El Madrid queda en ruinas
Madrid, AS
Baño monumental de un Barça con un plan a un Madrid sin él y con una alineación política. Luis Suárez, dos veces, Iniesta y Neymar llevaron al marcador la insultante superioridad culé. Pitos y pañuelos al equipo y al presidente. Isco fue expulsado.
El Madrid ya arde en la hoguera. Encomendado su proyecto a un entrenador presuntamente renacentista que debía traer la modernidad, se vio atropellado por un Barcelona mejor de sótano a ático.
Fue un baño a la altura de otros históricos que cada poco se rescatan en la videoteca del club azulgrana para reafirmar el proyecto o para levantar la moral. El Madrid, con una alineación política e injusta con Carvajal e Isco, cuanto menos, no tuvo plan ni futbolistas y se vio abandonado por sus figuras y finalmente por el público, desatado también contra el presidente, responsable último del descosido. En los pañuelos había lágrimas de impotencia, desconsuelo y desesperanza. Fue una derrota estructural, desgarradora, con consecuencias, que abrirá una brecha de dimensiones aún por conocer porque va más allá de lo que dice la clasificación.
Este Madrid que a menudo confunde el equilibrio con el cloroformo ha perdido el instinto depredador. Ya no está en su ADN. Tampoco el inconformismo, su capacidad para evitar lo que parece inevitable. Así que el asalto arrebatador, con una presión en las alturas y un intento de quitarle la pelota y la razón al Barça y amurallarle le duró cinco minutos. La pretensión de irse a buscar al rival con esa fiereza y también con esa brevedad pareció más una ventolera que un plan. Pasado aquel ventarrón, el Barça fue desactivando a un Madrid con un once muy del gusto del público (Isco, al margen) y del palco y no sé si tanto del técnico.
Primero perdió la pelota, después se acobardó ante un Barça que ‘bartoleó’ (verbo que conjugaba Di Stéfano para explicar cómo se puede vaguear con el balón esperando mejores tiempos), más tarde perdió de vista a Sergi Roberto, cuya movilidad quedó sin vigilancia, y finalmente se vio en el abismo ante un rival bien adiestrado, que le fue madurando con velocidad, precisión, ocasiones y goles.
De atrás hacia adelante, el Madrid fue quedándose en nada, acelerando imprudentemente hacia el ridículo. Sin Casemiro en labores de policía, Modric y Kroos no fueron dique para un equipo con superioridad en el centro del campo ni primera piedra de ninguna obra. Ramos fue incapaz de leer la maniobra de Sergi Roberto en el primer gol que dejó un dos contra uno frente Varane ante el que Suárez, ariete de origen volcánico, no perdonó con el exterior del pie. El capitán del Madrid quedó desairado, se vio superado por la presión culé y se le fue la mano en más de una entrada. Varane resultó un desastre y Marcelo vivió con desconcierto las idas y venidas de Sergi Roberto, al que Luis Enrique ha investido como titularísimo cargado de razón. El desencanto fue especialmente audible con Danilo, emblema de una era que nunca le ha entrado por los ojos a la grada.
Así fue tragándose el partido al Madrid y así fue desconectándole el Barça de su público y de su ataque. A James le salvó el empeño y le perdió la precisión, Cristiano sigue bajo los efectos de aquel cambio de posición tan nocivo del que no ha vuelto y Benzema y Bale anduvieron en el limbo. El galés, que iba para jugador de culto, empeora a ritmo de vértigo, sin desborde, sin entusiasmo, sin sitio, sin alma. Y a Benzema, que ha empalmado lesión, interrogatorio judicial y amenaza de exclusión de la selección en la semana previa, regresó a ese aire ausente que tanto le molesta al Bernabéu. Benítez le ha pedido 25 goles, pero antes deberá despejarle la cabeza.
Al otro lado del mundo y frente a un Madrid sonámbulo, el Barça fue argumentando bien su ventaja. “Messi está sobrevalorado”, bromeó algún culé. Y es que Busquets, el jugador que hubiesen querido ser Del Bosque y ahora Luis Enrique, manejó el escenario; Iniesta fue propagando el juego en corto y en largo hasta acabar en gobernador general del duelo; Dani Alves regresó a los buenos tiempos y Suárez y Neymar fueron lo que se espera de ellos. En una labor coral redujeron a cenizas al Madrid y antes del descanso le hicieron dos goles, el segundo en fuera de juego de Neymar “por dos centímetros”, que diría Guardiola, y ante el que Keylor Navas no anduvo muy esmerado. Al filo del descanso Marcelo sacó sobre la línea un remate de Luis Suárez y el Bernabéu fue un volcán, con gritos de “Florentino dimisión” y una pañolada estimable. La hinchada ya se sentía al borde de otro Waterloo del tamaño del 0-5 o del 2-6.
El gabinete de crisis en el vestuario resolvió poco. Benítez no se apeó de su once y al arreón inicial, con remates rabiosos de Marcelo y James sin premio, le sucedió un prodigio de Iniesta y Neymar que acabó en el 0-3, con entrega y remate brutal del albaceteño tacón mediante del brasileño. Llegaron entonces Messi a la fiesta e Isco al funeral. Al madridista le aplaudió la gente y no pareció un acto de fe sino un latigazo más hacia Benítez. Fernández Borbalán se tragó entonces un penalti a Suárez y otro por mano de Piqué. El partido cambió de aire, pero no de dirección. También en ese intercambio loco de golpes pegó más y mejor el Barça, que iba de estocada en estocada sin separarse de la pelota y gustándose en el baile a un Madrid rendido, cautivo, desarmado y desolado. Cristiano abrochó su apagón perdonando a Bravo en un mano a mano y en un cabezazo franco y Suárez agigantó el desastre con una suave vaselina ante Keylor Navas con Messi ya en el recreo. El patadón final de Isco a Neymar que le costó la roja empeoró la fachada del desastre. Y Luis Enrique se incomodó cuando perdonó el quinto Munir. Ya se veía a la altura de Cruyff. El Barça se fue con seis puntos de ventaja, pero al Madrid le quedó la sensación de que está en Marte.
Baño monumental de un Barça con un plan a un Madrid sin él y con una alineación política. Luis Suárez, dos veces, Iniesta y Neymar llevaron al marcador la insultante superioridad culé. Pitos y pañuelos al equipo y al presidente. Isco fue expulsado.
El Madrid ya arde en la hoguera. Encomendado su proyecto a un entrenador presuntamente renacentista que debía traer la modernidad, se vio atropellado por un Barcelona mejor de sótano a ático.
Fue un baño a la altura de otros históricos que cada poco se rescatan en la videoteca del club azulgrana para reafirmar el proyecto o para levantar la moral. El Madrid, con una alineación política e injusta con Carvajal e Isco, cuanto menos, no tuvo plan ni futbolistas y se vio abandonado por sus figuras y finalmente por el público, desatado también contra el presidente, responsable último del descosido. En los pañuelos había lágrimas de impotencia, desconsuelo y desesperanza. Fue una derrota estructural, desgarradora, con consecuencias, que abrirá una brecha de dimensiones aún por conocer porque va más allá de lo que dice la clasificación.
Este Madrid que a menudo confunde el equilibrio con el cloroformo ha perdido el instinto depredador. Ya no está en su ADN. Tampoco el inconformismo, su capacidad para evitar lo que parece inevitable. Así que el asalto arrebatador, con una presión en las alturas y un intento de quitarle la pelota y la razón al Barça y amurallarle le duró cinco minutos. La pretensión de irse a buscar al rival con esa fiereza y también con esa brevedad pareció más una ventolera que un plan. Pasado aquel ventarrón, el Barça fue desactivando a un Madrid con un once muy del gusto del público (Isco, al margen) y del palco y no sé si tanto del técnico.
Primero perdió la pelota, después se acobardó ante un Barça que ‘bartoleó’ (verbo que conjugaba Di Stéfano para explicar cómo se puede vaguear con el balón esperando mejores tiempos), más tarde perdió de vista a Sergi Roberto, cuya movilidad quedó sin vigilancia, y finalmente se vio en el abismo ante un rival bien adiestrado, que le fue madurando con velocidad, precisión, ocasiones y goles.
De atrás hacia adelante, el Madrid fue quedándose en nada, acelerando imprudentemente hacia el ridículo. Sin Casemiro en labores de policía, Modric y Kroos no fueron dique para un equipo con superioridad en el centro del campo ni primera piedra de ninguna obra. Ramos fue incapaz de leer la maniobra de Sergi Roberto en el primer gol que dejó un dos contra uno frente Varane ante el que Suárez, ariete de origen volcánico, no perdonó con el exterior del pie. El capitán del Madrid quedó desairado, se vio superado por la presión culé y se le fue la mano en más de una entrada. Varane resultó un desastre y Marcelo vivió con desconcierto las idas y venidas de Sergi Roberto, al que Luis Enrique ha investido como titularísimo cargado de razón. El desencanto fue especialmente audible con Danilo, emblema de una era que nunca le ha entrado por los ojos a la grada.
Así fue tragándose el partido al Madrid y así fue desconectándole el Barça de su público y de su ataque. A James le salvó el empeño y le perdió la precisión, Cristiano sigue bajo los efectos de aquel cambio de posición tan nocivo del que no ha vuelto y Benzema y Bale anduvieron en el limbo. El galés, que iba para jugador de culto, empeora a ritmo de vértigo, sin desborde, sin entusiasmo, sin sitio, sin alma. Y a Benzema, que ha empalmado lesión, interrogatorio judicial y amenaza de exclusión de la selección en la semana previa, regresó a ese aire ausente que tanto le molesta al Bernabéu. Benítez le ha pedido 25 goles, pero antes deberá despejarle la cabeza.
Al otro lado del mundo y frente a un Madrid sonámbulo, el Barça fue argumentando bien su ventaja. “Messi está sobrevalorado”, bromeó algún culé. Y es que Busquets, el jugador que hubiesen querido ser Del Bosque y ahora Luis Enrique, manejó el escenario; Iniesta fue propagando el juego en corto y en largo hasta acabar en gobernador general del duelo; Dani Alves regresó a los buenos tiempos y Suárez y Neymar fueron lo que se espera de ellos. En una labor coral redujeron a cenizas al Madrid y antes del descanso le hicieron dos goles, el segundo en fuera de juego de Neymar “por dos centímetros”, que diría Guardiola, y ante el que Keylor Navas no anduvo muy esmerado. Al filo del descanso Marcelo sacó sobre la línea un remate de Luis Suárez y el Bernabéu fue un volcán, con gritos de “Florentino dimisión” y una pañolada estimable. La hinchada ya se sentía al borde de otro Waterloo del tamaño del 0-5 o del 2-6.
El gabinete de crisis en el vestuario resolvió poco. Benítez no se apeó de su once y al arreón inicial, con remates rabiosos de Marcelo y James sin premio, le sucedió un prodigio de Iniesta y Neymar que acabó en el 0-3, con entrega y remate brutal del albaceteño tacón mediante del brasileño. Llegaron entonces Messi a la fiesta e Isco al funeral. Al madridista le aplaudió la gente y no pareció un acto de fe sino un latigazo más hacia Benítez. Fernández Borbalán se tragó entonces un penalti a Suárez y otro por mano de Piqué. El partido cambió de aire, pero no de dirección. También en ese intercambio loco de golpes pegó más y mejor el Barça, que iba de estocada en estocada sin separarse de la pelota y gustándose en el baile a un Madrid rendido, cautivo, desarmado y desolado. Cristiano abrochó su apagón perdonando a Bravo en un mano a mano y en un cabezazo franco y Suárez agigantó el desastre con una suave vaselina ante Keylor Navas con Messi ya en el recreo. El patadón final de Isco a Neymar que le costó la roja empeoró la fachada del desastre. Y Luis Enrique se incomodó cuando perdonó el quinto Munir. Ya se veía a la altura de Cruyff. El Barça se fue con seis puntos de ventaja, pero al Madrid le quedó la sensación de que está en Marte.