Gran campo de migrantes en Calais toma aire de permanencia
Calais, AP
La cocina es una parrilla tosca bajo una lona en un campamento que desprende un fétido olor y está atestado de migrantes — pero para Zubair Nazari significa que ha sobrevivido. El adolescente, que terminó en Calais, una ciudad portuaria del norte de Francia, después de una peligrosa huida de los talibanes, se rodea de otros afganos que hacen lo que pueden para recrear los sabores de su país — un guiso con huevos, cebollas y tomates — en medio de un núcleo de miseria conocido como "la jungla".
"No comemos así todos los días", dijo Nazari sobre el sencillo plato cocinó, de hecho, como un regalo especial a sus visitas. "La jungla no es lugar para humanos. Es solo para los animales".
Se estima que 2.500 migrantes viven actualmente en el asentamiento ubicado entre dunas, que surgió a principios de abril cuando en las proximidades se abrió un centro estatal para migrantes. A diferencia de otros, este refugio está lejos del centro de la ciudad — y a más de dos horas a pie del túnel del canal de la Mancha — y se ha convertido en un verdadero pueblo. Una mezquita, una iglesia y un reguero de tiendas, todas construidas por los inmigrantes con lona de plástico y madera contrachapada, le confieren un cierto aire de permanencia. Es una señal de que, a pesar de que muchos están desesperados por dejar Calais, parecen estar cada vez más resignados a una larga estancia en una ciudad que se resiente bajo el peso de la carga migratorio.
Maya Konforti de Auberge des Migrants (Albergue de Migrantes) — una ONG que entrega alimentos, tiendas y mantas — dijo que el crecimiento del asentamiento se debe en parte a su apartada ubicación, lejos de cualquier tienda de comestibles. Pero otra razón es que cerca del 30% de sus habitantes buscan asilo político en Francia — y saben que tienen una larga espera por delante.
La miseria es la única coincidencia entre esta nueva "jungla" y los asentamientos improvisados arrasados por las autoridades. "No hay agua, no hay alimentos, ni ropa", dijo Nazari. "¿Dónde están los derechos humanos?".
Montones de basura se pudren bajo el sol. Acceder a los escasos grifos de agua y a la línea de urinarios públicos es difícil para muchos de los que viven en un poblado que se extiende a lo largo de un kilómetro. Un migrante cuenta que lavó sus pantalones por última vez en Hungría, hace semanas.
Con todo, este parece ser el lugar en el que el gobierno de Francia anima a quedarse a los migrantes, lejos de la vista de la mayoría de residentes de Calais y del eurotúnel. Desde que se destruyera un gran campamento de inmigrantes en las afueras de Calais en 2002, esta es la primera vez en que "el gobierno dice 'Vayan allí. Serán tolerados''', apunta Konforti.
El miedo persigue a los migrantes que huyen de la guerra, la hambruna, los abusos de derechos humanos o la pobreza — e impregna el campamento.
Zubair lleva un mes en Calais y no puede olvidarse de su miedo a los talibanes. Las cartas amenazadoras de los insurgentes afganos le llevaron a abandonar sus estudios y su país, recuerda.
"Mi vida estaba en peligro en Afganistán", dijo. Se negó a dar más detalles, pero otros afganos que viven en el campo dicen que huyeron por razones similares, y que siguen teniendo miedo de convertirse en objetivos también dentro de la "jungla".
"Nos sentiremos más seguros en Inglaterra", dijo Zubair. "Tal vez cuando pasamos a Inglaterra el miedo se alejará de nosotros".
Calais es un mal necesario para los migrantes que intentan llegar a Gran Bretaña, que para muchos se ha convertido en una especie de tierra prometida. Creen que el país da una cálida bienvenida a los recién llegados y que las condiciones de vida son las mejores de Europa. Pero esta es una noción que el gobierno británico está intentando borrar.
Un afgano, Jan Tarajil, es la prueba de que los brazos británicos no se abren de par en par. A los 14 años entró ilegalmente en Gran Bretaña a bordo de un ferry, escondido en un camión cargado de cajas de galletas. Pasó siete años en Manchester y se le negó el asilo político cuando dejó de ser menor de edad — lo que le obligó a vivir en la clandestinidad. A sus 24 años, según la ley europea no puede solicitar asilo en ningún otro lugar, por lo que intenta volver a cruzar a tierras británicas "para abrir mi caso otra vez".
El miércoles por la noche "salté sobre la última valla, me caí y entonces llegaron los perros y me detuvieron", dijo Tarajil refiriéndose a los perros empleados por algunos efectivos de seguridad para impedir el paso a los migrantes.
Algunos logran llegar al otro lado del Canal, alimentando las esperanzas de muchos otros. Uno de ellos fue el padre de un niño de 11 años que actualmente vive en el campamento. Su padre llegó a Gran Bretaña el sábado, pero el hijo fue detenido en el intento. No se ha desvelado su identidad al ser menor.
El niño, natural de Kunduz, en Afganistán, contó que él y su padre llevaban un mes en Calais. Ahora está decidido a reunirse con su padre — pero sabe que el viaje es desalentador.
"Está asustado por el espray de la policía en los ojos", dijo Tarajil en calidad de traductor. Era una referencia al uso generalizado, confirmado por las autoridades francesas, de espray de pimienta para obligar a retroceder a los migrantes que tratan de colarse en las instalaciones del eurotúnel.
"Tiene miedo de los trenes. La gente muere allí", agregó Tarajil, refiriéndose a los 10 migrantes arrollados por los trenes desde principios de junio. Aun así, apuntó el traductor, "va allí todos los días".
La cocina es una parrilla tosca bajo una lona en un campamento que desprende un fétido olor y está atestado de migrantes — pero para Zubair Nazari significa que ha sobrevivido. El adolescente, que terminó en Calais, una ciudad portuaria del norte de Francia, después de una peligrosa huida de los talibanes, se rodea de otros afganos que hacen lo que pueden para recrear los sabores de su país — un guiso con huevos, cebollas y tomates — en medio de un núcleo de miseria conocido como "la jungla".
"No comemos así todos los días", dijo Nazari sobre el sencillo plato cocinó, de hecho, como un regalo especial a sus visitas. "La jungla no es lugar para humanos. Es solo para los animales".
Se estima que 2.500 migrantes viven actualmente en el asentamiento ubicado entre dunas, que surgió a principios de abril cuando en las proximidades se abrió un centro estatal para migrantes. A diferencia de otros, este refugio está lejos del centro de la ciudad — y a más de dos horas a pie del túnel del canal de la Mancha — y se ha convertido en un verdadero pueblo. Una mezquita, una iglesia y un reguero de tiendas, todas construidas por los inmigrantes con lona de plástico y madera contrachapada, le confieren un cierto aire de permanencia. Es una señal de que, a pesar de que muchos están desesperados por dejar Calais, parecen estar cada vez más resignados a una larga estancia en una ciudad que se resiente bajo el peso de la carga migratorio.
Maya Konforti de Auberge des Migrants (Albergue de Migrantes) — una ONG que entrega alimentos, tiendas y mantas — dijo que el crecimiento del asentamiento se debe en parte a su apartada ubicación, lejos de cualquier tienda de comestibles. Pero otra razón es que cerca del 30% de sus habitantes buscan asilo político en Francia — y saben que tienen una larga espera por delante.
La miseria es la única coincidencia entre esta nueva "jungla" y los asentamientos improvisados arrasados por las autoridades. "No hay agua, no hay alimentos, ni ropa", dijo Nazari. "¿Dónde están los derechos humanos?".
Montones de basura se pudren bajo el sol. Acceder a los escasos grifos de agua y a la línea de urinarios públicos es difícil para muchos de los que viven en un poblado que se extiende a lo largo de un kilómetro. Un migrante cuenta que lavó sus pantalones por última vez en Hungría, hace semanas.
Con todo, este parece ser el lugar en el que el gobierno de Francia anima a quedarse a los migrantes, lejos de la vista de la mayoría de residentes de Calais y del eurotúnel. Desde que se destruyera un gran campamento de inmigrantes en las afueras de Calais en 2002, esta es la primera vez en que "el gobierno dice 'Vayan allí. Serán tolerados''', apunta Konforti.
El miedo persigue a los migrantes que huyen de la guerra, la hambruna, los abusos de derechos humanos o la pobreza — e impregna el campamento.
Zubair lleva un mes en Calais y no puede olvidarse de su miedo a los talibanes. Las cartas amenazadoras de los insurgentes afganos le llevaron a abandonar sus estudios y su país, recuerda.
"Mi vida estaba en peligro en Afganistán", dijo. Se negó a dar más detalles, pero otros afganos que viven en el campo dicen que huyeron por razones similares, y que siguen teniendo miedo de convertirse en objetivos también dentro de la "jungla".
"Nos sentiremos más seguros en Inglaterra", dijo Zubair. "Tal vez cuando pasamos a Inglaterra el miedo se alejará de nosotros".
Calais es un mal necesario para los migrantes que intentan llegar a Gran Bretaña, que para muchos se ha convertido en una especie de tierra prometida. Creen que el país da una cálida bienvenida a los recién llegados y que las condiciones de vida son las mejores de Europa. Pero esta es una noción que el gobierno británico está intentando borrar.
Un afgano, Jan Tarajil, es la prueba de que los brazos británicos no se abren de par en par. A los 14 años entró ilegalmente en Gran Bretaña a bordo de un ferry, escondido en un camión cargado de cajas de galletas. Pasó siete años en Manchester y se le negó el asilo político cuando dejó de ser menor de edad — lo que le obligó a vivir en la clandestinidad. A sus 24 años, según la ley europea no puede solicitar asilo en ningún otro lugar, por lo que intenta volver a cruzar a tierras británicas "para abrir mi caso otra vez".
El miércoles por la noche "salté sobre la última valla, me caí y entonces llegaron los perros y me detuvieron", dijo Tarajil refiriéndose a los perros empleados por algunos efectivos de seguridad para impedir el paso a los migrantes.
Algunos logran llegar al otro lado del Canal, alimentando las esperanzas de muchos otros. Uno de ellos fue el padre de un niño de 11 años que actualmente vive en el campamento. Su padre llegó a Gran Bretaña el sábado, pero el hijo fue detenido en el intento. No se ha desvelado su identidad al ser menor.
El niño, natural de Kunduz, en Afganistán, contó que él y su padre llevaban un mes en Calais. Ahora está decidido a reunirse con su padre — pero sabe que el viaje es desalentador.
"Está asustado por el espray de la policía en los ojos", dijo Tarajil en calidad de traductor. Era una referencia al uso generalizado, confirmado por las autoridades francesas, de espray de pimienta para obligar a retroceder a los migrantes que tratan de colarse en las instalaciones del eurotúnel.
"Tiene miedo de los trenes. La gente muere allí", agregó Tarajil, refiriéndose a los 10 migrantes arrollados por los trenes desde principios de junio. Aun así, apuntó el traductor, "va allí todos los días".