Así se detuvo el éxodo de migrantes en cayucos desde África occidental

España frenó la crisis de los cayucos a base de diplomacia, dinero y cooperación policial

Francisco Peregil
Nuadibú, El País
Los europeos suelen ir a Nuadibú sin familia y por razones de trabajo. Aunque es la capital económica de Mauritania y la segunda más poblada, los cortes de luz son frecuentes, no hay cine, ni conciertos ni teatro, el alcohol está prohibido, como en el resto del país; no hay buenos colegios y el único hospital no dispone siquiera de vacunas contra la rabia. Pero se encuentra a unos 800 kilómetros de las islas Canarias. Eso la vuelve muy seductora para cualquier emigrante clandestino que pretenda llegar a Europa. Y eso hace que Europa y el Gobierno español sigan muy de cerca los movimientos de los miles de cayucos que amarran en su puerto. En 2006, cuando Marruecos intensificó su lucha contra la inmigración ilegal, los subsaharianos abrieron una autopista marítima que iba desde Mauritania y Senegal hasta las Canarias durante cinco o seis días de navegación.


Aquella distancia parecía insuperable, pero a las islas Canarias llegaron en piraguas hasta 31.678 inmigrantes procedentes de Mauritania y Senegal. Ninguno de estos dos países aceptaban de buen grado la llegada de aviones con repatriados. Y de pronto, aquello se fue frenando. En 2008 alcanzaron Canarias 108 cayucos procedentes de Mauritania. Y en lo que va de este año no arribó ninguno. No es fácil explicar cómo se consiguió detener la hemorragia. Pero una buena parte de la respuesta se encuentra en Nuadibú, 55 kilómetros al sur del Sáhara occidental.

Mauritania es un país desértico de apenas 3,5 millones de habitantes y una extensión dos veces mayor que España. El número de habitantes en Nuadibú oscila entre 180.000 y unos 300.000. No existe ningún censo fiable. En esta ciudad, que vive sobre todo de la pesca, comenzó a producirse en 2008 un hecho del que otros países europeos están tomando nota: cinco policías españoles formaron un equipo de trabajo con seis policías mauritanos. Y 25 guardias civiles integraron otro equipo junto a 6 gendarmes mauritanos. Desde entonces vienen trabajando codo con codo.

El inspector jefe de policía Ignacio Rico vivió en Senegal la explosión de la crisis y ahora está al frente del equipo de policías españoles y mauritanos de Nuadibú. “Para solventar aquella crisis fue esencial que Mauritania y Senegal aceptaran las repatriaciones”. También fue determinante que Mauritania decidiera aprobar en 2009 una ley que preveía penas de hasta cinco años de cárcel para quien colaborase en el tráfico de inmigrantes.

Ahora, las costas de África occidental son una balsa de aceite. Tanto es así, que podría parecer excesivo el gasto de personal desplazado más el helicóptero de la guardia civil, más sus dos patrulleras de 30 metros de largo, más otras dos de 15 metros. Pero el capitán Pablo Lorenzo, que ya vivió en Nuadibú la crisis de 2006, lo tiene claro: cree que el efecto disuasivo es innegable, y que si desplazaran medios de aquí de nuevo comenzaría el movimiento. “Al fin y al cabo, Canarias está a cinco días en barco y por la ruta de África central que termina en Libia se tardan a veces hasta 30 días en llegar a costas europeas”.

El agregado de la Guardia Civil en la embajada española, Carlos Rodríguez, añade: “¿Si en vez de los barcos patrulla tuviéramos una Zodiac la situación sería la misma que ahora? En estos países los errores se pagan caros. Si uno ha construido una confianza y hay algo que funciona, es mejor mantenerlo”.

Ahmel Khaled, inspector responsable de los seis agentes mauritanos que trabajan con la policía española, señala: “El problema está controlado, no solucionado. Nuadibú es una zona de tránsito. Aquí hay miles de inmigrantes que han llegado con la idea de ganar dinero para irse a Europa. Solo esperan su ocasión para hacerlo”.

La tarea de Ahmel Khaled y de Ignacio Rico consiste sobre todo en recabar información. Los españoles han facilitado asistencia técnica a los mauritanos para que puedan llevar un control de los trabajadores temporales de la pesca. Y Mauritania se ha vuelto mucho más estricta en el control de la población extranjera. En 2013 el Gobierno mauritano expulsó a 713 emigrantes y el año pasado a 6.463.

Los agentes españoles han construido, con ayuda de los mauritanos, una buena red de confidentes que les mantienen al tanto de cada movimiento en las costas de Nuadibú. Ganarse esa confianza por parte de los mauritanos no ha sido fácil. La diplomacia iniciada con el Gobierno del PSOE y continuada con el PP fue esencial. En 2008, cuando el Gobierno del presidente democráticamente elegido, Sidi Ould Cheikh Abdallah, comenzaba a colaborar con el de José Luis Rodríguez Zapatero, el actual presidente, Mohamed Ould Abdelaziz, perpetró un golpe de Estado. El Gobierno español condenó la asonada, pero en seguida corrigió el rumbo y fue uno de los primeros países en felicitar a Abdelaziz cuando ganó sus primeras elecciones en 2009. España primó la estabilidad frente a los escrúpulos democráticos. No quería una Somalia en el África occidental. Y Abdelaziz respondió con una colaboración plena frente a la inmigración clandestina.

Tampoco faltó el dinero en forma de proyectos de cooperación económica. Entre 2007 y 2011, España invirtió unos 150 millones de euros en Mauritania, según Francisco Sancho, jefe hasta esta semana del departamento de Cooperación. El plan más exitoso de todos, según Sancho, echó a andar en 2013. Y consiste en un proyecto de distribución de pescado congelado por todo el país. Costó cinco millones de euros y garantiza la llegada de pescado fresco a los puntos más poblados y también a los más remotos del país mediante cinco camiones y 126 pequeñas pescaderías.

Diplomacia, dinero y cooperación policial. De momento, la fórmula funciona. Pero sigue habiendo mucha gente mirando hacia Europa. En la recepción de uno de los mejores hoteles de Nuadibú trabaja un hombre de 25 años que perdió a su padre, a su madre y a su hermano pequeño en el naufragio del 19 de abril, donde murieron unas 900 personas. Él había pagado para meterse en ese barco, pero no había cupo y le prometieron que saldría en la siguiente embarcación. El barco se hundió, la policía libia inició redadas en las costas, él tuvo que esconderse durante horas en un contenedor de basuras. Y al salir se dijo que ya no iría nunca a Europa. Pero meses más tarde asegura que su único futuro está allí. Está ahorrando en Nuadibú con los 120 euros que le pagan al mes y dice que para el 1 de enero volverá a intentarlo, esta vez desde los alrededores de Tánger. La meta la tiene muy clara: Alemania.

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