El aluvión de refugiados deriva en crisis política para Merkel
Aumentan las críticas internas a la canciller y dimite el responsable de migración
Luis Doncel
Berlín, El País
La presión va a más. La canciller Angela Merkel conectó a principios de mes con una mayoría de alemanes conmovidos por las escenas de refugiados que huían de la guerra. “Lo vamos a lograr”, exhortó Merkel a sus conciudadanos en un grito de ánimo. Pero a medida que pasan los días, la preocupación crece. Los flujos de llegada no cesan, cada vez más administraciones se ven sobrepasadas y los reproches de los Estados federados suben de tono. En la CDU de Merkel comienza a inquietar la impresión de que nadie tiene un plan. Este jueves, la crisis se cobró su primera víctima política con la dimisión del responsable gubernamental de los refugiados.
Manfred Schmidt, hasta ahora presidente de la Oficina para la Migración y los Refugiados, justificó su decisión por “motivos personales”. Pero se marcha en pleno huracán político en el que su figura —y la de su jefe directo, el ministro del Interior y estrecho aliado de Merkel, Thomas de Maizière— habían sido vapuleadas. La reunión del Gobierno federal con los líderes regionales del martes derivó en una monumental bronca, en la que representantes de los länder, los encargados de gestionar a los recién llegados, reprocharon al ministro del Interior falta de organización e incapacidad para acelerar unos trámites que se alargan meses y meses. Entre los más críticos estaban los socialdemócratas y los cada vez más díscolos socialcristianos bávaros. Pero las dudas también crecen en la Unión Cristianodemócrata (CDU) que preside Merkel.
El tabloide Bild informó este jueves de una cena en un restaurante berlinés en la que distintos líderes democristianos reprocharon a su jefa la falta de rumbo. Ya no están solos los socialcristianos, que fueron los primeros en levantar el hacha de guerra al tachar de error absoluto la decisión del pasado 5 de septiembre de llevar a Alemania a los refugiados que se agolpaban en Hungría. La CSU, los hermanos bávaros de la CDU, forzaron a la canciller a dar un giro radical una semana más tarde, cuando instauró controles en la frontera con Austria, dejando en suspenso el Tratado de Schengen durante un tiempo indeterminado. Fue la señal de que la oposición a su política de puertas abiertas iba en serio.
Respuestas a los alemanes
Las fuentes gubernamentales consultadas por este periódico confirman que la preocupación va en aumento y que es necesario dar cuanto antes respuestas a los ciudadanos, que se preguntan cuántos refugiados van a llegar y cuántos se puede permitir a medio plazo un país como Alemania. Las estimaciones —800.000, un millón, ¿más aún?— son por ahora papel mojado. En el Gobierno temen que la ola de simpatía hacia los recién llegados pueda esfumarse si los medios de comunicación empiezan a dar noticias negativas de jóvenes inmigrantes metiéndose en líos. Las administraciones, además, se enfrentan al reto mayúsculo de dar alojamiento fijo —y no en tiendas de campaña— a decenas de miles de personas antes del invierno.
Y mientras, el flujo de llegadas continúa. El miércoles se duplicó la cifra del martes. Y las autoridades alemanas enviaron este jueves mismo trenes especiales a Austria para recoger a 2.000 solicitantes de asilo que serán repartidos a lo largo del país.
“En sus primeras declaraciones, Merkel dio la impresión de que Alemania estaba preparada para recibir a cientos de miles de personas, algo que ha sido rebatido por el aluvión de llegadas. Quizás no fue un error decir que acogería a los que estaban en Hungría, pero no calculó adecuadamente sus consecuencias”, sostiene Josef Janning, director de la sección berlinesa del think-tank ECFR.
Ante la gravedad de las críticas que está recibiendo estos días, Merkel respondió el pasado martes. “Si vamos a tener que empezar a disculparnos por haber ofrecido una cara amable en una situación de emergencia, este ya no es mi país”, dijo la canciller.
Con esta frase cargada de sentimiento, algo poco habitual en sus declaraciones públicas, Merkel quería responder a la pregunta que muchos se hacen y que ayer resumía Die Zeit en su portada: “¿Sabe lo que está haciendo?”. El semanario ilustraba el titular con una foto de la canciller haciéndose un selfie con un sonriente refugiado. Y es que las críticas que salen de su propio partido no se dirigen solo contra decisiones concretas. Le reprochan también gestos —los selfies, sus declaraciones de que el derecho de asilo no conoce límites...— que han podido contribuir a esparcir la imagen por el mundo de que Alemania está dispuesta a acoger a todos aquellos que deseen abandonar sus países.
Luis Doncel
Berlín, El País
La presión va a más. La canciller Angela Merkel conectó a principios de mes con una mayoría de alemanes conmovidos por las escenas de refugiados que huían de la guerra. “Lo vamos a lograr”, exhortó Merkel a sus conciudadanos en un grito de ánimo. Pero a medida que pasan los días, la preocupación crece. Los flujos de llegada no cesan, cada vez más administraciones se ven sobrepasadas y los reproches de los Estados federados suben de tono. En la CDU de Merkel comienza a inquietar la impresión de que nadie tiene un plan. Este jueves, la crisis se cobró su primera víctima política con la dimisión del responsable gubernamental de los refugiados.
Manfred Schmidt, hasta ahora presidente de la Oficina para la Migración y los Refugiados, justificó su decisión por “motivos personales”. Pero se marcha en pleno huracán político en el que su figura —y la de su jefe directo, el ministro del Interior y estrecho aliado de Merkel, Thomas de Maizière— habían sido vapuleadas. La reunión del Gobierno federal con los líderes regionales del martes derivó en una monumental bronca, en la que representantes de los länder, los encargados de gestionar a los recién llegados, reprocharon al ministro del Interior falta de organización e incapacidad para acelerar unos trámites que se alargan meses y meses. Entre los más críticos estaban los socialdemócratas y los cada vez más díscolos socialcristianos bávaros. Pero las dudas también crecen en la Unión Cristianodemócrata (CDU) que preside Merkel.
El tabloide Bild informó este jueves de una cena en un restaurante berlinés en la que distintos líderes democristianos reprocharon a su jefa la falta de rumbo. Ya no están solos los socialcristianos, que fueron los primeros en levantar el hacha de guerra al tachar de error absoluto la decisión del pasado 5 de septiembre de llevar a Alemania a los refugiados que se agolpaban en Hungría. La CSU, los hermanos bávaros de la CDU, forzaron a la canciller a dar un giro radical una semana más tarde, cuando instauró controles en la frontera con Austria, dejando en suspenso el Tratado de Schengen durante un tiempo indeterminado. Fue la señal de que la oposición a su política de puertas abiertas iba en serio.
Respuestas a los alemanes
Las fuentes gubernamentales consultadas por este periódico confirman que la preocupación va en aumento y que es necesario dar cuanto antes respuestas a los ciudadanos, que se preguntan cuántos refugiados van a llegar y cuántos se puede permitir a medio plazo un país como Alemania. Las estimaciones —800.000, un millón, ¿más aún?— son por ahora papel mojado. En el Gobierno temen que la ola de simpatía hacia los recién llegados pueda esfumarse si los medios de comunicación empiezan a dar noticias negativas de jóvenes inmigrantes metiéndose en líos. Las administraciones, además, se enfrentan al reto mayúsculo de dar alojamiento fijo —y no en tiendas de campaña— a decenas de miles de personas antes del invierno.
Y mientras, el flujo de llegadas continúa. El miércoles se duplicó la cifra del martes. Y las autoridades alemanas enviaron este jueves mismo trenes especiales a Austria para recoger a 2.000 solicitantes de asilo que serán repartidos a lo largo del país.
“En sus primeras declaraciones, Merkel dio la impresión de que Alemania estaba preparada para recibir a cientos de miles de personas, algo que ha sido rebatido por el aluvión de llegadas. Quizás no fue un error decir que acogería a los que estaban en Hungría, pero no calculó adecuadamente sus consecuencias”, sostiene Josef Janning, director de la sección berlinesa del think-tank ECFR.
Ante la gravedad de las críticas que está recibiendo estos días, Merkel respondió el pasado martes. “Si vamos a tener que empezar a disculparnos por haber ofrecido una cara amable en una situación de emergencia, este ya no es mi país”, dijo la canciller.
Con esta frase cargada de sentimiento, algo poco habitual en sus declaraciones públicas, Merkel quería responder a la pregunta que muchos se hacen y que ayer resumía Die Zeit en su portada: “¿Sabe lo que está haciendo?”. El semanario ilustraba el titular con una foto de la canciller haciéndose un selfie con un sonriente refugiado. Y es que las críticas que salen de su propio partido no se dirigen solo contra decisiones concretas. Le reprochan también gestos —los selfies, sus declaraciones de que el derecho de asilo no conoce límites...— que han podido contribuir a esparcir la imagen por el mundo de que Alemania está dispuesta a acoger a todos aquellos que deseen abandonar sus países.