ANÁLISIS / El dedo de Dios
Hay que preguntarse por qué Merkel se ha convertido en abogada de gastos sociales
Sami Naïr, El País
No disimularemos nuestro placer: que el Gobierno alemán se decida a acoger unos millares de refugiados es una magnífica noticia, no solamente para los que se van a beneficiar de ella sino también para todos aquellos que no han renunciado a luchar por un mundo mejor, más digno y humano. Ahora bien, hay que preguntarse por qué la emperatriz de Europa, cuya política ha dañado tanto a los ciudadanos europeos austerizados estos últimos años, se ha vuelto de repente abogada de gastos sociales que seguramente irán de pareja con esta decisión. Pues para que lo sepamos, el único jefe de Estado (lo es) que hasta la fecha tiene un discurso realmente solidario en materia de inmigración y de ayuda a los países pobres, es este inesperado papa Francisco, centinela admirable de lo bueno y de lo malo en un mundo sin sentido. No importa, para bien, el dedo de Dios ha tocado a la dama de hierro.
Ahora miremos lo que hay detrás de la cortina. Desde la cumbre de junio de 2015, en la que se intentó, bajo el impulso de Alemania, imponer a los 28 una política común de reparto de los refugiados para frenar la tragedia humanitaria en el Mediterráneo, y frente al rechazo tajante y egoísta de la mayoría de estos países, el Gobierno alemán avisó claramente de que iba a actuar para llevar a cabo su propia solución. Decidió unilateralmente dejar de aplicar el acuerdo de Dublín, que permite otorgar el permiso de asilo al primer país de llegada del inmigrante. Ahora bien, en opinión de Berlín muchos países fronterizos aplican este principio de manera demasiado flexible, pues bien saben que la inmensa mayoría de inmigrantes se dirige principalmente hacia Alemania, donde va a encontrar ayuda, trabajo e integración progresiva. Más grave: no se trata siempre de refugiados políticos, sino en general de inmigrantes económicos que aprovechan esta situación para entrar en Europa. Dicho de otro modo, la política de gestión común de las fronteras europeas juega en contra de Alemania y, al no poder controlarla, es mejor volver a nacionalizar este control, haciendo que cada país se encargue de vigilar las suyas. Por supuesto, el discurso es siempre más diplomático y tampoco hemos llegado a institucionalizar todavía esta postura. Pero el camino está abierto.
En realidad, Alemania está buscando, con la campana mediática sobre los 800.000 “acogidos”, legitimar a la vez esta renacionalización y, por otro lado, subvenir a una necesidad demográfica interna, pues se sabe que el país necesita centenares de miles de inmigrantes si quiere contrarrestar su declive demográfico, lo cual amenaza seriamente su porvenir.
Por otro lado, también por doquier en África subsahariana, en Oriente Medio y en los países del Este, corre la información que Alemania necesita trabajadores. La generosidad germana se asimila de hecho a la regularización de una demanda migratoria no satisfecha desde años. Pero seamos positivos: no dudemos en alegrarnos cuando el dedo divino, incluso teñido de intereses escondidos, toca la mente de la señora Merkel.
Sami Naïr, El País
No disimularemos nuestro placer: que el Gobierno alemán se decida a acoger unos millares de refugiados es una magnífica noticia, no solamente para los que se van a beneficiar de ella sino también para todos aquellos que no han renunciado a luchar por un mundo mejor, más digno y humano. Ahora bien, hay que preguntarse por qué la emperatriz de Europa, cuya política ha dañado tanto a los ciudadanos europeos austerizados estos últimos años, se ha vuelto de repente abogada de gastos sociales que seguramente irán de pareja con esta decisión. Pues para que lo sepamos, el único jefe de Estado (lo es) que hasta la fecha tiene un discurso realmente solidario en materia de inmigración y de ayuda a los países pobres, es este inesperado papa Francisco, centinela admirable de lo bueno y de lo malo en un mundo sin sentido. No importa, para bien, el dedo de Dios ha tocado a la dama de hierro.
Ahora miremos lo que hay detrás de la cortina. Desde la cumbre de junio de 2015, en la que se intentó, bajo el impulso de Alemania, imponer a los 28 una política común de reparto de los refugiados para frenar la tragedia humanitaria en el Mediterráneo, y frente al rechazo tajante y egoísta de la mayoría de estos países, el Gobierno alemán avisó claramente de que iba a actuar para llevar a cabo su propia solución. Decidió unilateralmente dejar de aplicar el acuerdo de Dublín, que permite otorgar el permiso de asilo al primer país de llegada del inmigrante. Ahora bien, en opinión de Berlín muchos países fronterizos aplican este principio de manera demasiado flexible, pues bien saben que la inmensa mayoría de inmigrantes se dirige principalmente hacia Alemania, donde va a encontrar ayuda, trabajo e integración progresiva. Más grave: no se trata siempre de refugiados políticos, sino en general de inmigrantes económicos que aprovechan esta situación para entrar en Europa. Dicho de otro modo, la política de gestión común de las fronteras europeas juega en contra de Alemania y, al no poder controlarla, es mejor volver a nacionalizar este control, haciendo que cada país se encargue de vigilar las suyas. Por supuesto, el discurso es siempre más diplomático y tampoco hemos llegado a institucionalizar todavía esta postura. Pero el camino está abierto.
En realidad, Alemania está buscando, con la campana mediática sobre los 800.000 “acogidos”, legitimar a la vez esta renacionalización y, por otro lado, subvenir a una necesidad demográfica interna, pues se sabe que el país necesita centenares de miles de inmigrantes si quiere contrarrestar su declive demográfico, lo cual amenaza seriamente su porvenir.
Por otro lado, también por doquier en África subsahariana, en Oriente Medio y en los países del Este, corre la información que Alemania necesita trabajadores. La generosidad germana se asimila de hecho a la regularización de una demanda migratoria no satisfecha desde años. Pero seamos positivos: no dudemos en alegrarnos cuando el dedo divino, incluso teñido de intereses escondidos, toca la mente de la señora Merkel.