Colombia afronta el reto de explicar los beneficios del pacto con las FARC
El Gobierno deberá ahora hacer comprender a los colombianos que el acuerdo de justicia alcanzado con las FARC era necesario
Javier Lafuente
Bogotá, El País
El apretón de manos de Juan Manuel Santos con Timochenko, jaleado por el cubano Raúl Castro, es una foto tan histórica como complicada de entender para millones de colombianos. No todos aceptan ver al presidente estrechando la mano del líder de las FARC, después de sellar un acuerdo que garantiza que no habrá cárcel para quien reconozca delitos. Tratar de explicar que ese saludo es el principio del fin de un conflicto armado de más de 50 años se ha convertido en el gran reto, por encima de los puntos que quedan para el acuerdo final con la guerrilla, garantizado salvo que ocurra un terrible imprevisto.
La última vez que los colombianos vieron a un presidente junto al máximo líder de las FARC fue el 8 y 9 de febrero de 2001. Andrés Pastrana y Manuel Marulanda se reunían para avanzar en los diálogos del Caguán, el último proceso de paz previo al que se desarrolla desde hace casi tres años en La Habana. Aquel intento fallido trajo años de guerra en la que el Estado, bajo la presidencia de Álvaro Uribe, con Santos como ministro de Defensa, resquebrajó la estructura de la guerrilla.
Desde que iniciaron las conversaciones con las FARC en Cuba, el Gobierno colombiano no ha conseguido hacer calar un mensaje esperanzador en la sociedad. El pesimismo, arropado por la crítica furibunda del uribimismo, cuyo líder, el expresidente y senador Uribe goza, al menos hasta el miércoles, de una popularidad superior a la de Santos, impera a igual o mayor que escala que el optimismo. “Llevamos medio siglo envueltos en la pedagogía de la guerra, es muy complicado cambiar a la opinión pública”, asume una persona muy cercana al presidente colombiano.
La Corte Penal Internacional analizará el acuerdo
La fiscal general de la Corte Penal Internacional (CPI), Fatou Bensouda, ha asegurado que revisará en detalle el acuerdo alcanzado entre el Gobierno y las FARC. “Noto con optimismo que el acuerdo excluye la concesión de amnistías por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, y que está diseñado, entre otras cosas, para poner fin a la impunidad por los crímenes más graves”, aseguró.
Por su parte, organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch criticaron los términos del acuerdo anunciado el miércoles en La Habana: “Permitirá que los máximos responsables de los peores abusos puedan eximirse de pasar siquiera un solo día en prisión”, lamentó su director para América, José Manuel Vivanco.
La última encuesta de Gallup, previa al desescalamiento del conflicto anunciado a finales de julio, arrojaba un dato significativo: los partidarios de una solución militar eran los mismos que los de una solución pacífica. Como escribió recientemente el periodista Álvaro Sierra, “mantener la negociación de La Habana en una burbuja, como si los avatares de la guerra en Colombia no contaran, fue útil pero se volvió insostenible”. La gente, salvo en las regiones, se alejó del conflicto y se cansó de esperar a la paz.
El anuncio del miércoles supone un punto de inflexión en la consecución del proceso con las FARC. El acuerdo más complicado, el que afecta de forma directa al futuro de los actores del conflicto, ya se ha solventado. Solo un acontecimiento terrible e inesperado parece poder echar abajo las negociaciones. Que el presidente y Timochenko no esperasen para darse la mano hasta el acuerdo final y concretasen una fecha límite para sellarlo —23 de marzo de 2016— pone un punto y aparte. “En estos meses se puede lograr lo que no se ha conseguido en tres años” o “se inicia una oportunidad para corregir los errores y crear un clima favorable a la paz” son algunas de las frases que deslizan desde el miércoles miembros de la delegación y asesores del presidente.
Todos confían también en que la guerrilla cambie su discurso y trate de acercarse a una población entre la que tienen un ínfimo apoyo. Hasta que llegue la firma final, las FARC tendrán además que concienciar a sus bases de que lo logrado merece la pena, algo que no deja de preocupar al Gobierno.
El apoyo ciudadano será esencial para refrendar lo acordado en La Habana, tal y como ha prometido Santos. El Gobierno ha puesto en marcha la maquinaria para hacer ver los beneficios de la paz. Desde febrero, un equipo de 12 personas, dependiente directamente de Presidencia y liderado por la periodista María Alejandra Villamazir, ha trabajado en silencio en la elaboración de una estrategia a desarrollar en el momento oportuno, es decir, ahora. Desde la Casa de Nariño aseguran que no solo los miembros del Gobierno se harán más visibles, también participarán, en lo que han querido llamar “la conversación más grande del mundo”, intelectuales y artistas. No es baladí, por ejemplo, que horas después anunciarse el acuerdo en La Habana, Juanes y Fonseca, dos de los artistas más reconocidos en Colombia, con 10 y 3 millones de seguidores en Twitter, celebraran el pacto.
El Gobierno y las FARC dosificarán los pocos anuncios que les quedan por hacer, el más importante de ellos, el del cese bilateral del fuego, a la postre el fin de una guerra que ha dejado más de 220.000 muertos y casi ocho millones de víctimas. También queda por concretar el inicio de las negociaciones con la guerrilla del ELN. Sin ello, la paz no estará completa.
Javier Lafuente
Bogotá, El País
El apretón de manos de Juan Manuel Santos con Timochenko, jaleado por el cubano Raúl Castro, es una foto tan histórica como complicada de entender para millones de colombianos. No todos aceptan ver al presidente estrechando la mano del líder de las FARC, después de sellar un acuerdo que garantiza que no habrá cárcel para quien reconozca delitos. Tratar de explicar que ese saludo es el principio del fin de un conflicto armado de más de 50 años se ha convertido en el gran reto, por encima de los puntos que quedan para el acuerdo final con la guerrilla, garantizado salvo que ocurra un terrible imprevisto.
La última vez que los colombianos vieron a un presidente junto al máximo líder de las FARC fue el 8 y 9 de febrero de 2001. Andrés Pastrana y Manuel Marulanda se reunían para avanzar en los diálogos del Caguán, el último proceso de paz previo al que se desarrolla desde hace casi tres años en La Habana. Aquel intento fallido trajo años de guerra en la que el Estado, bajo la presidencia de Álvaro Uribe, con Santos como ministro de Defensa, resquebrajó la estructura de la guerrilla.
Desde que iniciaron las conversaciones con las FARC en Cuba, el Gobierno colombiano no ha conseguido hacer calar un mensaje esperanzador en la sociedad. El pesimismo, arropado por la crítica furibunda del uribimismo, cuyo líder, el expresidente y senador Uribe goza, al menos hasta el miércoles, de una popularidad superior a la de Santos, impera a igual o mayor que escala que el optimismo. “Llevamos medio siglo envueltos en la pedagogía de la guerra, es muy complicado cambiar a la opinión pública”, asume una persona muy cercana al presidente colombiano.
La Corte Penal Internacional analizará el acuerdo
La fiscal general de la Corte Penal Internacional (CPI), Fatou Bensouda, ha asegurado que revisará en detalle el acuerdo alcanzado entre el Gobierno y las FARC. “Noto con optimismo que el acuerdo excluye la concesión de amnistías por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, y que está diseñado, entre otras cosas, para poner fin a la impunidad por los crímenes más graves”, aseguró.
Por su parte, organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch criticaron los términos del acuerdo anunciado el miércoles en La Habana: “Permitirá que los máximos responsables de los peores abusos puedan eximirse de pasar siquiera un solo día en prisión”, lamentó su director para América, José Manuel Vivanco.
La última encuesta de Gallup, previa al desescalamiento del conflicto anunciado a finales de julio, arrojaba un dato significativo: los partidarios de una solución militar eran los mismos que los de una solución pacífica. Como escribió recientemente el periodista Álvaro Sierra, “mantener la negociación de La Habana en una burbuja, como si los avatares de la guerra en Colombia no contaran, fue útil pero se volvió insostenible”. La gente, salvo en las regiones, se alejó del conflicto y se cansó de esperar a la paz.
El anuncio del miércoles supone un punto de inflexión en la consecución del proceso con las FARC. El acuerdo más complicado, el que afecta de forma directa al futuro de los actores del conflicto, ya se ha solventado. Solo un acontecimiento terrible e inesperado parece poder echar abajo las negociaciones. Que el presidente y Timochenko no esperasen para darse la mano hasta el acuerdo final y concretasen una fecha límite para sellarlo —23 de marzo de 2016— pone un punto y aparte. “En estos meses se puede lograr lo que no se ha conseguido en tres años” o “se inicia una oportunidad para corregir los errores y crear un clima favorable a la paz” son algunas de las frases que deslizan desde el miércoles miembros de la delegación y asesores del presidente.
Todos confían también en que la guerrilla cambie su discurso y trate de acercarse a una población entre la que tienen un ínfimo apoyo. Hasta que llegue la firma final, las FARC tendrán además que concienciar a sus bases de que lo logrado merece la pena, algo que no deja de preocupar al Gobierno.
El apoyo ciudadano será esencial para refrendar lo acordado en La Habana, tal y como ha prometido Santos. El Gobierno ha puesto en marcha la maquinaria para hacer ver los beneficios de la paz. Desde febrero, un equipo de 12 personas, dependiente directamente de Presidencia y liderado por la periodista María Alejandra Villamazir, ha trabajado en silencio en la elaboración de una estrategia a desarrollar en el momento oportuno, es decir, ahora. Desde la Casa de Nariño aseguran que no solo los miembros del Gobierno se harán más visibles, también participarán, en lo que han querido llamar “la conversación más grande del mundo”, intelectuales y artistas. No es baladí, por ejemplo, que horas después anunciarse el acuerdo en La Habana, Juanes y Fonseca, dos de los artistas más reconocidos en Colombia, con 10 y 3 millones de seguidores en Twitter, celebraran el pacto.
El Gobierno y las FARC dosificarán los pocos anuncios que les quedan por hacer, el más importante de ellos, el del cese bilateral del fuego, a la postre el fin de una guerra que ha dejado más de 220.000 muertos y casi ocho millones de víctimas. También queda por concretar el inicio de las negociaciones con la guerrilla del ELN. Sin ello, la paz no estará completa.