El Sínodo de la Familia se cierra sin atender las expectativas del Papa
Bergoglio acusa a cardenales y obispos de utilizar "métodos no del todo benévolos" durante sus tres semanas de discusiones.
Pablo Ordaz
Roma, El País
Las viejas compuertas de la Iglesia crujen y hasta amenazan fractura cada vez que el papa Francisco hace algún intento por abrirlas siquiera un poco. Después de tres semanas de discusiones, el Sínodo sobre la Familia se cerró sin responder a las expectativas creadas. Ni los divorciados vueltos a casar podrán recibir la comunión de forma generalizada –el texto solo pide más comprensión hacia ellos y que se analice cada caso “sin dar escándalo”— ni la jerarquía de la Iglesia parece asumir el mensaje de apertura de Jorge Mario Bergoglio. En su discurso final, el Papa acusó a cardenales y obispos de utilizar “métodos no del todo benévolos” para solventar sus diferencias y advirtió a los más conservadores: “Los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre”.
Aunque el documento final fue aprobado en su conjunto –cada uno de los 94 párrafos obtuvo los dos tercios de apoyos necesarios--, tanto el duro discurso del Papa como la ausencia de avances significativos en la postura de la Iglesia ante las que considera “situaciones difíciles” –divorciados, parejas de hecho, homosexuales— demuestran la fractura que sigue existiendo entre una buena parte de la jerarquía católica y Bergoglio. No hay más que comparar los textos que el Vaticano distribuyó tras la clausura del Sínodo.
El documento final aprobado por los 270 padres sinodales parece un refrito del catecismo y de teorías que ya defendía Juan Pablo II. Tan es así que se considera un avance –en pleno siglo XXI—que el Sínodo pida que se eviten “injustas discriminaciones” hacia los homosexuales y que “es necesario acompañar a las familias con un miembro homosexual”, como si se tratara de una desgracia. Sobre si levantar o no el veto para que los católicos divorciados y vueltos a casar puedan comulgar, el Sínodo tampoco se moja. Dice que se analice caso por caso y “sin dar escándalo”. Una vez leída la ortodoxia absoluta del documento final, el discurso del Papa solo puede ser interpretado como una enmienda a la totalidad y, tal vez, una advertencia.
“El primer deber de la Iglesia”, recordó Jorge Mario Bergoglio, “no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios”. Y advirtió a los que pretenden una uniformidad sin fisuras: “Lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado”.
Francisco también se refirió a los intentos por desestabilizar el Sínodo según las viejas costumbres vaticanas de difundir maldades, filtrar documentos o hacer saltar noticias bombas para distraer la atención. De todo ha habido desde que, hace tres semanas, se inauguró el Sínodo. Lo primero fue la confesión de homosexualidad de un prelado polaco de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Luego se distribuyó, debidamente falseada, una carta dirigida al Papa por un grupo de cardenales descontentos con la metodología del Sínodo. Lo último fue la difusión de una noticia –solo creíble para quien le interesara creérsela—de que el Papa había volado en helicóptero del Vaticano a la Toscana para que un médico japonés lo tratara de un tumor en el cerebro. A todos esos embrollos se refería Jorge Mario Bergoglio cuando reprochó a sus príncipes de la Iglesia utilizar “métodos no del todo benévolos” en sus luchas de poder.
Pablo Ordaz
Roma, El País
Las viejas compuertas de la Iglesia crujen y hasta amenazan fractura cada vez que el papa Francisco hace algún intento por abrirlas siquiera un poco. Después de tres semanas de discusiones, el Sínodo sobre la Familia se cerró sin responder a las expectativas creadas. Ni los divorciados vueltos a casar podrán recibir la comunión de forma generalizada –el texto solo pide más comprensión hacia ellos y que se analice cada caso “sin dar escándalo”— ni la jerarquía de la Iglesia parece asumir el mensaje de apertura de Jorge Mario Bergoglio. En su discurso final, el Papa acusó a cardenales y obispos de utilizar “métodos no del todo benévolos” para solventar sus diferencias y advirtió a los más conservadores: “Los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre”.
Aunque el documento final fue aprobado en su conjunto –cada uno de los 94 párrafos obtuvo los dos tercios de apoyos necesarios--, tanto el duro discurso del Papa como la ausencia de avances significativos en la postura de la Iglesia ante las que considera “situaciones difíciles” –divorciados, parejas de hecho, homosexuales— demuestran la fractura que sigue existiendo entre una buena parte de la jerarquía católica y Bergoglio. No hay más que comparar los textos que el Vaticano distribuyó tras la clausura del Sínodo.
El documento final aprobado por los 270 padres sinodales parece un refrito del catecismo y de teorías que ya defendía Juan Pablo II. Tan es así que se considera un avance –en pleno siglo XXI—que el Sínodo pida que se eviten “injustas discriminaciones” hacia los homosexuales y que “es necesario acompañar a las familias con un miembro homosexual”, como si se tratara de una desgracia. Sobre si levantar o no el veto para que los católicos divorciados y vueltos a casar puedan comulgar, el Sínodo tampoco se moja. Dice que se analice caso por caso y “sin dar escándalo”. Una vez leída la ortodoxia absoluta del documento final, el discurso del Papa solo puede ser interpretado como una enmienda a la totalidad y, tal vez, una advertencia.
“El primer deber de la Iglesia”, recordó Jorge Mario Bergoglio, “no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios”. Y advirtió a los que pretenden una uniformidad sin fisuras: “Lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado”.
Francisco también se refirió a los intentos por desestabilizar el Sínodo según las viejas costumbres vaticanas de difundir maldades, filtrar documentos o hacer saltar noticias bombas para distraer la atención. De todo ha habido desde que, hace tres semanas, se inauguró el Sínodo. Lo primero fue la confesión de homosexualidad de un prelado polaco de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Luego se distribuyó, debidamente falseada, una carta dirigida al Papa por un grupo de cardenales descontentos con la metodología del Sínodo. Lo último fue la difusión de una noticia –solo creíble para quien le interesara creérsela—de que el Papa había volado en helicóptero del Vaticano a la Toscana para que un médico japonés lo tratara de un tumor en el cerebro. A todos esos embrollos se refería Jorge Mario Bergoglio cuando reprochó a sus príncipes de la Iglesia utilizar “métodos no del todo benévolos” en sus luchas de poder.