Un callejón sin salida que conduce a Rusia

La falta de perspectiva de solución del conflicto empuja a una mayor dependencia de Moscú a las República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk

Pilar Bonet
Donetsk, El País
El tiempo ha creado nuevas realidades. Para desplazarse a las autodenominadas Repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL) desde el resto de Ucrania, Kiev emite pases especiales que pueden demorarse varias semanas. Las colas de entrada y salida de los territorios secesionistas son kilométricas e incómodas. Los ciudadanos de a pie aguardan horas infinitas bajo el sol, a pie o en coches particulares.


Los autobuses han dejado de funcionar al igual que los camiones de abastecimiento, y hasta los convoyes humanitarios procedentes de Ucrania, como los del magnate Rinat Ajmétov, tienen dificultades para llegar. Pero los caminos que se cierran por el oeste se han abierto por el este: el ministerio de Transporte de la RPD ha organizado líneas de autobuses que cruzan diariamente la frontera con Rusia (por los puestos de Uspenka y Snezhnoe) hacia Rostov o Moscú. Kiev, que perdió el dominio de centenares de kilómetros de sus lindes con Rusia, está ausente en esa frontera por donde entran en la RPD y la RPL las mercancías rusas (ayuda humanitaria, militar y envíos comerciales). La política de ojos cerrados de los aduaneros y guardafronteras rusos ante la ayuda militar a los insurgentes contrasta con su puntillosidad a la hora de cobrar aranceles a los envíos comerciales y examinar las fechas de caducidad de los pasaportes ucranios.

Los acuerdos de Minsk contemplan la amnistía para los participantes en los procesos secesionistas y también el restablecimiento del control de Ucrania sobre su frontera con Rusia, pero estos puntos serán una culminación del proceso de paz que aún parece lejana. En la actualidad, Kiev califica de “terroristas” a todos los implicados en la RPD y RPL (desde líderes a milicianos o funcionarios). Así pues, los relacionadas con la Administración independentista tienen motivos para temer consecuencias desagradables (incluidas detenciones) si se desplazan a la zona controlada por Kiev. Por otra parte, en la zona secesionista comienza a formarse una categoría de personas que carecen de documentos ucranios, como los niños nacidos desde el pasado año o los ciudadanos con los documentos caducados.

Un eventual reparto de pasaportes rusos entre los habitantes de la RPD ha sido abordado desde un medio informativo de los secesionistas, pero de momento no hay confirmación de que Moscú vaya a ordenar el reparto de pasaportes rusos entre los habitantes del Donbás, como lo hizo con los de Abjazia y Osetia del Sur a principios de la pasada década.

La ministra de Desarrollo Económico de la RPD, Yevguenia Samojina, ha dicho que el rublo prevalece ya sobre la grivnia y las mercancías rusas sobre las mercancías procedente de Ucrania. Pero con las pensiones de menos de 100 euros al mes que abundan en la RPD la leche a precios de Moscú (alrededor de un euro) resulta un producto de lujo.

Una parte de las minas locales han sido destruidas por la guerra, pero otras siguen trabajando, y el oligarca local Rinat Ajmétov sigue explotando parte de su imperio en Donbás aunque su grupo paga los impuestos en Kiev. El carbón se vende en Rusia y Ucrania.

La administración de la RPD que dirige Alexandr Zajárchenko se esfuerza por poner orden, con la ayuda de tutores rusos que se turnan y que, entre bastidores, dirigen, aconsejan y avalan la financiación de proyectos concretos.

“Ahora hay más orden. A los cosacos, que hacían lo que les daba la gana los han desarmado y disuelto”, afirma Evgueni, oficial de la quinta brigada del Ejército de la RPD y antes miembro del batallón Oplot refiriéndose a todos los afines (desde combatientes a políticos) que han pasado por las zonas rebeldes desde que inició el conflicto. “Al principio, nos llegaron a pagar en dólares, pero ya lo hacen en rublos”, afirma. Según Yevgueni, un soldado del Ejército de la RPD cobra cerca de 13.000 rublos al mes (algo más de 200 euros).

Como otros de sus paisanos, el comandante Yevgueni, alias El Senador, no entiende el sentido de los acuerdos de Minsk, firmados en febrero con el aval de Alemania, Francia, Rusia, Ucrania y la OSCE. El primer punto de aquellos acuerdos era un alto el fuego.

“Nos dieron orden de no responder si nos disparaban. No comprendo por qué debemos permanecer pasivos y por qué no avanzamos hasta la frontera (occidental) de Ucrania”, dice.

“El resultado de los acuerdos de Minsk es la existencia misma de la RPD y RPL, pese a los pronósticos de que dejarían de existir en primavera”, explicaba el escritor nacionalista ruso Nikolái Stárikov, de visita en Donetsk, ante un nutrido público que expresaba escepticismo sobre el proceso de paz.

“Desde la firma de los acuerdos de Minsk ha aparecido un verdadero Ejército de la RPD (…) Se mantienen conversaciones sobre la paz, pero se forma el Ejército y cuando más fuerte sea éste, más esperanza hay de que no se atreverán a desafiarlo”, decía el escritor.

Stárikov pidió al auditorio que cerrara filas en torno al “gran maestro, Vladímir Vladimírovich Putin”. “El gran maestro juega una difícil partida de ajedrez en defensa del mundo ruso” y “toda Ucrania debe ser liberada de las autoridades que la han llevado a la guerra”, sentenció el escritor, que pidió “paciencia” al público.

En el bulevar Pushkin, en el centro de Donetsk, retumban frecuentemente las cargas de artillería que las tropas de Kiev y las milicias separatistas se intercambian en los barrios cercanos al aeropuerto. La gente que toma café en las terrazas ha aprendido a distinguir si se trata de una descarga “saliente” o “entrante” y no se inmuta. A las once de la noche, el toque de queda vacía las calles.

El ambiente es más distendido que en 2014. Donetsk, una urbe de casi un millón de personas antes de la guerra, tiene hoy cerca de 790.000; y de ellas, 50.000 regresaron desde el pasado febrero y otras 30.000 fluctúan, según datos municipales. Diversas fuentes locales constatan el retorno de ciudadanos, entre otras cosas por la crisis que reina en Ucrania y las dificultades para abrirse camino en Rusia.

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