El Atlético se congela en Astana
Astana, As
Sí, ven bien: Astana, 0-Atlético, 0. Y sí, los rojiblancos se dejaron dos puntos que nadie esperaba en Kazajistán (y se complica el camino en la Champions). Pero es que el Astana fue superior, creo más peligro y tuvo más el balón. Quizá es que el Atlético se confió por el partido en Madrid. O porque sintió Astana a sus pies cuando, en el calentamiento, por los altavoces del estadio comenzó a sonar el pasodoble de España Cañí. Pero ese fue el único detalle que los kazajos tuvieron con los rojiblancos. Porque los de Stoilov salieron como un rodillo y esta vez jugaban los buenos. Y se notó: Kabananga se dedicó a correr y Roger Cañas y Maksimovic le dieron al centro del campo el cuajo que le faltó hace quince días.
En la primera parte, el Astana no sólo creó más ocasiones que en los 90’ minutos del Calderón, también que el Atlético. Hizo una Shomko, otra Kabananga, Postnikov... Y se vino arriba. Lo bueno era que peligro, peligro, no llevaba ninguna. Lo malo es que al Atlético le pilló a contrapié y en toda la primera parte, de verdad, sólo tuvo dos: una de Torres y otra de Koke, al descanso, pero su lanzamiento de falta directa lo escupió el larguero.
El Atlético no tenía el balón, nadie lo quería. El centro no trenzaba, no combinaba, a Torres no le llegaban balones arriba y sólo Saúl parecía ponerle ganas. Tampoco ayudaba el estadio, a los rojiblancos, digo. Y no era el césped artificial el problema aunque el balón botara distinto e hiciera difícil los controles. Era el techo retráctil que sí, quitaba el frío, pero le daba aspecto de pabellón más que de estadio. Y eso sumado a los focos, que deslumbraban, y al público, que animaba como en balonmano, con bocinazos constantes y unos abanicos de cartón duro que imitaban a las matracas, a los del Cholo se le hizo el partido bola desde el inicio.
Después del descanso, la situación fue a peor. El Atlético desapareció del campo. Koke, que sigue sin estar, y Saúl se intercambiaron las bandas, pero nada. El partido estaba trabado, había demasiadas faltas, cero circulación. Y la cosa cada vez, increíblemente, iba a peor. El Atlético no tenía centro del campo y se le veía como sobrepasado por la situación; con infinidad de errores no forzados, pelotazos largos y balones a ningún sitio. El partido pedía a gritos algo y el Cholo quitó en el 61’ quitó a Torres y metió a Jackson. Pero nada, todo siguió igual hasta que en el 72’ Carrasco entró por Saúl. Y entonces sí, al fin, pasó algo: fue salir el belga y llegar la primera ocasión rojiblanca de toda la primera parte, un disparo cruzado de Griezmann que se fue fuera.
Revulsivo.
Carrasco le dio al equipo la velocidad, el vértigo, que necesitaba. De hecho, tuvo la victoria en su bota derecha en el 95', pero su disparo raso lo atrapó Eric. La pedía, la buscaba por la izquierda. Óliver, que entró en el 80’, le puso al centro del campo la clarividencia que le faltaba. Y el Atlético empezó a combinar y se volcó hacia la portería de Eric, pero dio la sensación de que los dos habían salido demasiado tarde, cuando ya todo estaba decidido, cuando ya no quedaba tiempo para cambiar nada.
El Astana, ese equipo que fue a Madrid a jugar un partido de exhibición, había logrado lo imposible, empatarle al todopoderoso Atlético, ese equipo que le destrozó en Madrid. Los kazajos lo celebraron como si hubieran ganado la Champions, dando dos vueltas al estadio. Y es que, ya saben lo que se dice: la venganza se sirve en frío. Y ésta deja tocado al Atlético.
Sí, ven bien: Astana, 0-Atlético, 0. Y sí, los rojiblancos se dejaron dos puntos que nadie esperaba en Kazajistán (y se complica el camino en la Champions). Pero es que el Astana fue superior, creo más peligro y tuvo más el balón. Quizá es que el Atlético se confió por el partido en Madrid. O porque sintió Astana a sus pies cuando, en el calentamiento, por los altavoces del estadio comenzó a sonar el pasodoble de España Cañí. Pero ese fue el único detalle que los kazajos tuvieron con los rojiblancos. Porque los de Stoilov salieron como un rodillo y esta vez jugaban los buenos. Y se notó: Kabananga se dedicó a correr y Roger Cañas y Maksimovic le dieron al centro del campo el cuajo que le faltó hace quince días.
En la primera parte, el Astana no sólo creó más ocasiones que en los 90’ minutos del Calderón, también que el Atlético. Hizo una Shomko, otra Kabananga, Postnikov... Y se vino arriba. Lo bueno era que peligro, peligro, no llevaba ninguna. Lo malo es que al Atlético le pilló a contrapié y en toda la primera parte, de verdad, sólo tuvo dos: una de Torres y otra de Koke, al descanso, pero su lanzamiento de falta directa lo escupió el larguero.
El Atlético no tenía el balón, nadie lo quería. El centro no trenzaba, no combinaba, a Torres no le llegaban balones arriba y sólo Saúl parecía ponerle ganas. Tampoco ayudaba el estadio, a los rojiblancos, digo. Y no era el césped artificial el problema aunque el balón botara distinto e hiciera difícil los controles. Era el techo retráctil que sí, quitaba el frío, pero le daba aspecto de pabellón más que de estadio. Y eso sumado a los focos, que deslumbraban, y al público, que animaba como en balonmano, con bocinazos constantes y unos abanicos de cartón duro que imitaban a las matracas, a los del Cholo se le hizo el partido bola desde el inicio.
Después del descanso, la situación fue a peor. El Atlético desapareció del campo. Koke, que sigue sin estar, y Saúl se intercambiaron las bandas, pero nada. El partido estaba trabado, había demasiadas faltas, cero circulación. Y la cosa cada vez, increíblemente, iba a peor. El Atlético no tenía centro del campo y se le veía como sobrepasado por la situación; con infinidad de errores no forzados, pelotazos largos y balones a ningún sitio. El partido pedía a gritos algo y el Cholo quitó en el 61’ quitó a Torres y metió a Jackson. Pero nada, todo siguió igual hasta que en el 72’ Carrasco entró por Saúl. Y entonces sí, al fin, pasó algo: fue salir el belga y llegar la primera ocasión rojiblanca de toda la primera parte, un disparo cruzado de Griezmann que se fue fuera.
Revulsivo.
Carrasco le dio al equipo la velocidad, el vértigo, que necesitaba. De hecho, tuvo la victoria en su bota derecha en el 95', pero su disparo raso lo atrapó Eric. La pedía, la buscaba por la izquierda. Óliver, que entró en el 80’, le puso al centro del campo la clarividencia que le faltaba. Y el Atlético empezó a combinar y se volcó hacia la portería de Eric, pero dio la sensación de que los dos habían salido demasiado tarde, cuando ya todo estaba decidido, cuando ya no quedaba tiempo para cambiar nada.
El Astana, ese equipo que fue a Madrid a jugar un partido de exhibición, había logrado lo imposible, empatarle al todopoderoso Atlético, ese equipo que le destrozó en Madrid. Los kazajos lo celebraron como si hubieran ganado la Champions, dando dos vueltas al estadio. Y es que, ya saben lo que se dice: la venganza se sirve en frío. Y ésta deja tocado al Atlético.