El mundo come carne por encima de sus posibilidades
La ingesta elevada de productos cárnicos, que crece cada año un 1,6%, genera graves impactos ambientales
Pablo León, El País
Comer carne deja huella. Concretamente, en forma de impactos ambientales. El informe publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) esta semana, en el que vinculaba consumo excesivo de carne con un mayor riesgo de contraer cáncer, además de alterar a la industria cárnica ha puesto el foco sobre un problema solapado. “El consumo excesivo de carne no solo afecta a la salud de las personas sino que también perjudica al medio ambiente”, resume el catedrático de Nutrición de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Lluís Serra-Najem.
Existen cuatro variables medioambientales que limitan la producción de carne a escala global: la superficie que ocupa la zona de pastos; el agua que se consume, tanto por parte de los animales como en el proceso de producción; los gases de efecto invernadero provocados por las flatulencias de las vacas —actualmente, un 14,5% de los que se emiten a la atmósfera, según la FAO—, y la energía necesaria durante el proceso. Actualmente, gran parte de la población del mundo no consume ni productos cárnicos ni lácteos, pero a medida que mejoran las condiciones socioeconómicas de los países en desarrollo, la demanda de estos productos crece, poniendo en jaque los recursos ambientales de la Tierra. ¿Come el mundo carne por encima de sus posibilidades?
Para que una vaca produzca un kilo de proteína, debe consumir entre 10 y 16 kilos de cereales y los cerdos requieren 4 kilos. “Para producir un filete de unos 200 gramos se precisan unos 45 cuencos de cereales”, ilustra Laura Ordóñez, licenciada en Ciencias Ambientales y profesora de la Escuela Internacional de Naturopatía.
Factores limitantes
“Producir carne es muy costoso y sería más efectivo alimentar personas con los cereales que se destinan al engorde del ganado”, añade. El cereal es solo una parte de la huella ecológica (los impactos que cualquier actividad produce en el medio ambiente) de la industria cárnica. El agua es otro de los factores limitantes: mientras que para cultivar un kilo de maíz se necesitan 1.500 litros de agua, uno de carne se bebe 15.000 litros de este líquido. “Además de la contaminación por purines [residuos líquidos formados por las orinas y las heces de los animales], generados sobre todo en las granjas de cerdos, y con graves consecuencias en los suelos y las aguas subterráneas”, apunta Raúl García Valdés, profesor de Ecología en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Este año se producirán en el mundo 318,7 millones de toneladas de carne, “y se espera un aumento del consumo mundial a un ritmo del 1,6% anual en los próximos diez años”, anunció el agroeconomista belga Erik Mathijs durante el Congreso Internacional de las Ciencias y Tecnologías cárnicas, celebrado el pasado agosto. Un crecimiento que se concentrará, principalmente, en los países en desarrollo. “Actualmente, un 80% del planeta come poca carne y casi nada de leche”, recuerda Lluís Serra-Najem. Y pone un ejemplo: “En el momento en el que 1.200 millones de ciudadanos chinos empiecen a demandar estos productos, va a ser necesario un aumento de la producción que no sabemos si podrá realizarse por las limitaciones ambientales del planeta”, añade.
“El problema no es tanto el consumo de carne sino el abuso”, dice Serra-Najem, que junto a otros tres investigadores, se planteó qué pasaría en el mundo si se recuperase el patrón alimentario tradicional: “Si España volviera a la dieta mediterránea, no solo los ciudadanos tendrían mejor salud sino que las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción de alimentos bajarían un 72%; el uso de tierras agrícolas se reduciría un 58%; la energía requerida disminuiría un 52%, y el agua necesaria bajaría un 33%”, concluye su estudio. Si, por el contrario, los españoles tendieran a comer al estilo estadounidense, el país más carnívoro en el último medio siglo, todos los impactos ambientales valorados crecerían entre un 12% y un 72%. “El modelo de Estados Unidos produce seis veces más gases de efecto invernadero que el mediterráneo. Y el doble que la dieta actual de los españoles”, concluye el catedrático.
El año pasado, en España, cada persona comió 51 kilos de carne, colocando al país en el décimo lugar del mundo en el ranking de consumo de carne. Tras el anuncio de la OMS, y de acuerdo con los resultados de una encuesta exprés realizada por Ipsos el pasado martes, un 52% de los españoles se replantea reducir su ingesta de carne.
Pablo León, El País
Comer carne deja huella. Concretamente, en forma de impactos ambientales. El informe publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) esta semana, en el que vinculaba consumo excesivo de carne con un mayor riesgo de contraer cáncer, además de alterar a la industria cárnica ha puesto el foco sobre un problema solapado. “El consumo excesivo de carne no solo afecta a la salud de las personas sino que también perjudica al medio ambiente”, resume el catedrático de Nutrición de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Lluís Serra-Najem.
Existen cuatro variables medioambientales que limitan la producción de carne a escala global: la superficie que ocupa la zona de pastos; el agua que se consume, tanto por parte de los animales como en el proceso de producción; los gases de efecto invernadero provocados por las flatulencias de las vacas —actualmente, un 14,5% de los que se emiten a la atmósfera, según la FAO—, y la energía necesaria durante el proceso. Actualmente, gran parte de la población del mundo no consume ni productos cárnicos ni lácteos, pero a medida que mejoran las condiciones socioeconómicas de los países en desarrollo, la demanda de estos productos crece, poniendo en jaque los recursos ambientales de la Tierra. ¿Come el mundo carne por encima de sus posibilidades?
Para que una vaca produzca un kilo de proteína, debe consumir entre 10 y 16 kilos de cereales y los cerdos requieren 4 kilos. “Para producir un filete de unos 200 gramos se precisan unos 45 cuencos de cereales”, ilustra Laura Ordóñez, licenciada en Ciencias Ambientales y profesora de la Escuela Internacional de Naturopatía.
Factores limitantes
“Producir carne es muy costoso y sería más efectivo alimentar personas con los cereales que se destinan al engorde del ganado”, añade. El cereal es solo una parte de la huella ecológica (los impactos que cualquier actividad produce en el medio ambiente) de la industria cárnica. El agua es otro de los factores limitantes: mientras que para cultivar un kilo de maíz se necesitan 1.500 litros de agua, uno de carne se bebe 15.000 litros de este líquido. “Además de la contaminación por purines [residuos líquidos formados por las orinas y las heces de los animales], generados sobre todo en las granjas de cerdos, y con graves consecuencias en los suelos y las aguas subterráneas”, apunta Raúl García Valdés, profesor de Ecología en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Este año se producirán en el mundo 318,7 millones de toneladas de carne, “y se espera un aumento del consumo mundial a un ritmo del 1,6% anual en los próximos diez años”, anunció el agroeconomista belga Erik Mathijs durante el Congreso Internacional de las Ciencias y Tecnologías cárnicas, celebrado el pasado agosto. Un crecimiento que se concentrará, principalmente, en los países en desarrollo. “Actualmente, un 80% del planeta come poca carne y casi nada de leche”, recuerda Lluís Serra-Najem. Y pone un ejemplo: “En el momento en el que 1.200 millones de ciudadanos chinos empiecen a demandar estos productos, va a ser necesario un aumento de la producción que no sabemos si podrá realizarse por las limitaciones ambientales del planeta”, añade.
“El problema no es tanto el consumo de carne sino el abuso”, dice Serra-Najem, que junto a otros tres investigadores, se planteó qué pasaría en el mundo si se recuperase el patrón alimentario tradicional: “Si España volviera a la dieta mediterránea, no solo los ciudadanos tendrían mejor salud sino que las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción de alimentos bajarían un 72%; el uso de tierras agrícolas se reduciría un 58%; la energía requerida disminuiría un 52%, y el agua necesaria bajaría un 33%”, concluye su estudio. Si, por el contrario, los españoles tendieran a comer al estilo estadounidense, el país más carnívoro en el último medio siglo, todos los impactos ambientales valorados crecerían entre un 12% y un 72%. “El modelo de Estados Unidos produce seis veces más gases de efecto invernadero que el mediterráneo. Y el doble que la dieta actual de los españoles”, concluye el catedrático.
El año pasado, en España, cada persona comió 51 kilos de carne, colocando al país en el décimo lugar del mundo en el ranking de consumo de carne. Tras el anuncio de la OMS, y de acuerdo con los resultados de una encuesta exprés realizada por Ipsos el pasado martes, un 52% de los españoles se replantea reducir su ingesta de carne.