El régimen iraní se blinda ante las perspectivas de acuerdo nuclear
Los conservadores quieren limitar los efectos del pacto a la economía y la diplomacia
Ángeles Espinosa
Teherán (Enviada especial), El País
Desde hace dos años, la cuestión nuclear ha monopolizado en Irán la atención de las autoridades, los titulares de prensa y las conversaciones privadas. Las expectativas son que el acuerdo con las potencias conduzca a una mejora económica y la normalización en las relaciones internacionales. Pero el impacto de una reducción de las tensiones con Occidente no asegura, a decir de los observadores, la apertura política interna. Al contrario, corre el riesgo de aumentar la polarización de la sociedad.
“No es tanto el acuerdo en sí como la reacción de los distintos grupos; puede aumentar las discrepancias”, declara el analista Abbas Abdi, revolucionario y reformista desencantado. “Si lo utilizan como instrumento de su oposición [al sistema], les puede salir el tiro por la culata, porque la otra parte para demostrar que no se ha producido ningún cambio en lo esencial, reforzará las restricciones”, explica este hombre que estuvo entre los estudiantes que asaltaron la Embajada de EEUU en Teherán y luego evolucionó hasta defender el restablecimiento de relaciones diplomáticas.
A pesar de la diversidad del espectro político iraní, la compleja estructura de poder salida de la revolución de 1979 ha garantizado que los centros clave, desde la judicatura, hasta las fuerzas de seguridad, pasando por la radiotelevisión estatal, siempre estén en manos de los conservadores. Bajo la batuta del líder supremo --puesto en el que Ali Jameneí sustituyó al fundador de la República Islámica, el ayatolá Jomeini-- esos sectores han logrado frenar cualquier intento de cambiar del sistema, fuera el tibio reformismo de Mohammad Jatamí (1997-2005) o el más acuciante de las protestas postelectorales de 2009.
Hasta que la presión combinada de las sanciones internacionales por el desafío de un programa nuclear secreto y la mala administración durante los mandatos de Mahmud Ahmadineyad (2005-2013) convenció a Jameneí y el resto de las élites gobernantes de la necesidad de dar un giro a su política de confrontación. La decisión, que algunos comentaristas han comparado a la tomada por Jomeiní cuando aceptó poner fin a la guerra con Irak en 1988, no buscaba la apertura sino la supervivencia del régimen.
La decisión de poner fin a la confrontación con EE UU solo busca la supervivencia del modelo
Aún así, en los entornos reformistas y liberales, se confía en que el levantamiento de las sanciones refuerce la posición del presidente Hasan Rohaní (un centrista) y abra el camino a su regreso a la escena política. Si el Consejo de Guardianes aprueba a sus candidatos, los partidarios de la reforma del régimen y la apertura al exterior, que se encuentran en la semiclandestinidad desde las protestas de 2009, están convencidos de poder ganar las elecciones legislativas del año que viene.
Desde los sectores conservadores, se cuestiona esa posibilidad y se circunscriben los efectos del acuerdo al plano económico y de las relaciones internacionales.
“Naturalmente crecerá el PIB y creará el terreno apropiado para la inversión extranjera, pero el efecto más importante del acuerdo será sobre la política exterior no sobre la interna”, apunta Mohammad Reza Taraghi, director del Centro de Asuntos Internacionales de la formación conservadora Motalefeh-ye Islami.
Este analista reduce la influencia de Rohaní en el proceso. “Las negociaciones ya se iniciaron en el periodo presidencial anterior”, subraya. Admitida la inevitabilidad del pacto nuclear, los conservadores moderados parecen querer capitalizar los beneficios de un paso del que han desconfiado hasta el último momento.
Desde una perspectiva radicalmente opuesta, el cineasta y activista Mohammad Nurizad también descarta cambios sociales y políticos. “Rohaní es un clérigo, es parte del sistema y respeta las líneas rojas. No tiene ni el poder ni la voluntad de enfrentarse al líder”, asegura convencido de que “aumentará la represión”. Respecto a la apertura económica, opina que “el beneficio no será igual para todos; los Pasdarán y los clérigos serán quienes saquen mayor partido”.
Sin embargo, muchos iraníes que votaron a Rohaní, así como los opositores en el exterior, empiezan a mostrar frustración con la falta de reformas y esperan que, concluido el acuerdo nuclear, cumpla sus promesas electorales.
Ángeles Espinosa
Teherán (Enviada especial), El País
Desde hace dos años, la cuestión nuclear ha monopolizado en Irán la atención de las autoridades, los titulares de prensa y las conversaciones privadas. Las expectativas son que el acuerdo con las potencias conduzca a una mejora económica y la normalización en las relaciones internacionales. Pero el impacto de una reducción de las tensiones con Occidente no asegura, a decir de los observadores, la apertura política interna. Al contrario, corre el riesgo de aumentar la polarización de la sociedad.
“No es tanto el acuerdo en sí como la reacción de los distintos grupos; puede aumentar las discrepancias”, declara el analista Abbas Abdi, revolucionario y reformista desencantado. “Si lo utilizan como instrumento de su oposición [al sistema], les puede salir el tiro por la culata, porque la otra parte para demostrar que no se ha producido ningún cambio en lo esencial, reforzará las restricciones”, explica este hombre que estuvo entre los estudiantes que asaltaron la Embajada de EEUU en Teherán y luego evolucionó hasta defender el restablecimiento de relaciones diplomáticas.
A pesar de la diversidad del espectro político iraní, la compleja estructura de poder salida de la revolución de 1979 ha garantizado que los centros clave, desde la judicatura, hasta las fuerzas de seguridad, pasando por la radiotelevisión estatal, siempre estén en manos de los conservadores. Bajo la batuta del líder supremo --puesto en el que Ali Jameneí sustituyó al fundador de la República Islámica, el ayatolá Jomeini-- esos sectores han logrado frenar cualquier intento de cambiar del sistema, fuera el tibio reformismo de Mohammad Jatamí (1997-2005) o el más acuciante de las protestas postelectorales de 2009.
Hasta que la presión combinada de las sanciones internacionales por el desafío de un programa nuclear secreto y la mala administración durante los mandatos de Mahmud Ahmadineyad (2005-2013) convenció a Jameneí y el resto de las élites gobernantes de la necesidad de dar un giro a su política de confrontación. La decisión, que algunos comentaristas han comparado a la tomada por Jomeiní cuando aceptó poner fin a la guerra con Irak en 1988, no buscaba la apertura sino la supervivencia del régimen.
La decisión de poner fin a la confrontación con EE UU solo busca la supervivencia del modelo
Aún así, en los entornos reformistas y liberales, se confía en que el levantamiento de las sanciones refuerce la posición del presidente Hasan Rohaní (un centrista) y abra el camino a su regreso a la escena política. Si el Consejo de Guardianes aprueba a sus candidatos, los partidarios de la reforma del régimen y la apertura al exterior, que se encuentran en la semiclandestinidad desde las protestas de 2009, están convencidos de poder ganar las elecciones legislativas del año que viene.
Desde los sectores conservadores, se cuestiona esa posibilidad y se circunscriben los efectos del acuerdo al plano económico y de las relaciones internacionales.
“Naturalmente crecerá el PIB y creará el terreno apropiado para la inversión extranjera, pero el efecto más importante del acuerdo será sobre la política exterior no sobre la interna”, apunta Mohammad Reza Taraghi, director del Centro de Asuntos Internacionales de la formación conservadora Motalefeh-ye Islami.
Este analista reduce la influencia de Rohaní en el proceso. “Las negociaciones ya se iniciaron en el periodo presidencial anterior”, subraya. Admitida la inevitabilidad del pacto nuclear, los conservadores moderados parecen querer capitalizar los beneficios de un paso del que han desconfiado hasta el último momento.
Desde una perspectiva radicalmente opuesta, el cineasta y activista Mohammad Nurizad también descarta cambios sociales y políticos. “Rohaní es un clérigo, es parte del sistema y respeta las líneas rojas. No tiene ni el poder ni la voluntad de enfrentarse al líder”, asegura convencido de que “aumentará la represión”. Respecto a la apertura económica, opina que “el beneficio no será igual para todos; los Pasdarán y los clérigos serán quienes saquen mayor partido”.
Sin embargo, muchos iraníes que votaron a Rohaní, así como los opositores en el exterior, empiezan a mostrar frustración con la falta de reformas y esperan que, concluido el acuerdo nuclear, cumpla sus promesas electorales.