Grecia decide el destino del euro y la Unión Europea
El resultado del referéndum no garantiza en ningún caso la salida de la crisis
Claudi Pérez / Lucía Abellán
Bruselas, El País
Grecia acude hoy a las urnas en medio de la incertidumbre. Casi 11 millones de griegos están llamados a votar una propuesta que ya no está sobre la mesa, y que convierte el referéndum en algo más: un plebiscito sobre Alexis Tsipras y sobre Europa. En el peor de los escenarios, la crisis griega amenazará la irreversibilidad del euro si Grecia se ve obligada a abandonar el club. Supone un castigo para la credibilidad de la Unión, incapaz en los últimos cinco años de solucionar el lío en un país que concentra el 2% del PIB europeo. Y abre un poco más la espita del euroescepticismo a las puertas del referéndum británico.
La política es la forma en que una sociedad se ocupa de la incertidumbre, suele decir Luuk Van Middelaar, historiador, filósofo, exfuncionario europeo y uno de esos pensadores que creen que la crisis griega vuelve a examinar a Europa y su estado de transición permanente, en la medida en la que ha puesto de manifiesto la ausencia de una verdadera política continental más allá de la “Europa robusta” de la canciller Merkel. La Europa alemana se ha convertido en un amasijo de reglas y normas incapaces de responder adecuadamente a una de esas crisis que se dan una vez en un siglo: Grecia es el máximo exponente de ese fiasco, con su récord de paro y su deuda impagable pese o quizá debido a la lluvia de millones en forma de ayuda asociada a unas condiciones demasiado exigentes para un país sin estructuras. Grecia logró entrar en el club europeo con un modelo de Estado clientelar, casi cleptocrático, y ha sido incapaz de reformarse ni con la socialdemocracia ni con el centroderecha ni, ahora, con la izquierda radical.
En los últimos meses, Europa y Atenas han quemado casi todos los puentes: la desconfianza entre el Gobierno griego y las instituciones está en máximos. En privado —y a veces en público—, ministros del Norte y del Sur se confiesan “hartos” de dar dinero y negociar con Grecia sin resultado. El referéndum, que Bruselas plantea como un voto sobre Europa, abre un amplio abanico de posibilidades: ninguna de ellas será un camino de rosas.
Elevada factura
El continuo desacuerdo entre Grecia y los acreedores anteriormente llamado socios dejará ya, en el mejor de los casos, una honda cicatriz política, económica y financiera en el bajo vientre de Europa. Y exigirá mucho más dinero del que hubiera sido necesario en caso de haber llegado a un acuerdo.
Pero más allá de resolver esa formidable crisis que se avecina, Grecia sitúa a Europa ante un desafío de largo alcance: la sospecha de que el euro “ya no sirve de impulso hacia ningún lado” —según Jean Pisani-Ferry, asesor de François Hollande—, con esa inquietante fractura Norte-Sur y sobre todo con las eternas dificultades para solucionar los errores en los dispositivos de seguridad del club, para retocar un edificio que dista mucho de estar acabado. En medio de los trabajos de remodelación, el referéndum de Grecia (y más adelante de Reino Unido) supone una enmienda a la totalidad de la “Unión cada vez más estrecha”, uno de los leitmotiv que han caracterizado al proyecto.
Grecia permite constatar que la vieja maldición —“Europa se forjará en las crisis”— sigue vigente: “La Unión, que lleva años exigiendo reformas a diestro y siniestro, necesita ella misma una reforma profunda; quizá Grecia sea el catalizador”, augura Van Middelaar.
Con un PIB similar al del área metropolitana de Madrid, sorprende que Grecia absorba todas las energías en un momento tan delicado, en el que sobran líos al Norte (Rusia), Sur (inmigración), Este (la irrupción de Asia) y Oeste (Reino Unido).
“Europa tiene que taponar ese agujero, pero a la larga debería admitir que este no es un problema griego: es la enésima metamorfosis de la crisis del euro, que combina una crisis económica devastadora y una formidable crisis política con un diseño institucional deficiente, incapaz de atender intereses nacionales cada vez más divergentes”, dice el sociólogo José María Maravall, que atribuye errores por igual “a la insistencia defendida por pésimos economistas en la austeridad germánica, y a la incapacidad de Atenas para hacer reformas con malas excusas”. “La UE seguramente tenderá hacia una mayor integración, pero puede que sin Grecia, que se está expulsando a sí misma”, según el politólogo Takis Pappas. “Un núcleo duro de países podría concluir que es necesario avanzar más, pero para eso es imprescindible compartir unos valores, y ahí la cosa se complica”, añade Richard Youngs, de Carnegie. El más duro es Marcel Fratzscher, presidente del DIW alemán: “Grecia puede servir como advertencia a los países sobre qué ocurre cuando un Gobierno rechaza hacer reformas y cooperar con sus socios”.
Grecia vota hoy en una situación calamitosa. Su banca está en coma inducido. Su economía entra en barrena. Su estabilidad política está en entredicho. Y el Gobierno hace una pregunta (de 72 palabras, nada menos) sobre una oferta que ya no está sobre la mesa y que puede suponer salir del euro. En ese caso, el contagio será más limitado que en 2012, repite Bruselas, porque el continente está mejor equipado: el BCE es ya casi un prestamista de última instancia (pese a Alemania), el mecanismo de rescate (Mede) está operativo, la unión bancaria ha progresado y los bancos se han recapitalizado en un cuarto de billón de euros. “Pero a la larga, el euro se convierte en un extraño animal político con un comportamiento impredecible: si ya no es irrevocable, los mercados actuarán en consecuencia cuando llegue la próxima recesión”, dice el economista Paul De Grauwe.
Convencer a Berlín
Todo el mundo sabe qué necesita Europa, pero nadie sabe cómo convencer a Berlín y compañía de que el club debe compartir riesgos, tener un presupuesto del euro para absorber shocks, un fondo de garantía de depósitos y un Tesoro o aquellos eurobonos que Merkel aseguró que los alemanes nunca verán mientras ella viva. Con casos como el de Grecia, crecen las suspicacias. Frente a esa cartografía de la futura UE, el viejo drama existencial de Europa: cómo ceder soberanía si no es a golpe de crisis. Pero es eso o la tentación del maquillaje: salvar el escollo griego con un apaño hasta el siguiente lío. O quizá desmentir el viejo adagio que dice que Europa es una bicicleta: no hay marcha atrás, y si se detiene se cae.
Claudi Pérez / Lucía Abellán
Bruselas, El País
Grecia acude hoy a las urnas en medio de la incertidumbre. Casi 11 millones de griegos están llamados a votar una propuesta que ya no está sobre la mesa, y que convierte el referéndum en algo más: un plebiscito sobre Alexis Tsipras y sobre Europa. En el peor de los escenarios, la crisis griega amenazará la irreversibilidad del euro si Grecia se ve obligada a abandonar el club. Supone un castigo para la credibilidad de la Unión, incapaz en los últimos cinco años de solucionar el lío en un país que concentra el 2% del PIB europeo. Y abre un poco más la espita del euroescepticismo a las puertas del referéndum británico.
La política es la forma en que una sociedad se ocupa de la incertidumbre, suele decir Luuk Van Middelaar, historiador, filósofo, exfuncionario europeo y uno de esos pensadores que creen que la crisis griega vuelve a examinar a Europa y su estado de transición permanente, en la medida en la que ha puesto de manifiesto la ausencia de una verdadera política continental más allá de la “Europa robusta” de la canciller Merkel. La Europa alemana se ha convertido en un amasijo de reglas y normas incapaces de responder adecuadamente a una de esas crisis que se dan una vez en un siglo: Grecia es el máximo exponente de ese fiasco, con su récord de paro y su deuda impagable pese o quizá debido a la lluvia de millones en forma de ayuda asociada a unas condiciones demasiado exigentes para un país sin estructuras. Grecia logró entrar en el club europeo con un modelo de Estado clientelar, casi cleptocrático, y ha sido incapaz de reformarse ni con la socialdemocracia ni con el centroderecha ni, ahora, con la izquierda radical.
En los últimos meses, Europa y Atenas han quemado casi todos los puentes: la desconfianza entre el Gobierno griego y las instituciones está en máximos. En privado —y a veces en público—, ministros del Norte y del Sur se confiesan “hartos” de dar dinero y negociar con Grecia sin resultado. El referéndum, que Bruselas plantea como un voto sobre Europa, abre un amplio abanico de posibilidades: ninguna de ellas será un camino de rosas.
Elevada factura
El continuo desacuerdo entre Grecia y los acreedores anteriormente llamado socios dejará ya, en el mejor de los casos, una honda cicatriz política, económica y financiera en el bajo vientre de Europa. Y exigirá mucho más dinero del que hubiera sido necesario en caso de haber llegado a un acuerdo.
Pero más allá de resolver esa formidable crisis que se avecina, Grecia sitúa a Europa ante un desafío de largo alcance: la sospecha de que el euro “ya no sirve de impulso hacia ningún lado” —según Jean Pisani-Ferry, asesor de François Hollande—, con esa inquietante fractura Norte-Sur y sobre todo con las eternas dificultades para solucionar los errores en los dispositivos de seguridad del club, para retocar un edificio que dista mucho de estar acabado. En medio de los trabajos de remodelación, el referéndum de Grecia (y más adelante de Reino Unido) supone una enmienda a la totalidad de la “Unión cada vez más estrecha”, uno de los leitmotiv que han caracterizado al proyecto.
Grecia permite constatar que la vieja maldición —“Europa se forjará en las crisis”— sigue vigente: “La Unión, que lleva años exigiendo reformas a diestro y siniestro, necesita ella misma una reforma profunda; quizá Grecia sea el catalizador”, augura Van Middelaar.
Con un PIB similar al del área metropolitana de Madrid, sorprende que Grecia absorba todas las energías en un momento tan delicado, en el que sobran líos al Norte (Rusia), Sur (inmigración), Este (la irrupción de Asia) y Oeste (Reino Unido).
“Europa tiene que taponar ese agujero, pero a la larga debería admitir que este no es un problema griego: es la enésima metamorfosis de la crisis del euro, que combina una crisis económica devastadora y una formidable crisis política con un diseño institucional deficiente, incapaz de atender intereses nacionales cada vez más divergentes”, dice el sociólogo José María Maravall, que atribuye errores por igual “a la insistencia defendida por pésimos economistas en la austeridad germánica, y a la incapacidad de Atenas para hacer reformas con malas excusas”. “La UE seguramente tenderá hacia una mayor integración, pero puede que sin Grecia, que se está expulsando a sí misma”, según el politólogo Takis Pappas. “Un núcleo duro de países podría concluir que es necesario avanzar más, pero para eso es imprescindible compartir unos valores, y ahí la cosa se complica”, añade Richard Youngs, de Carnegie. El más duro es Marcel Fratzscher, presidente del DIW alemán: “Grecia puede servir como advertencia a los países sobre qué ocurre cuando un Gobierno rechaza hacer reformas y cooperar con sus socios”.
Grecia vota hoy en una situación calamitosa. Su banca está en coma inducido. Su economía entra en barrena. Su estabilidad política está en entredicho. Y el Gobierno hace una pregunta (de 72 palabras, nada menos) sobre una oferta que ya no está sobre la mesa y que puede suponer salir del euro. En ese caso, el contagio será más limitado que en 2012, repite Bruselas, porque el continente está mejor equipado: el BCE es ya casi un prestamista de última instancia (pese a Alemania), el mecanismo de rescate (Mede) está operativo, la unión bancaria ha progresado y los bancos se han recapitalizado en un cuarto de billón de euros. “Pero a la larga, el euro se convierte en un extraño animal político con un comportamiento impredecible: si ya no es irrevocable, los mercados actuarán en consecuencia cuando llegue la próxima recesión”, dice el economista Paul De Grauwe.
Convencer a Berlín
Todo el mundo sabe qué necesita Europa, pero nadie sabe cómo convencer a Berlín y compañía de que el club debe compartir riesgos, tener un presupuesto del euro para absorber shocks, un fondo de garantía de depósitos y un Tesoro o aquellos eurobonos que Merkel aseguró que los alemanes nunca verán mientras ella viva. Con casos como el de Grecia, crecen las suspicacias. Frente a esa cartografía de la futura UE, el viejo drama existencial de Europa: cómo ceder soberanía si no es a golpe de crisis. Pero es eso o la tentación del maquillaje: salvar el escollo griego con un apaño hasta el siguiente lío. O quizá desmentir el viejo adagio que dice que Europa es una bicicleta: no hay marcha atrás, y si se detiene se cae.