Casillas encuentra en Oporto lo que no conseguía en Madrid
Oporto, AS
La Prensa portuguesa, menos ácida que la española le ha tratado con respeto y ecuanimidad. Sus actuaciones han sido correctas. Arrastra a las teles y a los turistas.
Martín ya juega con los cisnes del parque; Sara recibe a sus amigas de Telecinco y el cabeza de familia no deja que nadie entre en la puerta de su oficina, el estadio de los Dragones. Ni un gol encajado en su campo, y solo uno en tres partidos de Liga. La ciudad portuguesa de Oporto ha dado en un mes todo lo que echaba a faltar Iker en lo que había sido su casa, el Real Madrid.
Casillas se la jugó, una vez más, con su apuesta portuguesa. El presupuesto del Oporto es como seis veces inferior al del Madrid. Con eso, y con esos prejuicios habituales del español sobre todo lo portugués, llegó el portero madridista. Hicieron falta pocos días para que esos esquemas saltaran por los aires. El FC Porto si en dinero está a la zaga, en profesionalidad, no. Todo el engranaje del club se enfoca a que el futbolista que llega a esta esquina de Europa sólo tenga una preocupación: rendir. Eso lo vio Casillas el primer día cuando visitó el museo del club y almorzó con el presidente Pinto da Costa, que le trató como a un amigo para toda la vida. Adiós recelos, cejas torcidas y maledicencias. Un escenario que el laureado portero había olvidado.
Ya en el campo, la transición ha sido tranquila y placentera. No ha sido un héroe en ningún partido, porque tampoco se ha necesitado. La Prensa portuguesa, menos ácida que la española (y, por supuesto, menos polarizada), le ha tratado con respeto y ecuanimidad. Sus actuaciones han sido correctas. Y su siguiente reto es hacerse el líder del vestuario. Lopetegui quiere a Casillas para algo más que para despejar balones. La portería no era uno de los problemas del Oporto (sí lo es tapar las ausencias de Jackson, Danilo, Casemiro y Oliver); el problema del Oporto, como del Benfica o del Sporting, es tener un líder del campo que asiente un equipo que cambia cada año a la mitad de sus jugadores. No hay herencias ni hilos conductores entre una temporada y otra y cuando llegan los partidos donde la experiencia es un grado (Champions o finales), el equipo corre el riesgo de derretirse. Casillas tiene que dar ese plus al vestuario. Lopetegui empieza otra vez a reconstruir el equipo. Pero el futbolista también es un pack mercantil, en donde a veces no es preciso ni jugar, basta con salir (recuérdese el fenómeno Beckham). Y ahí también triunfa. El fenómeno Casillas es mayor del que muchos pensaban. Arrastra a las teles. En cada partido hay una peregrinación de españoles. Cuando Bolt se hace un selfie en Pekín, resulta que la funda del móvil es el rostro de Casillas y cuando el guardameta viaja a Madrid aún le sigue haciendo un guiño a Cibeles.
La Prensa portuguesa, menos ácida que la española le ha tratado con respeto y ecuanimidad. Sus actuaciones han sido correctas. Arrastra a las teles y a los turistas.
Martín ya juega con los cisnes del parque; Sara recibe a sus amigas de Telecinco y el cabeza de familia no deja que nadie entre en la puerta de su oficina, el estadio de los Dragones. Ni un gol encajado en su campo, y solo uno en tres partidos de Liga. La ciudad portuguesa de Oporto ha dado en un mes todo lo que echaba a faltar Iker en lo que había sido su casa, el Real Madrid.
Casillas se la jugó, una vez más, con su apuesta portuguesa. El presupuesto del Oporto es como seis veces inferior al del Madrid. Con eso, y con esos prejuicios habituales del español sobre todo lo portugués, llegó el portero madridista. Hicieron falta pocos días para que esos esquemas saltaran por los aires. El FC Porto si en dinero está a la zaga, en profesionalidad, no. Todo el engranaje del club se enfoca a que el futbolista que llega a esta esquina de Europa sólo tenga una preocupación: rendir. Eso lo vio Casillas el primer día cuando visitó el museo del club y almorzó con el presidente Pinto da Costa, que le trató como a un amigo para toda la vida. Adiós recelos, cejas torcidas y maledicencias. Un escenario que el laureado portero había olvidado.
Ya en el campo, la transición ha sido tranquila y placentera. No ha sido un héroe en ningún partido, porque tampoco se ha necesitado. La Prensa portuguesa, menos ácida que la española (y, por supuesto, menos polarizada), le ha tratado con respeto y ecuanimidad. Sus actuaciones han sido correctas. Y su siguiente reto es hacerse el líder del vestuario. Lopetegui quiere a Casillas para algo más que para despejar balones. La portería no era uno de los problemas del Oporto (sí lo es tapar las ausencias de Jackson, Danilo, Casemiro y Oliver); el problema del Oporto, como del Benfica o del Sporting, es tener un líder del campo que asiente un equipo que cambia cada año a la mitad de sus jugadores. No hay herencias ni hilos conductores entre una temporada y otra y cuando llegan los partidos donde la experiencia es un grado (Champions o finales), el equipo corre el riesgo de derretirse. Casillas tiene que dar ese plus al vestuario. Lopetegui empieza otra vez a reconstruir el equipo. Pero el futbolista también es un pack mercantil, en donde a veces no es preciso ni jugar, basta con salir (recuérdese el fenómeno Beckham). Y ahí también triunfa. El fenómeno Casillas es mayor del que muchos pensaban. Arrastra a las teles. En cada partido hay una peregrinación de españoles. Cuando Bolt se hace un selfie en Pekín, resulta que la funda del móvil es el rostro de Casillas y cuando el guardameta viaja a Madrid aún le sigue haciendo un guiño a Cibeles.