ANÁLISIS Hillary, contra su sombra
Los demócratas apuestan por lo viejo y conocido; los republicanos aún buscan candidato elegible
Francisco G. Basterra, El País
El rechazo de la política y los políticos no es una enfermedad únicamente europea. Ha prendido también en Estados Unidos, donde la búsqueda de outsiders, extraños al sistema, incontaminados por no haber ejercido la función pública, marca la tendencia del proceso electoral de 2016. Es ya la pesadilla del Partido Republicano. Faltan 367 días para que los estadounidenses elijan a un nuevo presidente. El voto del 8 de noviembre de 2016 hará historia si, como es factible, Hillary Clinton se convierte en la primera mujer presidente de EE UU.
Cita lejana, pero conviene prestar atención a sus primeros compases. Nada mejor que una semana de observación en un Washington otoñal. Lo primero que ciega, el dinero. La representación electoral, porque es un teatro, costará solo en publicidad, mayoritariamente negativa, 5.000 millones de dólares. Provenientes fundamentalmente de las grandes empresas, que pueden sufragar sin límite a los candidatos, contribuciones que el Tribunal Supremo autorizó como un ejercicio de la libertad de expresión, amparada por la primera enmienda de la Constitución. “Debemos elegir. Podemos tener democracia, o riqueza concentrada en las manos de unos pocos, pero no podemos tener ambas”. La lucidez de Louis Brandeis, juez del Supremo en el siglo pasado, es hoy valida.
La televisión a través de continuos debates pone el escenario. Priman las personalidades sobre los contenidos. La campaña presidencial sobre todo se ve, más que se habla o se piensa. Para el gran público quedan los gestos, las píldoras simplificadoras, las ocurrencias —muchas— y los primeros traspiés. El Partido Demócrata apuesta por lo viejo y conocido. Hillary Clinton. Su nominación el próximo verano, salvo sorpresa inimaginable, es inevitable. Y su triunfo en el otoño también, a menos que los republicanos logren nominar a un candidato elegible, algo aún dudoso. Hillary corre como único caballo en la pista, peleando con su sombra: la edad. En un país joven pero que respeta la veteranía, llegaría a la Casa Blanca con 69 años, y podría enfrentarse a un adversario mucho más joven. Y con su carácter, su falta de credibilidad, su rigidez, el tedio para muchos de otra presidencia Clinton. Pero es inteligente, tiene redaños y es mujer. Una cualidad de peso electoral.
El esperado duelo dinástico entre una Clinton y otro Bush, hijo y hermano de presidente, no se da por seguro. La campaña de Jeb, de 62 años, ha pinchado. Los debates le están hundiendo. Es el hermano listo, pero no entiende lo antigua que resulta la era de los Bush. Una catástrofe para los republicanos porque es el candidato del aparato, y cuenta con más de 120 millones de dólares para su campaña. Pero su ala más extremista condiciona el proceso. Los que aparecían como teloneros, novicios en política, están a la cabeza. El multimillonario Donald Trump, un vendedor de crecepelo, acaba de publicar un libro, América tullida. Cómo hacerla grande de nuevo. El problema, responde en su viñeta política el Washington Post, es cómo una nación llega al punto donde un mercachifle empieza a parecer presidencial. Se abre el telón.
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