Un bebé abandonado en una bolsa de papel

Santos Queiroz, de 37 años, fue detenida tras dejar a su hija recién nacida en la calle de un barrio acomodado de São Paulo

Camila Moraes
São Paulo, El País
La cámara de seguridad de un edificio de clase alta, en el barrio de Higienópolis, en São Paulo, capta la imagen de una mujer que baja cabizbaja los últimos peldaños de una escalera, en dirección a la calle. Bajo el brazo izquierdo lleva una bolsa de papel y aguanta el peso con la mano derecha. Pasa por una puerta y desaparece.


El desenlace de la historia de Sandra Maria dos Santos Queiroz, una empleada del hogar de 37 años que fue detenida por abandonar a una recién nacida en la calle, en Higienópolis, lo cuenta otra cámara de seguridad –esta vez, instalada en la acera de una calle paralela a la de la casa de sus patronos, donde vive– y todo Brasil ya lo conoce. La niña, que tenía solo un día de vida cuando Sandra la dejó junto a un árbol, dentro de una bolsa que cargaba con miedo a que se rompiera, la encontró un portero que trabaja a pocos metros del lugar y la entregó a la policía, que, en poco tiempo, resolvió el caso. Y Sandra tendrá que resolver su caso con la justicia, porque lo que ha hecho es un crimen.

Lo que no tiene solución, y tal vez nunca la tenga, es la vida de esta madre de un adolescente de 17 años (que vive con su abuela en la ciudad donde Sandra nació, Vitória da Conquista, en Bahía) y de una niña de tres, que vive con su madre en la casa donde trabaja como empleada doméstica. ¿A qué hora volverá –parafraseando intencionalmente el título de la película de la brasileña Anna Muylaert [titulada en español Una segunda madre]– a ser tratada como una ciudadana común, respetada y digna de confianza y afecto? Nunca. Porque Sandra abandonó a un bebé en una bolsa.

Nadie se ha preguntado exactamente qué tipo de bolsa era, de cartón blanco y con palabras en francés. No se ha hablado mucho del hecho de que Sandra –que le ocultó el embarazo a sus patronos durante nueve meses, gracias al exceso de peso– haya parido en el baño contiguo a su habitación de empleada, haya cortado el cordón umbilical ella sola, haya limpiado y vestido a la niña con ropas heredadas de su primera hija y le haya dado de mamar durante un día.

Tampoco se ha destacado el hecho de que haya circulado por las calles de Higienópolis con el bebé en la bolsa, bajo el brazo, durante una hora –como muestran los relojes de los dos registros extraídos de las cámaras de seguridad, el primero a las 18:30h y el segundo a las 19:30h– antes de atreverse a dejarla en el suelo, en un lugar donde sería encontrada fácilmente. Tras tomar la decisión, Sandra se esconde a cierta distancia y espera hasta que ve que su hija es rescatada por Francisco de Assis Marinho, el portero héroe, que llegaba tarde a misa.

Sandra está estigmatizada –como madre incapaz, ciudadana irresponsable, loca–, pero el hombre que la ayudó a hacer esa niña está desaparecido. Según la investigación policial sobre el caso, de él solo se sabe el nombre de pila: Edmilson. Sandra y Edmilson se conocieron en un baile de forró [ritmo típico brasileño], pasaron una noche juntos, ella se quedó embarazada y él siguió con su vida sin saber –cree Sandra– que estaba encinta. Interrumpir el embarazo indeseado, que sabía que no podía asumir, era el primer crimen que podía cometer, pero, sin saber qué hacer ni adónde ir, no lo cometió. Y en Brasil, la mujer no tiene derecho a entregar un recién nacido de forma anónima.

No hay que ir muy lejos –o esperar que vuelva a circular por las calles de Higienópolis o de donde sea– para darse cuenta de cómo trata la sociedad brasileña a una mujer que transforma muchos puñados de desesperación en una montaña de coraje para hacer lo que hizo.

–¿Usted conoce a Sandra? –le pregunta la periodista a un guardia de seguridad de la calle donde vive.

–¿Aquella sinvergüenza? –responde.

José*, el guardia de seguridad (que aquí aparece con pseudónimo), veía pasar a Sandra por la acera y se daban a veces los buenos días, pero afirma convencido que la conoce. “Es la sinvergüenza que dejó el bebé en la basura”, dice. Una mujer que trabaja en el mismo edificio que Sandra, Elisa* (también pseudónimo), viene caminando por la acera y se acerca, atraída por la conversación con José, que insiste:

–Cuéntale que eras amiga de aquella sinvergüenza.

Sandra, después de declarar en la comisaría / MARLENE BERGAMO (FOLHAPRESS)

Hace dos años que Elisa cuida de un señor mayor en el mismo edificio en que trabaja Sandra hace cinco. Las dos tenían conversaciones de bastidores y, desde que Elisa invitó a Sandra a ir con ella a la iglesia, se mandaban mensajes por Whatsapp. La cuidadora solía ver a la hija de su colega jugando en el edificio, volviendo de la guardería de alto estándar donde la matricularon sus patronos, a pocas manzanas de allí, y poco más. Prefiere no juzgarla sin antes escuchar los motivos que la llevaron a deshacerse de un bebé, pero Sandra no atiende a sus llamadas ni responde a los mensajes de Whatsapp.

En el 4º Departamento de Policía, donde se investiga el caso después de haber sido registrado en el 78º DP, el jefe de investigación, Roberto Shigeo, opina que Sandra no hablará con nadie. Está en estado de shock, se desmayó dos veces en el camino entre la sala de declaraciones y el coche que la llevó, el miércoles 7 de octubre, al Instituto de Medicina Legal para hacerle las pruebas que demuestren que ha parido a un bebé recientemente y al Hospital Pérola Byington, para comprobar su salud mental. El comisario, Eduardo Luis Ferreira, explica que tanto desmayo no fue para menos: nunca había visto la comisaría tan llena de periodistas, fotógrafos y cámaras, que no aceptaban que se les prohibiera tomar imágenes y declaraciones e “invadían el espacio, daban y recibían codazos”. En medio de todo el jaleo, que combinaba curiosidad mórbida con ansias de justicia, muchos consiguieron gritar:

–¿Por qué abandonaste al bebé?

–Desesperación... –fue lo que oyeron de Sandra, como si fuera necesario que lo dijera.

De vuelta a la calma de Higienópolis, el portero Marinho, a quien también se le tomó declaración, dice que se le pone la piel de gallina al hablar de la recién nacida. Ha intentado visitarla dos veces en la Santa Casa de la Misericordia, donde le dieron el alta este jueves 8 de octubre, después de asegurarse de que estaba bien de salud. No le dejaron. La niña, que todavía no tiene nombre, ha sido trasladada al Consejo Tutelar, donde permanecerá hasta que la adopten. Marinho, que, por su cuenta, le ha puesto a la pequeña el nombre de Valentina, ya ha manifestado su interés en criarla junto con su esposa y su hija de cinco años. Mientras tanto, Sandra ha vuelto a casa de sus patrones, donde José, Elisa, Roberto y Eduardo garantizan que está bien cuidada y tratada como a alguien casi de la familia, así como su hija de tres años. Sandra espera en libertad el juicio que determinará su sentencia (que puede ser de seis meses a cuatro años de prisión, que podrán conmutarse por servicios a la sociedad). Pero de su dolor Sandra tiene pocas posibilidades de escapar. No es que le importe a mucha gente.

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