El Papa anuncia que la anulación matrimonial será gratuita

Los dos decretos publicados hoy simplifican el proceso de anulación del sacramento

Pablo Ordaz
Roma, El País
Hasta ahora, obtener la nulidad de un matrimonio católico solía costar una eternidad y una fortuna. El papa Francisco ha dispuesto por decreto que, a partir del 8 de diciembre, el proceso sea gratuito, más ágil y dure entre 90 días y un año, salvo complicaciones especiales. Se trata de otra de las reformas ya características de Jorge Mario Bergoglio, por cuanto no cambia la esencia —la Iglesia sigue considerando el matrimonio indisoluble— pero sí busca la manera de acercar la doctrina católica a los problemas actuales de los cristianos.


De hecho, el Papa explica que su iniciativa parte de “la presión reformista de un enorme número de fieles” que se estaba alejando de “las estructuras jurídicas de la Iglesia [católica] a causa de la distancia física y moral”. Jorge Mario Bergoglio, que en octubre de 2014 ya había criticado con dureza el sistema aplicado hasta ahora para las nulidades matrimonilaes por lento, pesado y caro, encargó a un grupo de expertos una reforma del derecho canónico que acaba de ser puesta en marcha mediante la publicación de dos motu proprio o decretos papales —uno para el código latino y otro para el oriental—.

Entre las principales novedades, la reforma establece que la declaración de nulidad sea posible después de “una sola sentencia” —en vez de dos como hasta ahora—, firmada por “un juez único bajo la responsabilidad del obispo” y como consecuencia de “un proceso más breve”, sobre todo en los casos, advierte Francisco, “en los que la nulidad del matrimonio sea más evidente”. Sobre el coste económico, el Papa no hace más que cumplir un deseo anunciado hace 10 meses: “La Iglesia tiene que tener generosidad para hacer justicia gratuitamente”.

En el decreto papal se advierte de que "la gratuidad del procedimiento tiene que ser asegurada, porque la Iglesia, mostrándose ante los fieles madre generosa, en una materia tan estrechamente ligada a la salvación de las almas, manifieste el amor gratuito de Cristo”. A partir de diciembre, las diócesis tendrán que hacerse cargo del coste de los procesos.

La reforma, además de la sentencia única y del juez único —medidas que ya de por sí simplifican el proceso—, establece una mayor implicación de los obispos. En primer lugar, para que se encarguen de juzgar los casos más evidentes y por tanto más breves. Y, sobre todo, para que “tanto en las grandes como en las pequeñas diócesis ofrezcan un signo de la conversión de las estructuras eclesiásticas, y no delegue completamente a la administración de la curia la función judicial en materia matrimonial”.

El Papa quiere que los obispos se conviertan en cómplices activos de su papado y bajen del palacio arzobispal a enfrentarse con los problemas reales de la gente. De ahí que, también en el texto, Bergoglio haya querido dejar claro ante propios y extraños que su reforma no pretende “favorecer la nulidad de los matrimonios, sino la celeridad de los procesos”, para que “el corazón de los fieles que esperan la aclaración de su propio estado no sea largamente oprimido por la oscuridad de la duda”.

En las últimas semanas, las palabras y las acciones de Francisco han estado encaminadas precisamente a una actitud más comprensiva hacia los cristianos en dificultades, ya se trate de los divorciados vueltos a casar o de las mujeres que decidieron abortar. El primer día de septiembre, Francisco anunció que durante la celebración del jubileo de la Misericordia —desde el próximo 8 de diciembre al 20 de noviembre de 2016— todos los sacerdotes tendrán la facultad de absolver a las mujeres que hayan cometido “el pecado del aborto”, porque “el perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido” y “muchas de ellas llevan en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa”.

Según la doctrina católica, el aborto es un pecado muy grave que comporta la excomunión y que solo se puede absolver por orden de un obispo o del propio papa. Nada hace pensar que la Iglesia vaya a cambiar su actitud ante el aborto, el divorcio o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Las reformas del papa Francisco tienen más que ver con la actitud que con el fondo.

Las reglas por las que se deben regir los católicos seguirán siendo las mismas, pero quienes las infrinjan —en palabras del Papa— seguirán teniendo la puerta abierta: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas...”.

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