TRIBUNA / Brasil es un rompecabezas peligroso
Es un país aún en construcción, y que se siente abrumado por la incertidumbre
Juan Arias, El País
Brasil parece en este momento un rompecabezas con las incertidumbres de la política, la economía, las intrigas a todos los niveles, incluso internacionales, las hipótesis de futuro inmediato, y las sorpresas y sobresaltos de cada día, a las que no damos abasto cronistas y analistas.
Todo se queda viejo en pocas horas. Una noticia niega a la otra, mientras los índices económicos se deterioran rápidamente.
Es difícil hasta ofrecer la información con imparcialidad a una sociedad dividida y enconada que, en este momento, observa y piensa más con la pasión y el estómago que con la razón pura de Kant.
Y es que el Brasil tropical y emotivo no es Suecia ni Japón. En su idiosincrasia quedan incrustadas herencias del pasado que aún lo condicionan para bien y para mal. Es un país aún en construcción, y que se siente hoy abrumado por la incertidumbre sobre su futuro y por la corrupción que desborda a todos los niveles, pero que no pretende renunciar a su porción de esperanza, una esperanza que aparece en los labios hasta de los que más están sufriendo los latigazos de la crisis.
Es un rompecabezas difícil de resolver. Hace más de 300 años había mapas confeccionados con piezas de madera coloreadas. Ahora, de las piezas dispersas y contradictorias de la política actual, que es el corazón de la crisis, deberá aparecer la cara aún desconocida del nuevo Brasil. Una imagen que se está fraguando más en las sombras del poder que a la luz de la calle.
En los primeros rompecabezas, que eran unos pasatiempos originales y elegantes, las piezas, desprovistas de pomos, no se ensamblaban entre si como en los puzles comerciales de hoy.
Los montadores debían jugar con mucha atención y cuidado porque bastaba un movimiento repentino para que todo se desbaratara.
Además, no contaban con una imagen que guiase al montador. Debían trabajar sólo con la referencia al título que escondía la imagen aún oculta.
El rompecabezas político del Brasil actual se parece a aquel de entonces, difícil de montar, al no poder contar con una imagen ya prefabricada. Se trata, en efecto, de adivinar qué puede pasar en este país dentro quizás sólo de semanas o meses, en los diferentes escenarios que se están barajando. ¿Qué Brasil, qué Gobierno, qué modelo económico, que nuevas esperanzas o nuevos nubarrones de crisis mayores, que nuevos gritos en la calle esconde ese rompecabezas actual?
También las piezas de la crisis política brasileña se parecen a las de los rompecabezas que se escurrían entre las manos y no encajaban automáticamente sino que estaban expuestas a desbaratarse al primer movimiento falso o precipitado de la mano.
El momento es difícil y complejo. Puede estar en juego el futuro de este país-continente; puede estar a la puerta la vuelta de la pobreza para muchas familias o la desilusión de volver atrás de los que ya se habían subido al tren de la prosperidad. Puede nacer de ella un país mediocre o resurgir más pujante el gigante que, de adormecido, ha pasado a aparecer enfurecido y traicionado.
Puede estarse forjando un Brasil aún peor pero también otro mejor, con mayor responsabilidad individual y colectiva, más moderno, más rico y justo, libre de ideologías y utopías que acaban a la postre empobreciendo la política.
La imagen colorida y luminosa, o la ensombrecida y ennegrecida que saldrá de ese rompecabezas aún incógnito dependerá de la capacidad creativa y del espíritu republicano de los responsables de resolver la crisis, así como de la capacidad de humildad y coraje de reconocer errores y traspiés de quienes son los responsables mayores de haber conducido al país hasta la orilla peligrosa de la crisis. Incluso dependerá de la retirada con un gesto de responsabilidad de la escena para permitir una mejor solución de la crisis.
Si sacrificios y esfuerzos serán necesarios para resolver ese difícil rompecabezas, esos nunca deberán recaer sobre los artesanos que con sudor y trabajo labraron sus piezas. Sacrificios y recetas amargas deberán soportarlas y sufrirlas, sobre todo, aquellos cuya torpeza o ambición de poder les llevó a desbaratar la imagen positiva y alegre de que gozaba Brasil, para entregarlo al pillaje y a la corrupción, en un festín cuyas cortinas la justicia está abriendo con coraje y cuyo espectáculo la sociedad contempla entre incrédula y esperanzada.
Lo que ya no le es permitido a Brasil es un suplemento de paciencia. Ese tiempo ha acabado. Cuanto más se alargue y ensanche la crisis, cuantos mayores obstáculos interpongan sus mayores responsables, más cruel e injusta será la imagen que revelará ese rompecabezas.
La responsabilidad es de todos, pero especialmente de quienes irresponsablemente empujaron el carro hasta las faldas del volcán. Esperar más sería ignorar que un volcán en erupción no avisa el día ni la hora en que puede escupir fuego.
Juan Arias, El País
Brasil parece en este momento un rompecabezas con las incertidumbres de la política, la economía, las intrigas a todos los niveles, incluso internacionales, las hipótesis de futuro inmediato, y las sorpresas y sobresaltos de cada día, a las que no damos abasto cronistas y analistas.
Todo se queda viejo en pocas horas. Una noticia niega a la otra, mientras los índices económicos se deterioran rápidamente.
Es difícil hasta ofrecer la información con imparcialidad a una sociedad dividida y enconada que, en este momento, observa y piensa más con la pasión y el estómago que con la razón pura de Kant.
Y es que el Brasil tropical y emotivo no es Suecia ni Japón. En su idiosincrasia quedan incrustadas herencias del pasado que aún lo condicionan para bien y para mal. Es un país aún en construcción, y que se siente hoy abrumado por la incertidumbre sobre su futuro y por la corrupción que desborda a todos los niveles, pero que no pretende renunciar a su porción de esperanza, una esperanza que aparece en los labios hasta de los que más están sufriendo los latigazos de la crisis.
Es un rompecabezas difícil de resolver. Hace más de 300 años había mapas confeccionados con piezas de madera coloreadas. Ahora, de las piezas dispersas y contradictorias de la política actual, que es el corazón de la crisis, deberá aparecer la cara aún desconocida del nuevo Brasil. Una imagen que se está fraguando más en las sombras del poder que a la luz de la calle.
En los primeros rompecabezas, que eran unos pasatiempos originales y elegantes, las piezas, desprovistas de pomos, no se ensamblaban entre si como en los puzles comerciales de hoy.
Los montadores debían jugar con mucha atención y cuidado porque bastaba un movimiento repentino para que todo se desbaratara.
Además, no contaban con una imagen que guiase al montador. Debían trabajar sólo con la referencia al título que escondía la imagen aún oculta.
El rompecabezas político del Brasil actual se parece a aquel de entonces, difícil de montar, al no poder contar con una imagen ya prefabricada. Se trata, en efecto, de adivinar qué puede pasar en este país dentro quizás sólo de semanas o meses, en los diferentes escenarios que se están barajando. ¿Qué Brasil, qué Gobierno, qué modelo económico, que nuevas esperanzas o nuevos nubarrones de crisis mayores, que nuevos gritos en la calle esconde ese rompecabezas actual?
También las piezas de la crisis política brasileña se parecen a las de los rompecabezas que se escurrían entre las manos y no encajaban automáticamente sino que estaban expuestas a desbaratarse al primer movimiento falso o precipitado de la mano.
El momento es difícil y complejo. Puede estar en juego el futuro de este país-continente; puede estar a la puerta la vuelta de la pobreza para muchas familias o la desilusión de volver atrás de los que ya se habían subido al tren de la prosperidad. Puede nacer de ella un país mediocre o resurgir más pujante el gigante que, de adormecido, ha pasado a aparecer enfurecido y traicionado.
Puede estarse forjando un Brasil aún peor pero también otro mejor, con mayor responsabilidad individual y colectiva, más moderno, más rico y justo, libre de ideologías y utopías que acaban a la postre empobreciendo la política.
La imagen colorida y luminosa, o la ensombrecida y ennegrecida que saldrá de ese rompecabezas aún incógnito dependerá de la capacidad creativa y del espíritu republicano de los responsables de resolver la crisis, así como de la capacidad de humildad y coraje de reconocer errores y traspiés de quienes son los responsables mayores de haber conducido al país hasta la orilla peligrosa de la crisis. Incluso dependerá de la retirada con un gesto de responsabilidad de la escena para permitir una mejor solución de la crisis.
Si sacrificios y esfuerzos serán necesarios para resolver ese difícil rompecabezas, esos nunca deberán recaer sobre los artesanos que con sudor y trabajo labraron sus piezas. Sacrificios y recetas amargas deberán soportarlas y sufrirlas, sobre todo, aquellos cuya torpeza o ambición de poder les llevó a desbaratar la imagen positiva y alegre de que gozaba Brasil, para entregarlo al pillaje y a la corrupción, en un festín cuyas cortinas la justicia está abriendo con coraje y cuyo espectáculo la sociedad contempla entre incrédula y esperanzada.
Lo que ya no le es permitido a Brasil es un suplemento de paciencia. Ese tiempo ha acabado. Cuanto más se alargue y ensanche la crisis, cuantos mayores obstáculos interpongan sus mayores responsables, más cruel e injusta será la imagen que revelará ese rompecabezas.
La responsabilidad es de todos, pero especialmente de quienes irresponsablemente empujaron el carro hasta las faldas del volcán. Esperar más sería ignorar que un volcán en erupción no avisa el día ni la hora en que puede escupir fuego.