Djokovic vence a Federer y conquista el US Open

El número umo se impone al suizo en la final (6-4, 5-7, 6-4 y 6-4, después de tres horas y 20 minutos) y eleva el 10º Grand Slam de su carrera, su segundo título en Nueva York


Alejandro Ciriza
Madrid, El País
No es solo el qué. Es el cómo, el dónde, el cuándo. El quién. ¿Por qué? Porque el triunfo de Novak Djokovic frente a Roger Federer (6-4, 5-7, 6-4 y 6-4, después de tres horas y 20 minutos) en la final de Nueva York, en el último grande de la temporada, el US Open invita a la reflexión. El serbio, número uno indiscutible del circuito, hizo una nueva demostración de fuerza. No solo elevó su segundo trofeo en Flushing Meadows (el primero data de 2011), su tercer mayor de la temporada (previamente ya había atado Australia y Wimbledon), su décima corona del Grand Slam. El triunfo de Nole va mucho más allá del presente más inmediato y apunta a un futuro en clave Djokovic.


A sus 28 años, el jugador de Belgrado se erige como un rey prácticamente indestronable, dispuesto a hacerse un hueco entre las grandes leyendas de su deporte y a dominar los próximos años con puño de hierro. Porque, hoy día, no se adivina adversario, ni siquiera el mejor Federer, que pueda plantarle cara ni arrebatarle títulos de forma continuada. Es, sencillamente, el mejor. El más fuerte. Un tenista que ha alcanzado la madurez plena sobre la pista, que no ofrece fisuras. Djokovic, salvo una irrupción inesperada (poco probable) o un decaimiento repentino (igualmente improbable), está llamado a escribir los próximos episodios de gloria de su deporte.

Con sus 10 títulos del Grand Slam, el serbio postula ya al Olimpo tenístico, ese en el que figuran fenómenos como el propio Federer (17), Rafael Nadal (14), Pete Sampras (14) o Roy Emerson (12). Con su último laurel igualó la cifra de grandes de Bill Tilden y apuntará a partir de ahora a Rod Laver y Bjorn Borg (ambos con 11). Casi nada. Es el premio a un profesional que ha evolucionado al compás del circuito, renovado en el juego y las formas. Felizmente casado desde hace un año y padre de un niño, Djokovic se encuentra en el punto idóneo para seguir engrosando una carrera extraordinaria.

Fuera de la cancha, Nole ha ganado poso y experiencia, saber estar. Y dentro, se ha multiplicado en todas las facetas del juego. No tiene, probablemente, la elegancia de Federer, ni la derecha milimétrica de Sampras, ni el carisma de John McEnroe. Sin embargo, contiene una pequeña dosis de todos ellos. Djokovic, un prodigio físico con una mente a prueba de bombas, una máquina de derribar a quienes se se cruzan a su paso, se ha conjurado para hacer algo grande. Y está en ello.

Contra Federer, en esta final neoyorquina, firmó un triunfo jerárquico. A sus 34 años, reinventado, el genio de Basilea llegaba en su mejor estado, con el objetivo de levantar su 18º grande y demostrar así que su tenis es mucho más que un compendio de recursos estéticos y golpes exquisitos, sino que también conserva toda su vigencia. Y vaya si la tiene. A Federer le queda cuerda para rato, no cabe duda. Pese a haber cedido cuatro de las cinco finales del Grand Slam que ha disputado en el último lustro, ha recuperado este año la frescura la derecha, el revés y su delicioso movimiento de piernas. Otra cosa es que todo ello le dé para batir Djokovic.

No pudo con Nole en la final de Wimbledon, en julio, ni tampoco ahora en Nueva York. Con este último duelo, ambos se han medido ya en 42 ocasiones (el pulso más repetido en la historia del tenis, junto al Djokovic-Nadal), con un balance de 21 victorias para cada uno. La de ayer, postergada como consecuencia del aguacero que retrasó la final más de tres horas, fue categórica. Djokovic intimidó desde la primera manga, en la que sufrió un resbalón que hizo caer al cemento y le ocasionó pequeñas abrasiones en el antebrazo derecho y la pierna. Pero ni por esas.

Restó como solo él sabe (arañó 52 puntos) y estuvo más consistente desde la línea de fondo. Atacó los segundos servicios de Federer (este solo retuvo el 46% de esas bolas) e impidió al helvético coger velocidad de crucero. Federer sobrevivió gracias al látigo. Rubricó 56 ganadores y 11 aces, por los 35 y tres de su oponente, pero poco a poco fue perdiendo la fe y cometió más errores (54, por los 37 del número uno). Pese a todo consiguió arrebatarle un set a Nole y aportar picante a una noche en la que ambos tuvieron el mismo acierto a la hora de acercarse a la cinta (66%) y que tuvo una de sus claves en las oportunidades de ruptura. Federer dispuso de 23 opciones, pero solo atinó en cuatro (un 17%), mientras que Djokovic sacó partido a seis de las 13 (46%) que tuvo en sus manos.

A pesar de estar dos sets abajo, Federer le discutió el duelo hasta el final. En el último parcial, con 5-4, tuvo tres bolas de break, pero pudo cerrar ese juego ni voltear la situación. ¿Resultado? Otra dentellada del serbio, el tenista feroz y ultracompetitivo, cincelado escrupulosamente por Boris Becker. Lo celebró Djokovic, pero sin estridencias ni excesiva vehemencia. No, porque su desafío tan solo acaba de comenzar. Este año ya ha igualado su mejor curso, el de 2011. Suma tres grandes y otros cuatro títulos: Indian Wells, Miami, Montecarlo y Roma. Su registro es de 63 victorias y cinco derrotas. En las alturas, tan solo Stanislas Wawrinka (Roland Garros) ha podido batirle.

Se ha propuesto una obra magna y, de momento, va cobrando forma. El presente y el futuro a medio y largo plazo se contemplan desde una sola óptica. En clave Djokovic. Se vislumbra una tiranía.

Entradas populares