ANÁLISIS / El umbral de la conciencia
Juan Luis Arsuaga, El País
Los visitantes del Museo de la Evolución de Burgos tienen la oportunidad de verse entre sus antepasados, en una sala circular bordeada por las reconstrucciones de las diferentes especies de nuestra genealogía. Rápidamente se dan cuenta de que hay dos tipos de personajes: los que podríamos describir como “chimpancés bípedos” porque son bajos, de piernas cortas, cabeza pequeña y cuerpo cubierto de pelo; y los que parecen “humanos” (o incluso “personas”), es decir, altos, de piernas largas, cabezas grandes y sin pelo en el cuerpo.
El fabuloso descubrimiento de la cueva llamada Rising Star, en Sudáfrica, ha proporcionado algo que podría ser el “eslabón perdido” entre los “chimpancés bípedos” (es decir, los australopitecos) y los “humanos” (Homo erectus, los de Atapuerca, y los neandertales). Ese lugar lo ocupaba antes la especie Homo habilis, pero se conocía mal. Rising Star conserva esqueletos completos de muchos individuos, y la fiesta no ha hecho más que comenzar.
El otro aspecto que llama la atención del hallazgo es la propia naturaleza del yacimiento. Se trata de una cámara reducida, al pie de una sima, que está muy dentro de una cueva. ¿Les suena? Sí, como la Sima de los Huesos de Atapuerca. En Rising Star no hay nada más, y en la Sima hay osos, pero se debe tener en cuenta que estos grandes animales, los únicos que invernan en las cuevas, no existen en Sudáfrica.
Excluyendo posibilidades -acción de carnívoros, trampa natural, catástrofe geológica- se han visto abocados los investigadores de ambos yacimientos a la menos esperada de las explicaciones: una acumulación intencional de cadáveres realizada por miembros de su misma especie. Un comportamiento funerario. Incluso en los perfiles de mortalidad se parecen Rising Star y la Sima de los Huesos: abundan los adolescentes y adultos jóvenes, los que tienen una probabilidad más baja de morir, los más fuertes.
La gran diferencia es que los humanos de la Sima tenían un encéfalo de un litro y cuarto de capacidad, en promedio, y los de Rising Star de medio litro. La pregunta inevitable que surge es esta: ¿habrían atravesado ya, con su pequeño cerebro, el umbral de la conciencia?
Juan Luis Arsuaga es codirector de las excavaciones de Atapuerca
Los visitantes del Museo de la Evolución de Burgos tienen la oportunidad de verse entre sus antepasados, en una sala circular bordeada por las reconstrucciones de las diferentes especies de nuestra genealogía. Rápidamente se dan cuenta de que hay dos tipos de personajes: los que podríamos describir como “chimpancés bípedos” porque son bajos, de piernas cortas, cabeza pequeña y cuerpo cubierto de pelo; y los que parecen “humanos” (o incluso “personas”), es decir, altos, de piernas largas, cabezas grandes y sin pelo en el cuerpo.
El fabuloso descubrimiento de la cueva llamada Rising Star, en Sudáfrica, ha proporcionado algo que podría ser el “eslabón perdido” entre los “chimpancés bípedos” (es decir, los australopitecos) y los “humanos” (Homo erectus, los de Atapuerca, y los neandertales). Ese lugar lo ocupaba antes la especie Homo habilis, pero se conocía mal. Rising Star conserva esqueletos completos de muchos individuos, y la fiesta no ha hecho más que comenzar.
El otro aspecto que llama la atención del hallazgo es la propia naturaleza del yacimiento. Se trata de una cámara reducida, al pie de una sima, que está muy dentro de una cueva. ¿Les suena? Sí, como la Sima de los Huesos de Atapuerca. En Rising Star no hay nada más, y en la Sima hay osos, pero se debe tener en cuenta que estos grandes animales, los únicos que invernan en las cuevas, no existen en Sudáfrica.
Excluyendo posibilidades -acción de carnívoros, trampa natural, catástrofe geológica- se han visto abocados los investigadores de ambos yacimientos a la menos esperada de las explicaciones: una acumulación intencional de cadáveres realizada por miembros de su misma especie. Un comportamiento funerario. Incluso en los perfiles de mortalidad se parecen Rising Star y la Sima de los Huesos: abundan los adolescentes y adultos jóvenes, los que tienen una probabilidad más baja de morir, los más fuertes.
La gran diferencia es que los humanos de la Sima tenían un encéfalo de un litro y cuarto de capacidad, en promedio, y los de Rising Star de medio litro. La pregunta inevitable que surge es esta: ¿habrían atravesado ya, con su pequeño cerebro, el umbral de la conciencia?
Juan Luis Arsuaga es codirector de las excavaciones de Atapuerca