La crisis migratoria divide a Alemania en el 25 aniversario de la reunificación
“Nuestro corazón es grande, pero las posibilidades son finitas”, dice el presidente Gauck
Luis Doncel
Leipzig, El País
La iglesia de San Nicolás, en el centro de Leipzig, fue testigo de las manifestaciones que comenzaron a la vuelta del verano de 1989. La protesta creció hasta derrumbar en solo dos meses el Muro de Berlín; y desembocó el 3 de octubre de 1990 en la disolución de la RDA. Alemania celebró el sábado el 25 aniversario de la reunificación sumida en un debate apasionado sobre cómo responder a la mayor oleada migratoria desde la II Guerra Mundial. Las encuestas muestran un país dividido en dos: los que sienten miedo ante las llegadas y los que no. “Nuestro corazón es grande, pero nuestras posibilidades son finitas”, alertó el presidente, Joachim Gauck.
Leipzig es un buen ejemplo de cómo ha cambiado el país en este último cuarto de siglo; y también de los retos que tiene por delante. La vitalidad recobrada en los últimos años, patente en los alrededores de la iglesia de San Nicolás, no impide que su renta siga siendo inferior a la de sus hermanos del oeste.
Pero no es esta brecha lo que estos días preocupa al medio millón de habitantes de Leipzig. El tema estrella son los 20 nuevos centros de refugiados que el Ayuntamiento planea habilitar a toda prisa. Las autoridades han tenido que ir modificando sus estimaciones de llegada, hasta multiplicar por cinco lo que preveían hace solo unos meses. Es exactamente lo mismo que le ha ocurrido al Gobierno central, cuya última previsión para 2015, 800.000 solicitantes de asilo, parece ya haberse quedado vieja. “Le apuesto una caja de buen vino español que la cifra final será bastante mayor, rondando el millón”, asegura en su despacho Thomas Fabian, vicealcalde de Leipzig responsable de Asuntos Sociales.
El aniversario de la reunificación —que, según decía esta semana el historiador Heinrich A. Winkler, logró resolver de forma definitiva “la cuestión alemana” que durante tanto tiempo había ensangrentado Europa— llega en un momento definitorio para Alemania. No hay duda de que los cientos de miles de refugiados van a cambiar profundamente el país. Tan solo en septiembre pueden haber llegado más que a lo largo de 2014. A la oleada de solicitantes de asilo se le unen además las crisis de Volkswagen y la de Grecia —ahora adormecida, pero que promete despertar—, ambas con gran potencial destructivo. “A corto plazo va a suponer una carga muy importante para los presupuestos públicos, en torno a 10.000 millones de euros. Pero si la integración de los inmigrantes en el mercado laboral sale bien, será beneficioso para la economía”, señala Clemens Fuest, presidente del Centro para la Investigación Económica Europea.
¿Campeona de los valores?
El debate sobre la inmigración divide a Alemania en dos grupos: los que ven cada vez con más recelos la llegada continuada de solicitantes de asilo y los que apelan a la responsabilidad moral del país más fuerte de la UE para acoger. “Alemania no puede prometer más de lo que es capaz de cumplir. No podemos pretender convertirnos en los campeones mundiales de los valores”, asegura el historiador Winkler. “En un momento de necesidad, Alemania ofreció una respuesta humanitaria. Pero la situación es muy frágil, y está empeorando con las declaraciones populistas de algunos políticos conservadores en los últimos días”, le responde Karl Kopp, de la asociación a favor de los refugiados Pro Asyl.
“Si voy a tener que disculparme por ofrecer una cara amable en una situación de emergencia, este ya no es mi país”, dijo a sus críticos la cada vez más cuestionada Angela Merkel. Pese a la caída de popularidad en las encuestas y las cada vez más habituales críticas que le llegan desde su partido, la canciller juega con una baza a favor: ni entre los socialdemócratas ni entre los democristianos ha surgido una figura que canalice el descontento y que pudiera aspirar a arrebatarle el poder si decide presentarse a las elecciones de 2017. El presidente Gauck, que la semana pasada entró en el debate afirmando que la capacidad de acogida tiene límites, insistió el sábado en la misma idea.
Mientras el Gobierno federal aprueba a todas prisas un paquete legal para endurecer las normas de asilo, Ayuntamientos como el de Leipzig buscan alojamientos de urgencia antes de que llegue el invierno. “No preveíamos este problema. Hemos tenido que reducir nuestros criterios, como por ejemplo que en una habitación duerman más de dos personas. Aún no hemos decidido confiscar terrenos, pero no descartamos nada”, concluye el vicealcalde de Leipzig.
Festejo tras un cuarto de siglo unidos
Joachim Gauck, presidente federal aleman, presentó la integración de los refugiados como un reto mayor que el de la reunificación. “A diferencia de entonces, debe crecer junto algo que hasta ahora no había estaba unido”, dijo.
El jefe del Estado pidió también una solución europea a la crisis de los refugiados. “No podremos mantener la apetura actual si no nos decidimos todos a impulsar una mayor seguridad en las fronteras exteriores europeas”, añadió Gauck.
Luis Doncel
Leipzig, El País
La iglesia de San Nicolás, en el centro de Leipzig, fue testigo de las manifestaciones que comenzaron a la vuelta del verano de 1989. La protesta creció hasta derrumbar en solo dos meses el Muro de Berlín; y desembocó el 3 de octubre de 1990 en la disolución de la RDA. Alemania celebró el sábado el 25 aniversario de la reunificación sumida en un debate apasionado sobre cómo responder a la mayor oleada migratoria desde la II Guerra Mundial. Las encuestas muestran un país dividido en dos: los que sienten miedo ante las llegadas y los que no. “Nuestro corazón es grande, pero nuestras posibilidades son finitas”, alertó el presidente, Joachim Gauck.
Leipzig es un buen ejemplo de cómo ha cambiado el país en este último cuarto de siglo; y también de los retos que tiene por delante. La vitalidad recobrada en los últimos años, patente en los alrededores de la iglesia de San Nicolás, no impide que su renta siga siendo inferior a la de sus hermanos del oeste.
Pero no es esta brecha lo que estos días preocupa al medio millón de habitantes de Leipzig. El tema estrella son los 20 nuevos centros de refugiados que el Ayuntamiento planea habilitar a toda prisa. Las autoridades han tenido que ir modificando sus estimaciones de llegada, hasta multiplicar por cinco lo que preveían hace solo unos meses. Es exactamente lo mismo que le ha ocurrido al Gobierno central, cuya última previsión para 2015, 800.000 solicitantes de asilo, parece ya haberse quedado vieja. “Le apuesto una caja de buen vino español que la cifra final será bastante mayor, rondando el millón”, asegura en su despacho Thomas Fabian, vicealcalde de Leipzig responsable de Asuntos Sociales.
El aniversario de la reunificación —que, según decía esta semana el historiador Heinrich A. Winkler, logró resolver de forma definitiva “la cuestión alemana” que durante tanto tiempo había ensangrentado Europa— llega en un momento definitorio para Alemania. No hay duda de que los cientos de miles de refugiados van a cambiar profundamente el país. Tan solo en septiembre pueden haber llegado más que a lo largo de 2014. A la oleada de solicitantes de asilo se le unen además las crisis de Volkswagen y la de Grecia —ahora adormecida, pero que promete despertar—, ambas con gran potencial destructivo. “A corto plazo va a suponer una carga muy importante para los presupuestos públicos, en torno a 10.000 millones de euros. Pero si la integración de los inmigrantes en el mercado laboral sale bien, será beneficioso para la economía”, señala Clemens Fuest, presidente del Centro para la Investigación Económica Europea.
¿Campeona de los valores?
El debate sobre la inmigración divide a Alemania en dos grupos: los que ven cada vez con más recelos la llegada continuada de solicitantes de asilo y los que apelan a la responsabilidad moral del país más fuerte de la UE para acoger. “Alemania no puede prometer más de lo que es capaz de cumplir. No podemos pretender convertirnos en los campeones mundiales de los valores”, asegura el historiador Winkler. “En un momento de necesidad, Alemania ofreció una respuesta humanitaria. Pero la situación es muy frágil, y está empeorando con las declaraciones populistas de algunos políticos conservadores en los últimos días”, le responde Karl Kopp, de la asociación a favor de los refugiados Pro Asyl.
“Si voy a tener que disculparme por ofrecer una cara amable en una situación de emergencia, este ya no es mi país”, dijo a sus críticos la cada vez más cuestionada Angela Merkel. Pese a la caída de popularidad en las encuestas y las cada vez más habituales críticas que le llegan desde su partido, la canciller juega con una baza a favor: ni entre los socialdemócratas ni entre los democristianos ha surgido una figura que canalice el descontento y que pudiera aspirar a arrebatarle el poder si decide presentarse a las elecciones de 2017. El presidente Gauck, que la semana pasada entró en el debate afirmando que la capacidad de acogida tiene límites, insistió el sábado en la misma idea.
Mientras el Gobierno federal aprueba a todas prisas un paquete legal para endurecer las normas de asilo, Ayuntamientos como el de Leipzig buscan alojamientos de urgencia antes de que llegue el invierno. “No preveíamos este problema. Hemos tenido que reducir nuestros criterios, como por ejemplo que en una habitación duerman más de dos personas. Aún no hemos decidido confiscar terrenos, pero no descartamos nada”, concluye el vicealcalde de Leipzig.
Festejo tras un cuarto de siglo unidos
Joachim Gauck, presidente federal aleman, presentó la integración de los refugiados como un reto mayor que el de la reunificación. “A diferencia de entonces, debe crecer junto algo que hasta ahora no había estaba unido”, dijo.
El jefe del Estado pidió también una solución europea a la crisis de los refugiados. “No podremos mantener la apetura actual si no nos decidimos todos a impulsar una mayor seguridad en las fronteras exteriores europeas”, añadió Gauck.