Corea del Norte, campo de batalla de la propaganda

Pyongyang abre sus puertas y muestra su mejor cara a un cineasta español

Naiara Galarraga
Madrid, El País
Los primeros intentos fracasaron. Fue cuando aún se enviaban cartas con sobre y sello. Nunca dirigieron sus propuestas para hacer el documental a Pyongyang; escribían a Suiza, a la única dirección conocida de la República Democrática Popular de Corea, a su delegación en la sede de Naciones Unidas en Ginebra. “Nos las devolvían ¡sin abrir! ¿No es genial?”, cuenta el cineasta Álvaro Longoria. El plan era entrevistar al mismísimo Kim Jong-il, gran cinéfilo que secuestraba cineastas para mejorar el cine local, hijo del fundador de Corea del Norte y padre del actual dictador. Nunca hubo respuesta. Hoy el país más secretista del mundo abre embajadas.


Longoria (Santander, 1968), que sopesó ser diplomático y fue banquero de inversión, estrena ahora lo que entonces empezó a germinar. The Propaganda Game es un documental en inglés que muestra Corea del Norte como escenario de una feroz batalla propagandística, interna y con el exterior. Promete un documental distinto sobre esta potencia nuclear que, sea por su hermetismo, por la extravagancia de sus líderes, por la estética retro de los privilegiados vecinos de su capital o por sus deslumbrantes desfiles militares, ejerce una enorme fascinación popular pese a ser un Estado totalitario sin par en la era contemporánea.

Son meses intensísimos para el cineasta inmerso en la esquizofrenia de parir tres proyectos dispares. Días antes del estreno de este documental en la sección Zabaltegi del Festival de Cine de San Sebastián llega a las pantallas Ma ma, la película de Penélope Cruz y Julio Medem que coproduce con ambos. Y, mientras, ultima Altamira, sobre el descubrimiento de las pinturas prehistóricas.

Que nadie espere imágenes movidas tan características de las grabaciones en Corea del Norte. “Me llama la atención por qué siempre que se habla de Corea del Norte parece una película de James Bond. Está el Doctor No, malo malísimo, y los demás estamos a ver si a este Doctor No se le ocurrirá soltar una bomba nuclear. Aquello me parecía una simplificación hollywoodiana”, dice en la cocina de su productora, Morena Films, en Madrid. Aunque admite que en algunos momentos sí se sintió como el protagonista de El show de Truman, como si estuviera rodeado de actores.

Algo casi inédito, buena parte de la película está rodada en el país de la fracasada utopía estalinista –como lo bautizó el experto Andrei Lankov, al que entrevista– con Longoria como narrador. La llave para que esta vez el proyecto cuajara se la topó en un periódico. Longoria leyó una historia sobre un noble catalán, comunista desde la adolescencia, que fue militar y que, tras muchos viajes al país, se había convertido en embajador informal norcoreano. El cineasta acababa de descubrir a Alejandro Cao de Benós. “Le escribí por Facebook. Le dije: ‘Oye, quiero hablar contigo para un documental”. Esta vez sí hubo respuesta.

Un año de negociación. Las puertas de Corea del Norte están abiertas para quien acepte grandes limitaciones a su libertad. “Las reglas eran: ‘Nunca puedes salir solo; no te puedes salir del itinerario. Cuando te digamos que pares de rodar, tienes que parar de rodar inmediatamente; si no, te quitaremos la cámara y lo que hayas grabado. Ese era mi mayor miedo, que me quitaran lo rodado”. Aceptó. En primavera de 2014, él y dos cámaras, Rita Noriega y Diego Dusuel, recibieron por fin un visado que les permitió estar seis días en el país.

“Por primera vez en cinco días nos hemos quedado solos”, susurra a cámara dentro de la furgoneta cuando se percata de que por fin los omnipresentes guías/traductores no le oyen.

Cao de Benós, que se presenta como el único extranjero que trabaja para el Gobierno norcoreano, fue su anfitrión. Longoria descartó la idea original de que fuera el protagonista porque “es un personaje interesante, pero no deja de ser una curiosidad”. El viaje depara sorpresas como una vitrina frigorífica de (la prohibida) Coca-Cola atisbada en el lado comunista de la última frontera de la Guerra Fría, una misa dominical inolvidable o una exhibición de monopatín. También incluye momentos burdamente propagandísticos como la visita a lo que se presenta como una vivienda del montón –en un país que recibe ayuda alimentaria de la ONU– y resulta que hay un ordenador HP; una copia de Brave, de Disney; jabón Dove, y una supuesta inquilina que calla cuando se le pregunta: “¿Qué va a cocinar esta noche?”. Longoria recuerda la surrealista escena: “Nunca vimos el frigorífico [por dentro]”.

The Propaganda Game es un paseo por lo que el régimen de Kim Jong-un quiere mostrar de la mano de Cao de Benós. Pero va más allá. La cara que Pyongyang quiere ocultar, la de nietos encarcelados por los crímenes de sus abuelos, los campos de prisioneros políticos, el entramado de delatores, la división en castas de afines y hostiles…, está ahí, a través de entrevistas con especialistas, periodistas, académicos, representantes de la ONU, Amnistía Internacional –que solo aceptó participar tras asegurarse de que no había un duro de Pyongyang en el proyecto–, disidentes… Ellos explican cómo “a los norcoreanos les lavan el cerebro desde el minuto cero” (dice Barbara Demick, autora de Querido líder, vivir en Corea del Norte) o “es el único país del mundo que ejecuta a personas por hacer llamadas internacionales sin permiso” (relata una adolescente que huyó del norte para refugiarse en Corea del Sur).

Oliver Stone, con el que ha colaborado en documentales sobre Fidel Castro y Arafat y que estuvo en los primeros tanteos para el proyecto, no participa directamente en la película, pero sí está presente: “Cuando no sé qué hacer, siempre pienso: ‘¿Cómo lo haría Oliver Stone?’. Él me ha ayudado en el proceso”. El español lo considera un maestro.

Longoria asegura que ha intentado responder a las preguntas que un lector de prensa interesado como él se hace. El mismo planteamiento de Hijos de las nubes, la última colonia, su primer documental, sobre el conflicto saharaui, con Javier Bardem de narrador. “Yo lo que hago es un análisis sobre la información y la manipulación de la misma en torno a Corea del Norte. La que usa el Gobierno con su gente, la propaganda que usa hacia fuera y luego la extraña tergiversación de la información que se da en los medios internacionales cuando se habla de Corea del Norte. Es la manipulación de la información en esas tres direcciones”.

El secretismo que imponen las autoridades lo ha convertido en terreno fértil para la confusión. Las noticias reales (Corea del Norte lanza siete misiles tierra-aire sobre el mar de Japón) se mezclan constantemente con chismes (reaparece la esposa de Kim Jong-un) y, a veces, con auténticas fabulaciones (la noticia de que el dictador echó a su tío desnudo a una jauría de perros para que lo devoraran es una invención). Es una mezcolanza que triunfa.

Estaba en plena producción el español cuando una parodia para adolescentes sobre el asesinato del tirano norcoreano, soez hasta el infinito, se convirtió súbitamente las Navidades pasadas en símbolo mundial de la libertad de expresión. El estreno de La entrevista quedó en suspenso tras un espectacular ataque informático que paralizó Sony Pictures, sacó a la luz miles de correos electrónicos y, con ellos, algunas miserias de sus directivos. El FBI culpó directamente a Corea del Norte. El presidente Barack Obama prometió solemne una respuesta proporcionada: “No podemos tener una sociedad en la que algún dictador en algún lugar puede empezar a imponer la censura aquí, en Estados Unidos, e intimidar a la gente por el estreno de una pelícu­la satírica. Imaginen qué empezarán a hacer cuando vean un documental que no les gusta”.

A Longoria aquella polémica no le preocupa. “Una película que caricaturiza todos los clichés de Corea del Norte, las increíbles represalias contra Sony, y que además ni siquiera se sabe si lo han hecho los norcoreanos… Es una suerte. Casi un ejemplo práctico de lo que estábamos haciendo”. Desde muy pronto, él mismo sintió que se movía en territorio minado. Al poco de anunciar el proyecto fue acusado de hacerle el juego a un Estado totalitario, de hacer propaganda. Le pilló por sorpresa, confiesa, y le hizo plantearse que la “simplificación de la información” también podría aplicarse y perjudicar a su trabajo. Él lo niega tajante. “Yo estoy intentando enseñar todos los puntos de vista, no solo uno. Eso no es propaganda, propaganda sería si solo enseñara uno”, recalca. Darle al espectador la información de los diversos implicados y que sea él quien saque las conclusiones.

Antes de dedicarse al cine, fue durante ocho años un tipo de traje y corbata, un banquero de inversión en Nueva York y Londres. De aquello tiene una experiencia muy útil con los números y los planes de negocio en estos tiempos de acuciante crisis. Los 400.000 euros que ha costado el documental los consiguió a través de las ventas internacionales en el extranjero. “Yo siempre digo que en el mundo de las películas hay gente muy complicada, muy sofisticada. Pero al lado del mundo de las finanzas, es todo una broma. La gente verdaderamente complicada, la verdaderamente peligrosa, está en el mundo de las finanzas. Cuando trabajaba en la banca, siempre decía que era un privilegio trabajar con gente tan inteligente y una pena que esos talentos se desperdiciaran en comprar y vender derivados en lugar de hacer algo creativo. Pero sí, estoy bien entrenado, incluso para lidiar con los norcoreanos”.

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