas no tiene competencias en esta materia.
Evitar la radicalización
Por muchas normas que se habiliten, la clave está en combatir la radicalización que sufren determinados núcleos desfavorecidos de jóvenes belgas de origen musulmán. El Ejecutivo aplica programas contra el extremismo en las prisiones, uno de los principales focos de propagación, pero el desafío sobrepasa los instrumentos disponibles. El ministro del Interior, Jan Jambon, ha dicho sin ambages: “Voy a limpiar Molenbeek”, el distrito de fuerte concentración árabe por el que han pasado, en algún momento, diferentes implicados en ataques terroristas.
Sin asumir fallos en el control, Françoise Schepmans, alcaldesa de ese distrito bruselense desde 2012, acusa a su antecesor, Philippe Moureaux, de haber “negado el fenómeno”. Y éste contraataca: “Es un completo fracaso de los servicios de inteligencia, tanto los franceses como los belgas”.