“Atrapada por la mafia yacuza”, una sobreviviente cuenta cómo se liberó de la trata de personas
La Paz, ANF
Marcela Loaiza, una colombiana que terminó atrapada en las redes de la mafia yakusa, sacudió a todo el auditorio con su historia. Ya han pasado 15 años desde aquella experiencia, pero no olvida ningún detalle de los18 meses que fue obligada a ejercer la prostitución.
“Ser sobreviviente de trata de personas es como tener un tatuaje en el alma, nadie lo puede ver pero es una marca intangible, que estará en lo profundo de mi ser hasta el último suspiro de mi vida”, confesó a las cerca de mil personas que hicieron parte del acto inaugural del IV Congreso Latinoamericano sobre la Trata y Tráfico de Personas que se desarrolla en La Paz.
Vino a Bolivia en representación de la Red Sobrevivientes, contó las historias de otras mujeres que también fueron atrapadas por redes de trata y tráfico y que, como ella, tuvieron que pasar por largos periodos de recuperación antes de “dejar de sentirse culpables, y pasar de ser víctimas a ser sobrevivientes”.
El auditorio enmudeció cuando relató su testimonio. Empezó parafraseando a Martin Lutter King: “No me duelen los actos de la gente mala…me duele la indiferencia de la gente buena”, porque, según dijo, “nada ha cambiado, las redes de tratantes siguen atrapando a mujeres en todas partes del mundo, tomando vidas cada vez más jóvenes para la explotación sexual, y hacemos muy poco para evitarlo”.
Marcela Loaiza no presentó cifras, mostró rostros y relató historias, la suya y las de otras mujeres. “Estoy aquí por mí y por ellas y porque, cuando estaba atrapada por la mafia yacuza, vi cómo mataban a una de mis compañeras y juré que si lograba sobrevivir contaría al mundo lo que había vivido”.
Interpeló al auditorio y dijo que lo primero que hay que hacer ante una víctima de trata de personas es creerle. “A mí no me creían, dudaban de mi testimonio, no me creían que yo no elegí ser prostituta, que yo viajé a Japón para ser bailarina”.
El siguiente paso debiera ser la protección a la víctima. “Porque el proceso de reintegración es difícil, es complejo. Cuando retorné a Colombia, estuve en la prostitución como dos años, me costó salir del círculo en el que había sido atrapada. Pasé a ser una prostituta por elección”.
Reclamó programas de reintegración para las víctimas de trata, porque “tenemos derecho a recuperar nuestra dignidad, pero para lograrlo necesitamos apoyo. Yo pasé mucho tiempo sintiéndome culpable y sin poder mirar a los ojos a mi madre y a mi hija. Llegué al punto de querer suicidarme”.
Planteó una agenda con muchos desafíos, y convocó a los asistentes a “sumarse a esta cruzada para salvar vidas, no es una tarea fácil porque hay corrupción y porque la trata de personas no está en las agendas de nuestros gobiernos, y porque donde hay poder y dinero la vida no vale nada”.
Marcela Loaiza habló luego con ANF. Contó que tardó diez años en contar su dramática experiencia en su primer libro que titula justamente “Atrapada por la mafia Yacuza”. Aunque sonríe y se muestra serena, su voz se entrecorta a momentos. “Viajé a Japón para trabajar como bailarina, pero pasé una temporada en el infierno. En manos de la mafia yakuza, estuve cautiva, fui violada y obligada a prostituirme”.
La mafia yakuza es un grupo criminal que controla el negocio del tráfico y trata de mujeres con fines de explotación sexual, y extiende su dominio en varios países latinoamericanos donde una red de contactos criminales recluta a mujeres jóvenes.
Marcela tenía 21 años cuando le prometieron un trabajo en Japón y conocía de otras colombianas que habían elegido Tokio como destino migratorio. Ella también fue detrás del “sueño japonés” que se convirtió en su pesadilla.
Salió de Pereira, la ciudad donde vivía, y en su primera escala, en Bogotá, la capital de Colombia, le advirtieron que no podía contactar a su familia. Viajó con un pasaporte holandés falso. “Esa mujer que subió al avión, ilusionada, nunca más volvió a Colombia. La asesinó Japón”, afirma.
A la primera persona que vio al arribar a Japón fue a Carolina. “Me dijo que había pagado mucho dinero por mí, que ahora era de su propiedad y que todo estaba bien”, la proxeneta que la había comprado. Fue ella quien le dijo que su destino era estar bajo el control de la mafia yakuza.
Me dijo: “así es la vida. Le tocó a usted. Me debe cinco millones de yenes y deberá pagarme veinte mil yenes diarios, por los trámites de su pasaporte, los pasajes y su manutención”.
Entonces empezó la pesadilla que soportó por 18 meses. Hasta que llegó el día en que uno de sus clientes la ayudó a escapar. “Me faltaba una cuota para pagar mi deuda de 50 mil dólares, pero escapé”. Pidió ayuda en la Embajada de Colombia en Japón y retornó a su país.
“Pasé mucho tiempo en la oscuridad, me rehíce poco a poco, y decidí contar mi historia. Y dije: aquí está mi rostro y mi nombre, fui víctima de trata”. Marcela Loaiza ahora está casada, es una activista que lucha contra este flagelo, “ayudando a otras mujeres, reclamando a los gobiernos, y exigiendo que se nos escuche”, a través de una fundación que lleva su nombre.
Marcela Loaiza, una colombiana que terminó atrapada en las redes de la mafia yakusa, sacudió a todo el auditorio con su historia. Ya han pasado 15 años desde aquella experiencia, pero no olvida ningún detalle de los18 meses que fue obligada a ejercer la prostitución.
“Ser sobreviviente de trata de personas es como tener un tatuaje en el alma, nadie lo puede ver pero es una marca intangible, que estará en lo profundo de mi ser hasta el último suspiro de mi vida”, confesó a las cerca de mil personas que hicieron parte del acto inaugural del IV Congreso Latinoamericano sobre la Trata y Tráfico de Personas que se desarrolla en La Paz.
Vino a Bolivia en representación de la Red Sobrevivientes, contó las historias de otras mujeres que también fueron atrapadas por redes de trata y tráfico y que, como ella, tuvieron que pasar por largos periodos de recuperación antes de “dejar de sentirse culpables, y pasar de ser víctimas a ser sobrevivientes”.
El auditorio enmudeció cuando relató su testimonio. Empezó parafraseando a Martin Lutter King: “No me duelen los actos de la gente mala…me duele la indiferencia de la gente buena”, porque, según dijo, “nada ha cambiado, las redes de tratantes siguen atrapando a mujeres en todas partes del mundo, tomando vidas cada vez más jóvenes para la explotación sexual, y hacemos muy poco para evitarlo”.
Marcela Loaiza no presentó cifras, mostró rostros y relató historias, la suya y las de otras mujeres. “Estoy aquí por mí y por ellas y porque, cuando estaba atrapada por la mafia yacuza, vi cómo mataban a una de mis compañeras y juré que si lograba sobrevivir contaría al mundo lo que había vivido”.
Interpeló al auditorio y dijo que lo primero que hay que hacer ante una víctima de trata de personas es creerle. “A mí no me creían, dudaban de mi testimonio, no me creían que yo no elegí ser prostituta, que yo viajé a Japón para ser bailarina”.
El siguiente paso debiera ser la protección a la víctima. “Porque el proceso de reintegración es difícil, es complejo. Cuando retorné a Colombia, estuve en la prostitución como dos años, me costó salir del círculo en el que había sido atrapada. Pasé a ser una prostituta por elección”.
Reclamó programas de reintegración para las víctimas de trata, porque “tenemos derecho a recuperar nuestra dignidad, pero para lograrlo necesitamos apoyo. Yo pasé mucho tiempo sintiéndome culpable y sin poder mirar a los ojos a mi madre y a mi hija. Llegué al punto de querer suicidarme”.
Planteó una agenda con muchos desafíos, y convocó a los asistentes a “sumarse a esta cruzada para salvar vidas, no es una tarea fácil porque hay corrupción y porque la trata de personas no está en las agendas de nuestros gobiernos, y porque donde hay poder y dinero la vida no vale nada”.
Marcela Loaiza habló luego con ANF. Contó que tardó diez años en contar su dramática experiencia en su primer libro que titula justamente “Atrapada por la mafia Yacuza”. Aunque sonríe y se muestra serena, su voz se entrecorta a momentos. “Viajé a Japón para trabajar como bailarina, pero pasé una temporada en el infierno. En manos de la mafia yakuza, estuve cautiva, fui violada y obligada a prostituirme”.
La mafia yakuza es un grupo criminal que controla el negocio del tráfico y trata de mujeres con fines de explotación sexual, y extiende su dominio en varios países latinoamericanos donde una red de contactos criminales recluta a mujeres jóvenes.
Marcela tenía 21 años cuando le prometieron un trabajo en Japón y conocía de otras colombianas que habían elegido Tokio como destino migratorio. Ella también fue detrás del “sueño japonés” que se convirtió en su pesadilla.
Salió de Pereira, la ciudad donde vivía, y en su primera escala, en Bogotá, la capital de Colombia, le advirtieron que no podía contactar a su familia. Viajó con un pasaporte holandés falso. “Esa mujer que subió al avión, ilusionada, nunca más volvió a Colombia. La asesinó Japón”, afirma.
A la primera persona que vio al arribar a Japón fue a Carolina. “Me dijo que había pagado mucho dinero por mí, que ahora era de su propiedad y que todo estaba bien”, la proxeneta que la había comprado. Fue ella quien le dijo que su destino era estar bajo el control de la mafia yakuza.
Me dijo: “así es la vida. Le tocó a usted. Me debe cinco millones de yenes y deberá pagarme veinte mil yenes diarios, por los trámites de su pasaporte, los pasajes y su manutención”.
Entonces empezó la pesadilla que soportó por 18 meses. Hasta que llegó el día en que uno de sus clientes la ayudó a escapar. “Me faltaba una cuota para pagar mi deuda de 50 mil dólares, pero escapé”. Pidió ayuda en la Embajada de Colombia en Japón y retornó a su país.
“Pasé mucho tiempo en la oscuridad, me rehíce poco a poco, y decidí contar mi historia. Y dije: aquí está mi rostro y mi nombre, fui víctima de trata”. Marcela Loaiza ahora está casada, es una activista que lucha contra este flagelo, “ayudando a otras mujeres, reclamando a los gobiernos, y exigiendo que se nos escuche”, a través de una fundación que lleva su nombre.