Argentina elige el relevo del kirchnernismo entre tres centristas
El oficialista Scioli defiende la continuidad "con cambios" y el liberal Macri mantendrá las ayudas sociales
Carlos E. Cué
Buenos Aires, El País
Casi nada es lo que parece en Argentina. Mientras en países de su entorno, como Chile o Brasil, izquierda y derecha están bien definidas, las elecciones presidenciales del domingo en Argentina se mueven en un magma ideológico que confunde a los candidatos. La discusión se mueve entre la “continuidad con cambios” del oficialista Daniel Scioli y el cambio claro de Mauricio Macri, que, sin embargo, promete mantener las nacionalizaciones y ayudas sociales del kirchnerismo. La división de la oposición coloca a Scioli como favorito: le basta un 40% para ganar.
La dificultad de explicar con criterios europeos la política argentina se resume en una respuesta de Scioli. Le preguntaron si su llegada a la presidencia supondría un giro al centro después de 12 años de kirchnerismo con discurso de corte izquierdista. “¿Qué es el centro? ¿Qué es la izquierda? ¿Qué es la derecha? Yo voy a hacer lo correcto”, respondió molesto.
La realidad argentina es inexportable: el peronismo, que puede ser de izquierda, de centro o de derecha, logra con sus distintas formas un 60% del electorado. Ahora se divide entre el 40% de Scioli y el 20% de Sergio Massa, el tercero en discordia, y solo esa fractura abre una oportunidad para ganarle a Scioli. Pero la incapacidad de la oposición para unirse —se divide en cinco candidatos que se reparten el 60% del voto— deja a Scioli muy cerca de ganar en primera vuelta: solo necesita superar el 40% y sacar más de 10 puntos a Macri, que está segundo con algo menos de un 30%.
Votantes de izquierda, candidatos de centro. Estas elecciones ponen sobre la mesa otra paradoja. Candidatos con orígenes o propuestas de centro o derecha para unos votantes girados a la izquierda. Los grandes empresarios no paran de decirlo en las reuniones privadas: “El país está lleno de zurdos [izquierdistas]”, se quejan. Todos los análisis coinciden en que el electorado está girado a la izquierda, sobre todo después de que la política neoliberal de los noventa le llevara al desastre de 2001. Discutir la intervención del Estado en la economía lleva en Argentina a la derrota electoral. Nadie lo hace. Y sin embargo, un país donde el eje político pasa por la defensa del papel del Estado y la necesidad de ayudar a las clases más bajas, con leyes laborales que protegen a los trabajadores y sindicatos más fuertes que en el resto del mundo, está a punto de elegir entre tres candidatos cerca del centro .
Scioli
Menemista, duhaldista, kirchnerista, ¿sciolista?
Scioli, en teoría heredero del kirchnerismo y respaldado por la izquierda latinoamericana, cuyos máximos exponentes, salvo el venezonalo Maduro, han participado en la campaña sciolista, viene de la derecha del peronismo. Scioli era un hijo de un rico empresario de electrodomésticos que se dedicaba a competir con su lancha fueraborda cuando Menem lo fichó para la política. Era el Menem más ultraliberal, el de 1996. Pero con la misma capacidad de mutación tan frecuente en el peronismo se apuntó después al duhaldismo y más tarde al kirchnerismo. Scioli, que ya prepara el sciolismo, siempre ha apoyado las políticas kirchneristas, pero todos los analistas argentinos asumen que él hará un giro muy importante hacia políticas económicas más ortodoxas, esto es, un giro al centro.
Scioli juega a todas las bandas: se hace fotos con el embajador de EE UU, anatema para el kirchnerismo, pero en su casa tiene una estatua del Che Guevara al lado de otra de Churchill. Todos los presidentes argentinos han prometido que no harían ajustes y después los hicieron. “¿Por qué creer que usted va a ser diferente?”, le preguntó EL PAÍS hace dos semanas. “Basta mirar mi gestión en la provincia de Buenos Aires. En ocho años no hice ningún ajuste”, contestó Scioli. Es cierto, hizo una importante subida de impuestos y evitó los recortes. Pero también es cierto que la realidad económica argentina era otra.
Macri
El liberal que se centró y hasta inaugura estatuas de Perón
El principal candidato de la oposición se ha reinventado a lo largo de la campaña. Hace unos años, como se encargan de repetir en la televisión pública una y otra vez recuperando vídeos antiguos para perjudicarle, Macri representaba al centro-derecha argentino con posiciones claramente liberales. Su formación se opuso a las nacionalizaciones más importantes del kirchnerismo, en especial la de YPF, expropiada a la española Repsol, y la de Aerolíneas Argentinas, que también estuvo en manos españolas con Marsans. En cuestiones sociales, Macri se opuso a la ley de matrimonio homosexual.
Sin embargo, después de un pacto con el Partido Radical, de tradición socialdemócrata, y a la vista de que necesitaba ampliar su espacio, Macri ha ido centrándose. Ahora asegura que si gana no venderá ni YPF ni Aerolíneas y en sus anuncios en la radio insiste: “No voy a quitar ningún plan social”. Parece evidente que Macri, hijo de uno de los empresarios más ricos del país, tiene un techo electoral entre las clases populares y trata de romperlo. Para ello, no ha dudado en inaugurar la única estatua de Perón que hay en Buenos Aires, a la búsqueda del voto peronista que le podría dar ese 31-32% que necesita para entrar en segunda vuelta y jugárselo a todo o nada con Scioli.
Massa
El peronista disidente que promete mano dura
La política argentina es tan compleja que los más eficaces opositores son los miembros de la estructura principal de los primeros gobiernos kirchneristas. Massa fue durante 10 años un personaje clave del kirchnerismo, primero como jefe de la seguridad social y después como jefe de Gabinete. El referente más respetado de su grupo, Roberto Lavagna, fue el primer ministro de economía de Kirchner. Martín Redrado, otro importante, era director del Banco Central.
La ausencia de pacto Macri-Massa es la clave de las elecciones. Massa quería, Macri lo rechazó por consejo de su gurú Durán Barba. Massa resiste con su 20%
gracias a un discurso duro, que incluye mandar al Ejército a entrar en las villas para luchar contra el narco, un anatema para la izquierda, inédito en Argentina.
Carlos E. Cué
Buenos Aires, El País
Casi nada es lo que parece en Argentina. Mientras en países de su entorno, como Chile o Brasil, izquierda y derecha están bien definidas, las elecciones presidenciales del domingo en Argentina se mueven en un magma ideológico que confunde a los candidatos. La discusión se mueve entre la “continuidad con cambios” del oficialista Daniel Scioli y el cambio claro de Mauricio Macri, que, sin embargo, promete mantener las nacionalizaciones y ayudas sociales del kirchnerismo. La división de la oposición coloca a Scioli como favorito: le basta un 40% para ganar.
La dificultad de explicar con criterios europeos la política argentina se resume en una respuesta de Scioli. Le preguntaron si su llegada a la presidencia supondría un giro al centro después de 12 años de kirchnerismo con discurso de corte izquierdista. “¿Qué es el centro? ¿Qué es la izquierda? ¿Qué es la derecha? Yo voy a hacer lo correcto”, respondió molesto.
La realidad argentina es inexportable: el peronismo, que puede ser de izquierda, de centro o de derecha, logra con sus distintas formas un 60% del electorado. Ahora se divide entre el 40% de Scioli y el 20% de Sergio Massa, el tercero en discordia, y solo esa fractura abre una oportunidad para ganarle a Scioli. Pero la incapacidad de la oposición para unirse —se divide en cinco candidatos que se reparten el 60% del voto— deja a Scioli muy cerca de ganar en primera vuelta: solo necesita superar el 40% y sacar más de 10 puntos a Macri, que está segundo con algo menos de un 30%.
Votantes de izquierda, candidatos de centro. Estas elecciones ponen sobre la mesa otra paradoja. Candidatos con orígenes o propuestas de centro o derecha para unos votantes girados a la izquierda. Los grandes empresarios no paran de decirlo en las reuniones privadas: “El país está lleno de zurdos [izquierdistas]”, se quejan. Todos los análisis coinciden en que el electorado está girado a la izquierda, sobre todo después de que la política neoliberal de los noventa le llevara al desastre de 2001. Discutir la intervención del Estado en la economía lleva en Argentina a la derrota electoral. Nadie lo hace. Y sin embargo, un país donde el eje político pasa por la defensa del papel del Estado y la necesidad de ayudar a las clases más bajas, con leyes laborales que protegen a los trabajadores y sindicatos más fuertes que en el resto del mundo, está a punto de elegir entre tres candidatos cerca del centro .
Scioli
Menemista, duhaldista, kirchnerista, ¿sciolista?
Scioli, en teoría heredero del kirchnerismo y respaldado por la izquierda latinoamericana, cuyos máximos exponentes, salvo el venezonalo Maduro, han participado en la campaña sciolista, viene de la derecha del peronismo. Scioli era un hijo de un rico empresario de electrodomésticos que se dedicaba a competir con su lancha fueraborda cuando Menem lo fichó para la política. Era el Menem más ultraliberal, el de 1996. Pero con la misma capacidad de mutación tan frecuente en el peronismo se apuntó después al duhaldismo y más tarde al kirchnerismo. Scioli, que ya prepara el sciolismo, siempre ha apoyado las políticas kirchneristas, pero todos los analistas argentinos asumen que él hará un giro muy importante hacia políticas económicas más ortodoxas, esto es, un giro al centro.
Scioli juega a todas las bandas: se hace fotos con el embajador de EE UU, anatema para el kirchnerismo, pero en su casa tiene una estatua del Che Guevara al lado de otra de Churchill. Todos los presidentes argentinos han prometido que no harían ajustes y después los hicieron. “¿Por qué creer que usted va a ser diferente?”, le preguntó EL PAÍS hace dos semanas. “Basta mirar mi gestión en la provincia de Buenos Aires. En ocho años no hice ningún ajuste”, contestó Scioli. Es cierto, hizo una importante subida de impuestos y evitó los recortes. Pero también es cierto que la realidad económica argentina era otra.
Macri
El liberal que se centró y hasta inaugura estatuas de Perón
El principal candidato de la oposición se ha reinventado a lo largo de la campaña. Hace unos años, como se encargan de repetir en la televisión pública una y otra vez recuperando vídeos antiguos para perjudicarle, Macri representaba al centro-derecha argentino con posiciones claramente liberales. Su formación se opuso a las nacionalizaciones más importantes del kirchnerismo, en especial la de YPF, expropiada a la española Repsol, y la de Aerolíneas Argentinas, que también estuvo en manos españolas con Marsans. En cuestiones sociales, Macri se opuso a la ley de matrimonio homosexual.
Sin embargo, después de un pacto con el Partido Radical, de tradición socialdemócrata, y a la vista de que necesitaba ampliar su espacio, Macri ha ido centrándose. Ahora asegura que si gana no venderá ni YPF ni Aerolíneas y en sus anuncios en la radio insiste: “No voy a quitar ningún plan social”. Parece evidente que Macri, hijo de uno de los empresarios más ricos del país, tiene un techo electoral entre las clases populares y trata de romperlo. Para ello, no ha dudado en inaugurar la única estatua de Perón que hay en Buenos Aires, a la búsqueda del voto peronista que le podría dar ese 31-32% que necesita para entrar en segunda vuelta y jugárselo a todo o nada con Scioli.
Massa
El peronista disidente que promete mano dura
La política argentina es tan compleja que los más eficaces opositores son los miembros de la estructura principal de los primeros gobiernos kirchneristas. Massa fue durante 10 años un personaje clave del kirchnerismo, primero como jefe de la seguridad social y después como jefe de Gabinete. El referente más respetado de su grupo, Roberto Lavagna, fue el primer ministro de economía de Kirchner. Martín Redrado, otro importante, era director del Banco Central.
La ausencia de pacto Macri-Massa es la clave de las elecciones. Massa quería, Macri lo rechazó por consejo de su gurú Durán Barba. Massa resiste con su 20%
gracias a un discurso duro, que incluye mandar al Ejército a entrar en las villas para luchar contra el narco, un anatema para la izquierda, inédito en Argentina.