Íker Casillas, un prócer de la portería


Ruben Cañizares 
Madrid, ABC
En una sociedad con déficit de símbolos y excedente de mediocridad, hay que levantarse y aplaudir a los seres humanos que desde bien pequeños nos inculcan la cultura del esfuerzo y del sacrificio como la vía más recta para triunfar en la vida. Casillas solo tenía nueve años cuando ya recorría la capital de España de una punta a otra para lograr su sueño: de Móstoles a la vieja Ciudad Deportiva de Plaza Castilla y viceversa. Y así, un día tras otro. Un cuarto de siglo después, puede presumir de haberlo logrado y, por el camino, de haber hecho felices a millones de aficionados merengues mientras dejaba enseñanzas impagables. Las mejores lecciones las aprendemos fuera de la escuela.

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En este país se tiene el singular hábito de crear ídolos de la nada de la noche a la mañana pero, en cambio, nos encanta derribar con saña a los genios que tanto nos hicieron disfrutar. Aún así, ni siquiera la árida salida de Casillas del club de sus amores podrá empañar la imagen de quien tantas veces hizo reír y llorar de felicidad. Con él, se marcha un trozo del escudo del Real Madrid y de la centenaria historia del club más laureado del mundo. Ninguno de nosotros viviremos para ver un prócer de la portería como Íker, mal que les pese a algunos. Es, de largo, el mejor guardameta blanco de todos los tiempos. Y ya está, por méritos propios, en el firmamento del Real Madrid: Di Stefano, Gento, Santillana, Juanito, Butragueño, Hierro, Zidane, Raúl, Cristiano Ronaldo… e Íker Casillas. Suerte, y gracias.

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