La Iglesia espera que la gira papal frene la huida de fieles
Si, en 1970, el 97% de los latinoamericanos se consideraba católico, ahora solo el 69%
PABLO ORDAZ (ENVIADO ESPECIAL)
Asunción, El País
La Iglesia católica tiene las venas abiertas en América Latina. La región donde más fieles posee —425 millones— es también donde la sangría es mayor. Si, en 1970, el 97% de los latinoamericanos se consideraba católico, ahora solo lo es el 69%. Los protestantes, en cambio, han pasado del 4% al 19%, lo que significa que uno de cada cinco cristianos de la región frecuenta ya iglesias evangélicas. El Vaticano espera que el éxito religioso, político y mediático de la visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay de Francisco —el primer papa latinoamericano— ayude a revertir esta tendencia.
“Solo él puede parar esta hemorragia”. El que habla sentado en un café de Santa Cruz de la Sierra es cura, boliviano, mediana edad, muchos trienios de servicio en las primeras filas de la Iglesia católica. Ni los peligrosos pasillos del Vaticano ni los difíciles años de misión en territorios donde jamás habían visto un alzacuello le han hecho perder la fe. Hay un momento de la conversación que sus ojos amenazan lluvia. Es cuando cuenta el caso del anciano que murió sin recibir la extremaunción: “Su párroco estaba con la amante”.
Dice que, durante el cónclave que tenía que elegir sustituto para Benedicto XVI tras su renuncia, compró una botella de champán para festejar al nuevo Papa. Pero que, cuando apareció Jorge Mario Bergoglio en el balcón, dudó de su capacidad para sanar a una Iglesia enferma y decidió no descorcharla. Ahora, dos años y cuatro meses después, su opinión ha cambiado de forma radical: “El mejor regalo del Papa en este viaje es abrir unas puertas que llevaban mucho tiempo cerradas”.
El cura boliviano, que prefiere no dar su nombre, lo explica, poniendo el ejemplo de la situación de la Iglesia católica en su país, especialmente delicada, pero con bastantes puntos en común con otros países de la zona. A la secularización de la sociedad y al incremento constante del número de protestantes, se unieron los ataques cada vez más directos del presidente Evo Morales contra la jerarquía eclesiástica. “El plan del Gobierno para hacernos desaparecer”, explica, “estaba en marcha. El objetivo último era crear una Iglesia católica alternativa y, mientras tanto, apoyar económicamente a los evangelistas, fomentar los rituales aymaras y desatar una campaña de descrédito contra curas sospechosos de corrupción o adulterio”.
Para más inri, a la Iglesia —tanto en Bolivia como en otros países como Ecuador— el ataque desde el poder político le pilló con la guardia baja: ni era capaz de conectar con los jóvenes, ni tenía suficientes sacerdotes para asistir a los mayores, ni tampoco recibía del Vaticano impulsos demasiado edificantes. Hasta L’Osservatore Romano, su diario, describía en 2013 a Benedicto XVI como “un pastor rodeado por lobos”, cardenales más preocupados por sus luchas de poder que por las necesidades de los fieles al otro lado del Atlántico. El sacerdote sentado en el café de Santa Cruz admite: “La gente no es tonta. Se va con quien le ofrece una fiesta mejor”.
El pastor Pedro Yambay, ingeniero informático, empresario de éxito y líder de la Iglesia Cristiana Evangélica del Centro, radicada en Asunción (Paraguay), se lo toma con humor. “Han tardado en darse cuenta”, ironiza, “la Iglesia católica siempre ha ignorado, e incluso atacado, los avances tecnológicos, tal vez porque sabía que la verdad le sería perjudicial. Nosotros entendimos mucho antes que la música o la tecnología son formas excelentes de llevar el mensaje de la Biblia. Millones de iglesias evangélicas disponen ya de un canal de YouTube y hasta nosotros tenemos un grupo de WhatsApp con 400 o 500 fieles siempre conectados. Y todo ello sin separarnos de la palabra de Dios escrita en la Biblia. Porque, mire, para escuchar mensajes políticos ya están los políticos. ¿No está de acuerdo?”.
La andanada no es inocente. El viaje a Latinoamérica ha confirmado que, además de un líder moral, el papa Francisco no tiene empacho en respaldar las apuestas políticas de Rafael Correa y Evo Morales, en poner la diplomacia vaticana al servicio de conflictos tan enconados como la salida al mar de Bolivia o de subir el listón de su crítica feroz al sistema económico actual. La cuestión es ver si todo ello, unido a los millones de fieles que han asistido a sus misas, los cientos de titulares periodísticos que Bergoglio o sus gestos de cercanía con enfermos o presos, logra abortar la fuga de creyentes.
El padre César Piechestein, portavoz de la archidiócesis de Guayaquil (Ecuador), no es demasiado optimista a corto plazo: “Nuestro principal problema es que la cantidad de sacerdotes es insuficiente. Y es natural que mucha gente, que aquí prefiere acudir a un guía espiritual antes que a un psicólogo, se vaya hacia donde encuentre apoyo y respuestas. La presencia y el mensaje del Papa están marcando un hito y tal vez más gente se acerque a la Iglesia e incluso haya más vocaciones. Pero un sacerdote no se crea en dos días”.
El pastor paraguayo Yambay, que abandonó la Iglesia católica a los 15 años, considera, por el contrario, que la visita de Francisco será flor de un día. Ejemplo de la cordial antipatía entre cristianos con diferentes apellidos, se resiste a encontrar un aspecto positivo en la presencia del Papa en Asunción: “Lo único que tengo que reconocer es que han arreglado todos los baches de la ciudad”.
PABLO ORDAZ (ENVIADO ESPECIAL)
Asunción, El País
La Iglesia católica tiene las venas abiertas en América Latina. La región donde más fieles posee —425 millones— es también donde la sangría es mayor. Si, en 1970, el 97% de los latinoamericanos se consideraba católico, ahora solo lo es el 69%. Los protestantes, en cambio, han pasado del 4% al 19%, lo que significa que uno de cada cinco cristianos de la región frecuenta ya iglesias evangélicas. El Vaticano espera que el éxito religioso, político y mediático de la visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay de Francisco —el primer papa latinoamericano— ayude a revertir esta tendencia.
“Solo él puede parar esta hemorragia”. El que habla sentado en un café de Santa Cruz de la Sierra es cura, boliviano, mediana edad, muchos trienios de servicio en las primeras filas de la Iglesia católica. Ni los peligrosos pasillos del Vaticano ni los difíciles años de misión en territorios donde jamás habían visto un alzacuello le han hecho perder la fe. Hay un momento de la conversación que sus ojos amenazan lluvia. Es cuando cuenta el caso del anciano que murió sin recibir la extremaunción: “Su párroco estaba con la amante”.
Dice que, durante el cónclave que tenía que elegir sustituto para Benedicto XVI tras su renuncia, compró una botella de champán para festejar al nuevo Papa. Pero que, cuando apareció Jorge Mario Bergoglio en el balcón, dudó de su capacidad para sanar a una Iglesia enferma y decidió no descorcharla. Ahora, dos años y cuatro meses después, su opinión ha cambiado de forma radical: “El mejor regalo del Papa en este viaje es abrir unas puertas que llevaban mucho tiempo cerradas”.
El cura boliviano, que prefiere no dar su nombre, lo explica, poniendo el ejemplo de la situación de la Iglesia católica en su país, especialmente delicada, pero con bastantes puntos en común con otros países de la zona. A la secularización de la sociedad y al incremento constante del número de protestantes, se unieron los ataques cada vez más directos del presidente Evo Morales contra la jerarquía eclesiástica. “El plan del Gobierno para hacernos desaparecer”, explica, “estaba en marcha. El objetivo último era crear una Iglesia católica alternativa y, mientras tanto, apoyar económicamente a los evangelistas, fomentar los rituales aymaras y desatar una campaña de descrédito contra curas sospechosos de corrupción o adulterio”.
Para más inri, a la Iglesia —tanto en Bolivia como en otros países como Ecuador— el ataque desde el poder político le pilló con la guardia baja: ni era capaz de conectar con los jóvenes, ni tenía suficientes sacerdotes para asistir a los mayores, ni tampoco recibía del Vaticano impulsos demasiado edificantes. Hasta L’Osservatore Romano, su diario, describía en 2013 a Benedicto XVI como “un pastor rodeado por lobos”, cardenales más preocupados por sus luchas de poder que por las necesidades de los fieles al otro lado del Atlántico. El sacerdote sentado en el café de Santa Cruz admite: “La gente no es tonta. Se va con quien le ofrece una fiesta mejor”.
El pastor Pedro Yambay, ingeniero informático, empresario de éxito y líder de la Iglesia Cristiana Evangélica del Centro, radicada en Asunción (Paraguay), se lo toma con humor. “Han tardado en darse cuenta”, ironiza, “la Iglesia católica siempre ha ignorado, e incluso atacado, los avances tecnológicos, tal vez porque sabía que la verdad le sería perjudicial. Nosotros entendimos mucho antes que la música o la tecnología son formas excelentes de llevar el mensaje de la Biblia. Millones de iglesias evangélicas disponen ya de un canal de YouTube y hasta nosotros tenemos un grupo de WhatsApp con 400 o 500 fieles siempre conectados. Y todo ello sin separarnos de la palabra de Dios escrita en la Biblia. Porque, mire, para escuchar mensajes políticos ya están los políticos. ¿No está de acuerdo?”.
La andanada no es inocente. El viaje a Latinoamérica ha confirmado que, además de un líder moral, el papa Francisco no tiene empacho en respaldar las apuestas políticas de Rafael Correa y Evo Morales, en poner la diplomacia vaticana al servicio de conflictos tan enconados como la salida al mar de Bolivia o de subir el listón de su crítica feroz al sistema económico actual. La cuestión es ver si todo ello, unido a los millones de fieles que han asistido a sus misas, los cientos de titulares periodísticos que Bergoglio o sus gestos de cercanía con enfermos o presos, logra abortar la fuga de creyentes.
El padre César Piechestein, portavoz de la archidiócesis de Guayaquil (Ecuador), no es demasiado optimista a corto plazo: “Nuestro principal problema es que la cantidad de sacerdotes es insuficiente. Y es natural que mucha gente, que aquí prefiere acudir a un guía espiritual antes que a un psicólogo, se vaya hacia donde encuentre apoyo y respuestas. La presencia y el mensaje del Papa están marcando un hito y tal vez más gente se acerque a la Iglesia e incluso haya más vocaciones. Pero un sacerdote no se crea en dos días”.
El pastor paraguayo Yambay, que abandonó la Iglesia católica a los 15 años, considera, por el contrario, que la visita de Francisco será flor de un día. Ejemplo de la cordial antipatía entre cristianos con diferentes apellidos, se resiste a encontrar un aspecto positivo en la presencia del Papa en Asunción: “Lo único que tengo que reconocer es que han arreglado todos los baches de la ciudad”.