La crisis de Brasil mete presión a una Argentina en plena campaña

Los candidatos evitan hablar de ajuste pero los expertos creen que la caída del gigante estrecha el margen

Carlos E. Cué
Buenos Aires, El País
Brasil y Argentina, los dos gigantes sudamericanos, tienen una larga historia económica en común. Casi siempre han crecido juntos y han caído juntos. Pero esta vez es diferente. Brasil ha entrado en una fase de ajuste y devaluación fuerte –el 70% en los últimos 12 meses, 50% en lo que va de año- y su economía cae al 2% mientras Argentina se niega a devaluar –solo lo ha hecho un 10%, muy por debajo de la inflación del 25%- aumenta cada mes el gasto público y mantiene un ligero crecimiento del PIB. Argentina, en plena campaña electoral, vive un espejismo. Todos los candidatos dan buenas noticias, prometen más gasto público y rechazan hablar de ajuste. Pero los expertos y los datos apuntan en otro sentido: la crisis de Brasil, el principal socio de Argentina, ya ha hundido las exportaciones a este país por encima del 26% y está afectando sobre todo a la industria del automóvil, clave en Argentina.


“El 50% de las exportaciones industriales argentinas se van a Brasil. Es clave en el sector automotriz, químico, petroquímico. No es tan importante el tipo de cambio como la propia recesión. Los brasileños dejan de comprar, no importa el precio. La industria brasileña está cayendo un 7%”, explica Diego Coatz, economista jefe de la Unión Industrial Argentina. “Esto presiona al nuevo Gobierno. Pero tampoco se puede esperar una devaluación brusca. Argentina no puede devaluar como Brasil porque tiene mucha más inflación y muchas menos reservas. Tiene que tener mucho cuidado”, resume Coatz. No solo los brasileños están dejando de comprar productos en Argentina. La devaluación en Brasil y otros países está afectando a todas las exportaciones argentinas, también los productos agrícolas, su especialidad. En algunos hay caídas de hasta el 67% este año.

Argentina está tan caro, o Brasil tan barato, según se mire, que se está girando de nuevo la pelota. En los últimos años, los de la explosión de Brasil, los brasileños viajaban a Argentina como nunca y las tiendas y los hoteles de cualquier ciudad de este país estaban llenas de sus vecinos comprando. Este año, cuando se acerca el verano austral, todo está girando y los argentinos van a volver a Brasil de vacaciones, como hacían en los 90, porque en este momento es mucho más barato un apartamento en las costas brasileñas, con avión incluido, que en las argentinas. La industria turística local ya lo está notando.

En Argentina hay mucha inquietud por la posibilidad de que Brasil siga su caída en 2016. “La caída de Brasil está afectando a las exportaciones y por tanto a las reservas. Esto le pone mucha tensión a la agenda del Gobierno que viene. Esta caída le impone tener que hacer algo rápido, no va a poder hacer correcciones graduales”, explica Dante Sica, director de la consultora Abeceb. Aún así, nadie se imagina en Argentina un ajuste como el brasileño. Porque la sociedad no lo aceptaría, y porque no parece necesario. “Argentina tiene más posibilidades de salir que Brasil, tiene menor nivel de endeudamiento”, asegura Sica.

En cualquier caso, ninguno de los candidatos habla de este asunto. La diferencia entre lo que ellos dicen en la campaña y lo que centra tanto los comentarios en la prensa como los debates políticos en la sombra, entre los entornos de los candidatos ya sin micrófonos, es abismal. Las elecciones llegan el 25 de octubre y nadie quiere ser el responsable de dar las malas noticias a los argentinos. “No creo que Argentina necesite un ajuste ni una devaluación, esas son recetas del pasado”, insisten los tres principales candidatos. El Gobierno se concentra en destacar las fortalezas de la economía, sobre todo el bajo nivel de deuda, y sostiene que Argentina no seguirá los pasos de Brasil. Pero cada movimiento del gigante brasileño se mira con detalle en Buenos Aires y mete más presión sobre todo para el nuevo Gobierno. Todo en Argentina está parado a la espera de que un nuevo presidente dé un giro aunque nadie sabe hacia dónde.

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