TRIBUNA / ¿Hacia el post-Correísmo?
La idea normal para un político democrático, que ve la presidencia como algo temporal, es absurda para Correa
Carlos de la Torre, El País
En un blog reciente la estudiosa del Ecuador Catherine Conaghan reflexionaba sobre la posibilidad de un post-Correísmo. Si bien hace unos meses parecía que Correa estaba firmemente asentado en el poder controlando todos los poderes del Estado y las instituciones de rendición de cuentas, la bajada abrupta de los precios del petróleo y las protestas vislumbran la posibilidad de un Ecuador sin Correa.
Esta idea que sería normal para un político democrático que ve la presidencia como un trabajo temporal y que sabe que luego de uno o dos periodos será remplazado, para Correa es absurda. Correa ha declarado que hay una conspiración golpista en su contra. Ve la política como una guerra maniquea entre él como la encarnación del pueblo y los enemigos de su gesta libertaria. No se enfrenta a rivales con los que se dialoga. Más bien manufactura a sus rivales como enemigos. Estos son la derecha, la izquierda infantil, los liderazgos de los movimientos sociales corporativos y la prensa corrupta.
Al ver la política como un enfrentamiento entre amigos y enemigos, no ha dudado en reprimir. El Estado usó mano dura en contra de los manifestantes el 13 de agosto del 2015. La represión tuvo un carácter racista pues las víctimas de las golpizas fueron en su mayoría los indígenas. Además de reprimir, Correa recurrió al racismo para pintar a los indígenas que protestaban en contra de sus políticas como seres inherentemente salvajes y primitivos.
Diferenció entre el indio que le aplaude y agradece, del indio primitivo y violento que es manipulado por la izquierda infantil y que debe ser reprimido. Las palabras descalificadoras del presidente han provocado un renacer del racismo más burdo. Muchos de sus seguidores insultan a los indios en los blogs y en las publicaciones correístas.
Además de reprimir, el Eestado usa la legislación creada durante su gobierno para sofocar a la sociedad civil. El correísmo pasó el decreto 16 que permite el cierre de organizaciones de la sociedad civil que se dediquen a la política, actividad reservada para los partidos y movimientos políticos. La Fundación ecologista Pachamama fue disuelta y ahora pretenden cerrar a FUNDAMEDIOS, una ONG que defiende la libertad de expresión con la acusación Kafkiana de que está haciendo política. De antemano ya se sabe cual será el veredicto de las cortes de justicia controladas por Correa.
La reelección indefinida no es un capricho, es una necesidad. Las diferentes facciones de su movimiento sólo tienen en común su lealtad incondicional al caudillo. Correa personalizó el poder hasta tal punto que hasta las siglas de su nombre RC son las de su revolución ciudadana. Esta es su mayor debilidad, pues no hay ni partido ni organizaciones populares dispuestas a jugarse en las calles por su proyecto.
Luego de ocho años de hacer lo que les da la gana y de manejar cantidades apreciables de petrodólares, si cae del poder, él y sus colaboradores cercanos enfrentarán demandas por corrupción y abusos del poder. Los incentivos para quedarse en el poder son muy grandes y los réditos de abandonar el poder muy escasos. Es por esto que no tienen reparos en usar cualquier estrategia con tal de perpetuarse en el poder hasta organizando grupos de choque para enfrentar a los enemigos en las calles.
Será difícil pero no imposible salir del correísmo. A diferencia de Venezuela la izquierda está a la vanguardia de la resistencia a Correa. El movimiento indígena, los sindicatos, los ecologistas han sido las mayores víctimas de la represión y encabezan la desobediencia civil. Las clases medias también se han movilizado. A los diversos sectores de la oposición les une su rechazo a la reelección indefinida de Correa.
El reto es no sólo frenar su autoritarismo sino que ver los mecanismos para desmantelar la maraña legal con la que el correísmo controla a la sociedad civil y a la esfera pública. El post-correismo no es sólo deseable, es una necesidad para democratizar un país que por ocho años estuvo en manos de un caudillo que concentró todos los poderes y que se dedicó a insultar y acorralar a todos los que cuestionaron sus políticas.
Carlos de la Torre es profesor de Sociología de la Universidad de Kentucky.
Carlos de la Torre, El País
En un blog reciente la estudiosa del Ecuador Catherine Conaghan reflexionaba sobre la posibilidad de un post-Correísmo. Si bien hace unos meses parecía que Correa estaba firmemente asentado en el poder controlando todos los poderes del Estado y las instituciones de rendición de cuentas, la bajada abrupta de los precios del petróleo y las protestas vislumbran la posibilidad de un Ecuador sin Correa.
Esta idea que sería normal para un político democrático que ve la presidencia como un trabajo temporal y que sabe que luego de uno o dos periodos será remplazado, para Correa es absurda. Correa ha declarado que hay una conspiración golpista en su contra. Ve la política como una guerra maniquea entre él como la encarnación del pueblo y los enemigos de su gesta libertaria. No se enfrenta a rivales con los que se dialoga. Más bien manufactura a sus rivales como enemigos. Estos son la derecha, la izquierda infantil, los liderazgos de los movimientos sociales corporativos y la prensa corrupta.
Al ver la política como un enfrentamiento entre amigos y enemigos, no ha dudado en reprimir. El Estado usó mano dura en contra de los manifestantes el 13 de agosto del 2015. La represión tuvo un carácter racista pues las víctimas de las golpizas fueron en su mayoría los indígenas. Además de reprimir, Correa recurrió al racismo para pintar a los indígenas que protestaban en contra de sus políticas como seres inherentemente salvajes y primitivos.
Diferenció entre el indio que le aplaude y agradece, del indio primitivo y violento que es manipulado por la izquierda infantil y que debe ser reprimido. Las palabras descalificadoras del presidente han provocado un renacer del racismo más burdo. Muchos de sus seguidores insultan a los indios en los blogs y en las publicaciones correístas.
Además de reprimir, el Eestado usa la legislación creada durante su gobierno para sofocar a la sociedad civil. El correísmo pasó el decreto 16 que permite el cierre de organizaciones de la sociedad civil que se dediquen a la política, actividad reservada para los partidos y movimientos políticos. La Fundación ecologista Pachamama fue disuelta y ahora pretenden cerrar a FUNDAMEDIOS, una ONG que defiende la libertad de expresión con la acusación Kafkiana de que está haciendo política. De antemano ya se sabe cual será el veredicto de las cortes de justicia controladas por Correa.
La reelección indefinida no es un capricho, es una necesidad. Las diferentes facciones de su movimiento sólo tienen en común su lealtad incondicional al caudillo. Correa personalizó el poder hasta tal punto que hasta las siglas de su nombre RC son las de su revolución ciudadana. Esta es su mayor debilidad, pues no hay ni partido ni organizaciones populares dispuestas a jugarse en las calles por su proyecto.
Luego de ocho años de hacer lo que les da la gana y de manejar cantidades apreciables de petrodólares, si cae del poder, él y sus colaboradores cercanos enfrentarán demandas por corrupción y abusos del poder. Los incentivos para quedarse en el poder son muy grandes y los réditos de abandonar el poder muy escasos. Es por esto que no tienen reparos en usar cualquier estrategia con tal de perpetuarse en el poder hasta organizando grupos de choque para enfrentar a los enemigos en las calles.
Será difícil pero no imposible salir del correísmo. A diferencia de Venezuela la izquierda está a la vanguardia de la resistencia a Correa. El movimiento indígena, los sindicatos, los ecologistas han sido las mayores víctimas de la represión y encabezan la desobediencia civil. Las clases medias también se han movilizado. A los diversos sectores de la oposición les une su rechazo a la reelección indefinida de Correa.
El reto es no sólo frenar su autoritarismo sino que ver los mecanismos para desmantelar la maraña legal con la que el correísmo controla a la sociedad civil y a la esfera pública. El post-correismo no es sólo deseable, es una necesidad para democratizar un país que por ocho años estuvo en manos de un caudillo que concentró todos los poderes y que se dedicó a insultar y acorralar a todos los que cuestionaron sus políticas.
Carlos de la Torre es profesor de Sociología de la Universidad de Kentucky.