Joseph Blatter, la caída del jefe del fútbol mundial

Joseph Blatter dimitió el 2 de junio como presidente de la FIFA después de 17 años, en plena sacudida por la detención de varios altos cargos acusados de corrupción
Esta investigación, culminada poco antes del estallido del escándalo, retrata al rey destronado del multimillonario negocio del

Tariq Panja, Andrew Martin y Vernon Silver, El País
Tal vez sea difícil encontrar la manera exacta de definir a Joseph Sepp Blatter. The Daily Mail le llama el “gnomo engreído e hipócrita de Zúrich”. The Guar­dian, “el más brillante dictador no asesino del último siglo”. En abril, durante la reunión anual de los representantes de Norteamérica y Centroamérica en la FIFA, Osiris Guzmán, máxima autoridad del fútbol de la República Dominicana, hablaba en otro sentido al comparar a Blatter con Jesucristo, Nelson Mandela y Winston Churchill. “¿Por qué va a ser diferente de esos otros hombres?”, pregunta Guzmán, a quien la FIFA apartó del fútbol durante 30 días en 2011 debido a un escándalo de compra de votos. Y, ya puestos, añade a Moisés, Martin Luther King y Abraham Lincoln.<1-- --="" more="">

Los elogios se sucedían en el complejo turístico de Atlantis Paradise Island, en las Bahamas. Blatter, de 79 años, se presentaba a su quinto mandato como presidente del organismo que dirige el fútbol internacional, la Fédération Internationale de Football Association, y los delegados se desvivían y competían por llenar de elogios a su jefe. Uno tras otro, ondeando las banderas de sus respectivos países para pedir la palabra, ensalzaron a Blatter con términos como “transformador”, “futurista” y “el padre del fútbol”. Jeffrey Webb, responsable del fútbol de las islas Caimán y presidente del grupo regional (Concacaf), interrumpió los discursos. “Creo que está claro el mensaje que los miembros quieren transmitir, ¿no?”, dijo desde el estrado, mientras los asistentes rompieron a aplaudir y el presidente de la FIFA, sentado a su derecha, sonreía.

[Un mes después, Webb y su antecesor en la Concafaf, Jack Warner, eran detenidos en Zúrich, junto a otros directivos de la FIFA, por orden del departamento de Justicia de Estados Unidos y el FBI. Entre los cargos figuraban sobornos, chantajes, fraude y conspiración para el blanqueo de dinero. Habían acudido a la ciudad suiza para las elecciones de la federación, que Blatter no quiso posponer: el 29 de mayo, renovó su mandato como presidente de la FIFA. Pero su situación era insostenible. Cuatro días, el 2 de junio, dimitió].

Blatter, cuyas cortas piernas le hacen andar con pasos rápidos, a saltitos, se colocó ante el micrófono en las Bahamas. “No debemos hablar de cifras ni dinero”, dijo, y a continuación hizo justo eso: subrayar que, desde 1999, la FIFA ha otorgado más de 330 millones de dólares (unos 300 millones de euros al cambio actual) a los 35 países miembros de la región. Las elecciones de la federación no tienen en cuenta el tamaño del país: cada uno, sea grande o pequeño, tiene derecho a un voto. Blatter deja muy claro en qué consiste su programa y empieza a hablar de la siguiente ronda de subvenciones. “Las previsiones para los cuatro próximos años”, dice, “están entre los 150 y los 180 millones de dólares (134 y 160 millones de euros)”.

Blatter no era el único candidato a presidir la FIFA, aunque nadie lo hubiera dicho a juzgar por la sucesión de oradores en las Bahamas. Los otros aspirantes también habían acudido a la reunión. Eran el príncipe Ali Bin el Hussein, hermano del rey Abdalá II de Jordania; el jefe del fútbol holandés, Michael van Praag, y el portugués Luis Figo, antiguo jugador estrella del Real Madrid y el FC Barcelona. Pero no pueden tomar la palabra. La organización de Jeffrey Webb prohíbe los “discursos políticos” y asegura que las palabras de Blatter no eran más que el discurso de bienvenida del presidente. De pie junto a un bufé preparado para los delegados durante una pausa, Figo se muestra furioso y califica el proceso de antidemocrático. Tras los tributos en honor de Blatter, el príncipe Ali se retira a fumar un cigarrillo en el balcón de su suite en la planta 16ª, desde donde observa a los delegados mientras bailan junto a una de las 11 piscinas del Atlantis. “Son condiciones muy controladas”, explica Ali, “pero así es como funciona la FIFA”.

Para ser justos, es posible que la decisión de callar a la oposición se debiera a motivos prácticos. Si se hubiera permitido hablar a los disidentes, cualquier discurso que hubiera enumerado las alegaciones de corrupción durante los 17 años de reinado de Blatter habría resultado interminable. Su mandato se ha caracterizado por una serie constante de investigaciones internas y externas sobre malversaciones y sobornos, por no hablar de las acusaciones de compra de votos en la elección de Rusia y Qatar como sedes de las dos próximas Copas del Mundo. De los 22 miembros del comité ejecutivo de la FIFA que votaron para escoger esas dos sedes, al menos la mitad están acusados de corrupción en relación con el proceso.

El predecesor de Webb al frente de Concacaf, Jack Warner, durante mucho tiempo responsable del fútbol en Norteamérica y Centroamérica, dimitió después del vergonzoso escándalo de la compra de votos en la elección de 2011. Aun así, sigue siendo dueño de un complejo deportivo y centro de conferencias en Trinidad, construido en gran parte con 26 millones de dólares (23 millones de euros) procedentes de la FIFA que él transfirió a sus propias empresas, según un informe encargado por el órgano regional. Warner dice que el centro, que incluye un salón Sepp Blatter de bodas y banquetes, fue un regalo del antecesor de este último. Las sospechas han alcanzado todos los rincones del mundo: en noviembre, el líder de la asociación de fútbol de Nepal presentó su dimisión temporal, acusado de haber robado alrededor de cinco millones de dólares.

En julio de 2012, la FIFA contrató a Michael García, antiguo fiscal federal de Estados Unidos, para investigar las votaciones sobre Qatar y Rusia, además de otros cargos. Elaboró un informe de 400 páginas, pero tuvo tanto efecto como un copo de nieve contra un carro de combate. La FIFA hizo público un resumen tan anodino que García dimitió, tras asegurar que la versión expurgada contenía “representaciones incompletas y erróneas de los hechos y las conclusiones”. La FIFA no ha publicado el informe completo, y no tiene ninguna intención de volver a someter a elección las sedes de los Mundiales.

Por su parte, el FBI lleva desde hace años investigando la corrupción en el fútbol internacional, según varias informaciones publicadas, y otra pesquisa del Consejo de Europa llegó en enero a la conclusión de que “la FIFA no parece capaz de poner fin a los escándalos de corrupción”. Ni siquiera la propia organización parece saber hasta dónde llegan los casos de malas prácticas. Al preguntar a un portavoz sobre cuántos de sus miembros han recibido algún castigo, se muestra incapaz de responder: “Me temo que no tenemos una lista completa”.

La sede de la FIFA ocupa alrededor de 4,50 hectáreas en una colina boscosa a las afueras de Zúrich. Dos campos de fútbol flanquean el edificio principal, envuelto en una membrana de aluminio que permite que se filtre la luz hasta un atrio de bienvenida. Blat­ter supervisó la construcción del complejo, finalizada en 2007 y que costó alrededor de 240 millones de francos suizos (230 millones de euros), y en alguna ocasión ha declarado que su diseño transparente es una expresión de los valores de la federación. Puede que sea verdad, pero el departamento legal exige a ciertos visitantes que firmen acuerdos de confidencialidad cuando acuden a reuniones de rutina, y cinco de las ocho plantas del edificio son subterráneas. En una visita reciente, comprobamos que los teléfonos móviles no tenían cobertura en las profundidades forradas de granito negro brasileño. Dentro de su guarida del tercer nivel subterráneo, propia del doctor Strangelove, Blatter celebra las reuniones del comité ejecutivo en una sala de conferencias con el suelo de lapislázuli. La habitación está iluminada por un candelabro redondo de cristal que pretende evocar un estadio de fútbol.

La FIFA es una organización sin ánimo de lucro y, en teoría, su funcionamiento no es complicado. Cada cuatro años, sus 475 empleados organizan un torneo de un deporte tan sencillo que no necesita más que un balón. Con su bandera del “juego limpio”, la FIFA es el órgano regulador y normativo que gobierna la competición entre las 209 asociaciones nacionales que pertenecen a ella, estructuradas en seis confederaciones regionales, como la que se reunió en las Bahamas.

Los patrocinadores y los medios de comunicación pagan mucho dinero para participar. Los 30.000 millones de espectadores de más de 200 países que contemplaron el Mundial de 2014 lo convirtieron en el acontecimiento televisado más visto de la historia. Durante los cuatro años transcurridos entre diciembre de 2010 y diciembre de 2014, el periodo fiscal que corresponde a una Copa del Mundo, la FIFA tuvo unos ingresos brutos de aproximadamente 5.720 millones de dólares (4.700 millones de euros), sobre todo de derechos de transmisión, pero también de patrocinadores como Coca-Cola y Adidas. De ellos, 358 millones se asignaron a los premios para los equipos que jugaban, y 2.200 millones fueron para cubrir los gastos del Mundial (los países anfitriones se hacen cargo de la mayor parte de los gastos, por ejemplo, los estadios). Brasil invirtió más de 10.000 millones de dólares en la Copa del Mundo que acogió en 2014. Y eso, después de rechazar exigencias de la FIFA como escoltas de motoristas para los directivos, dice Luis Fernandes, antiguo viceministro de deportes brasileño. Durante el último decenio, con el aumento de los ingresos, la FIFA ha acumulado unas reservas de dinero de 1.520 millones de dólares, a partir prácticamente de cero.

En cuanto al resto del dinero, no está claro a dónde fue a parar exactamente, pero hay algunas pistas. Los gastos de personal de la FIFA ascendieron a 397 millones de dólares. Sin embargo, el sueldo de Blatter no figura en el informe anual. “Lo hemos escondido para que no puedan encontrarlo”, dice Markus Kattner, responsable de finanzas y administración del organismo. “No lo publicamos, para empezar, porque no tenemos obligación de hacerlo”. Ya en 2002, Blatter ganaba un millón de francos suizos al año (casi un millón de euros), más bonificaciones, asegura un exdirectivo de la FIFA que ejercía por entonces. Varios cálculos basados en el volumen del fondo de compensaciones de la organización le atribuyen un sueldo actual que ronda una cifra millonaria de dos dígitos. La FIFA pagó asimismo 27 millones de dólares, procedentes sobre todo de su presupuesto de marketing, para financiar el filme de 2014 United Passions, un halagador relato de la historia de la federación de fútbol con Tim Roth en el papel de Blatter.

Hay una partida que se anuncia con orgullo como el mayor gasto al margen de los grandes acontecimientos: los 1.560 millones de dólares dedicados en los últimos cuatro años a programas de “solidaridad” en los países miembros, incluidos 1.000 millones para terrenos en los que practicar, entrenadores locales y otras dádivas. Es la política del clientelismo. La mayor parte del dinero se entrega a asociaciones pequeñas de países sin grandes programas de fútbol ni posibilidad alguna de llegar a una Copa del Mundo, como las islas Caimán y Montserrat. Países que, como los otros 207 miembros de la FIFA, tienen un voto cada uno para elegir al presidente. En el mapa electoral de Blatter, los 5.200 habitantes de Montserrat son tan importantes como los 200 millones de Brasil. Hay tantos territorios diminutos y no soberanos que forman parte del club que la FIFA tiene 16 miembros más que Naciones Unidas.

Muchas veces, el dinero de la FIFA sirve para poco más que dotar de nuevas oficinas a las autoridades futbolísticas locales. La organización ha enviado más de dos millones de dólares a las Caimán desde 2002 con el fin de construir una sede y campos de primera categoría para sus selecciones nacionales; la selección masculina ocupa el puesto 191º en la clasificación mundial. Blatter fue a la ceremonia de colocación de la primera piedra en 2009. “Caimán no se ha clasificado todavía para la Copa del Mundo”, dijo ante los dignatarios reunidos, según informaciones de la prensa local. “Pero estoy seguro de que un día lo conseguiréis. Nosotros podemos ayudaros”. La sede está construida, y también un campo de fútbol, pero la tierra era demasiado salina para poner hierba, así que la asociación nacional la ha sustituido por césped artificial.

Aunque su selección masculina suele perder –en marzo, su primer partido internacional en más de tres años acabó en un empate a cero con Belice (que ocupa el puesto 159º)–, la Asociación de Fútbol de las Islas Caimán es una de las más poderosas de la Federación Internacional. La confederación regional de Webb designó al tesorero de las islas, Canover Watson, para formar parte del comité de auditorías y observancia, teóricamente el bastión de la FIFA contra la corrupción. En noviembre, las autoridades de su propio país le acusaron de blanqueo de dinero y fraude en el desempeño de sus funciones como presidente de la Autoridad Sanitaria de las Islas Caimán; al parecer, había desviado contratos a una empresa en la que tenía intereses económicos. La FIFA ha suspendido temporalmente a Watson. Él no ha querido hacer comentarios, pero niega los cargos.

La FIFA se ha resistido durante mucho tiempo a emprender reformas de peso, como la limitación de los mandatos y la supervisión independiente, dice el cofundador de Transparencia Internacional Michael Hershman, que intervino en la redacción de dos informes sobre gobernanza para la organización. La experiencia de Hershman parece haber sido similar a la de Michael García. Blatter encargó los informes, pero luego los ignoró casi por completo. “Lo que más me sorprendió fue esa convicción tan arraigada de que están por encima del bien y del mal, de que son autónomos, de que no les importa lo que piense nadie”, dice Hershman. También dedicó unas palabras de advertencia a los delegados que votaron en la urna de Zúrich a finales de mayo. “Su voto, en estos momentos, es el más importante de la historia de la FIFA. Si continúan con Blatter, recibirán lo que se merecen”.

Sin embargo, lo que reciben los delegados de la FIFA ayuda a entender por qué Blatter ha permanecido en el poder. Para empezar, regalos a cada asociación nacional de fútbol, que este año incluyen la subvención anual habitual de 250.000 dólares más una bonificación de 500.000 dólares por los beneficios derivados del Mundial de 2014. Además, las asociaciones pueden solicitar el dinero del Programa Goal, que se dedica a proyectos como campos de fútbol y oficinas, y una ayuda económica para la construcción de edificios concretos o programas de extensión. Asimismo, la FIFA reparte primas extraordinarias por valor de millones de dólares a las confederaciones regionales.

Luego hay otros beneficios, en particular para los responsables locales que hacen carrera en la FIFA, como es el caso de Webb desde la asociación de las islas Caimán. El comité ejecutivo de la federación cuenta con 25 miembros designados por sus regiones, cada uno de los cuales cobra 300.000 dólares al año, incluida una dieta de 500 dólares por cada día, incluso incompleto, que dediquen a asuntos de la FIFA, además de vuelos en primera clase, comidas, todos los gastos pagados y alojamiento en hoteles de cinco estrellas, que en Zúrich suele ser el hotel Baur au Lac, un establecimiento fundado hace 171 años, con su propio parque y vistas hacia los Alpes. Eso es solo el dinero de la FIFA. En sus respectivos países, los órganos regionales también pagan. La confederación asiática paga a los miembros de su comité ejecutivo 25.000 dólares al año y 150 dólares por cada día que dedican a asuntos oficiales, según una auditoría que se ha filtrado y que llevó a cabo PricewaterhouseCoopers en 2012.

Blatter recompensaba la lealtad con muchos nombramientos más. Después de su penúltima reelección, en 2011, prometió al menos un representante en el comité para cada país. Cientos de puestos que van acompañados de dietas de 350 dólares, vuelos en clase business y todos los gastos pagados, de forma que un viaje puede llegar a valer 3.000 dólares, suma considerable en los rincones más pobres del mundo. “Los miembros de la familia, por así decir, que no hacían ruido y accedían a lo que quisiera Sepp Blatter recibieron los mejores cargos, unos puestos que les permitieron enriquecerse”, explica Hershman. Las cenas en Zúrich después de cada reunión de los comités pueden costar una fortuna, con botellas de vino de hasta 400 dólares, que pagan los miembros con las tarjetas de crédito de la FIFA, asegura un empleado que ha asistido a esas veladas como personal de apoyo.

La generosidad parece funcionar. Antes de la elección de 2011, Blatter aterrizó en Pago Pago, la capital de Samoa Americana, para el congreso de la confederación de Oceanía. En el programa figuraba la elección de un presidente regional (la FIFA había destituido al anterior después de que, al parecer, hubiera pedido 2,3 millones de dólares para una academia de fútbol a cambio de su voto a la hora de escoger un país anfitrión para la Copa del Mundo). El presidente regional en funciones, el responsable del fútbol en Papúa Nueva Guinea, David Chung, tenía dos posibles rivales de Nueva Zelanda.

Entonces Blatter hizo un anuncio. Cada asociación miembro de la FIFA, incluidas las 11 de la región, iba a recibir una bonificación de 300.000 dólares. Cada una de las regiones de la FIFA iba a recibir una prima de 7,5 millones de dólares, una suma enorme para la diminuta Oceanía. Cualquiera que se atreviera a oponerse a la estructura de dirección podía poner en peligro el acceso de su asociación al dinero. “Se retiraron”, dice Chung a propósito de los neozelandeses. Él continuó adelante con su candidatura sin rivales, y en su discurso de aceptación prometió el apoyo de Oceanía a Blatter. “Al presidente de la FIFA quiero decirle: ‘Estamos en deuda contigo”, proclamó. “Te apoyamos incondicionalmente”.

La justicia de la FIFA, cuando la hay, es selectiva. La organización tiene un sistema interno que incluye un comité de ética y, cuando se ha investigado a altos responsables del fútbol, “se ha hecho a instancias del presidente, Blatter”, explica Terry Stearns, un investigador que trabajó para la federación hasta 2012. “Nadie juega con él”.

Hasta ahora, algunos de los peores delitos han quedado sin castigo. La tarde del 12 de enero de 2010, un terremoto sacudió Haití justo cuando la junta de la asociación nacional de fútbol estaba reunida en su sede de Puerto Príncipe. El presidente, Yves Jean-Bart, resultó levemente herido. Cuando el edificio se derrumbó, los escombros aplastaron al seleccionador Jean Yves Labaze, que murió junto a otras 31 personas. Al día siguiente, cuando se restablecieron las líneas telefónicas, Blatter llamó a Jean-Bart y le prometió ayuda. La FIFA dijo que había enviado 250.000 dólares al responsable del fútbol en Norteamérica y Centroamérica en aquella época, Jack Warner, que estaba en Trinidad y Tobago. Desde Corea del Sur, un donante envió otros 500.000 dólares. Jean-Bart asegura que no le llegó más que una parte de ese dinero. Al principio, “recibimos un pequeño cargamento de arroz, pero que valía menos de 10.000 dólares”, afirma. Dice que otras cantidades que obtuvo para reabrir oficinas, celebrar partidos y otras partidas elevaron el total de la ayuda recibida a 429.000 dólares.

Cuando Jean-Bart se quejó a la FIFA y a la confederación regional, Jack Warner presentó las cuentas de cómo se había gastado el dinero. Una copia en manos de los autores de este reportaje muestra recibos de más de 229.000 dólares por generadores, comida, mantas y otros materiales comprados a una empresa de Trinidad cuyo domicilio resulta inexistente. Jean-Bart dice que nunca recibió esos suministros. Más de 366.222 dólares sirvieron para llevar a dos equipos haitianos de fútbol a jugar a Trinidad y otros países, según la contabilidad. Los vuelos los organizó una agencia de viajes de la familia Warner y se alojaron en su centro de conferencias, el que había construido con dinero de la FIFA. Warner involucró también a Jean-Bart. La última partida del libro muestra 30.000 dólares asignados a pagar los estudios de Medicina de la hija de este último. Christina Jean-Bart asegura que ella no recibió ningún dinero y que no estudiaba Medicina. Casi cinco años después, la FIFA dice que todavía está investigando el asunto de Haití.

La esposa del entrenador haitiano fallecido, que vivía en Estados Unidos con el dinero que él le enviaba desde su país, tampoco ha logrado respuestas ni ayuda. “Cuando hablo con la FIFA, me dicen que no pueden hacer nada”, dice Marie Labaze, de 58 años, maestra auxiliar en paro, que vive en Spring Valley, Nueva York. “No me dan nada”.

El 43% del dinero de la FIFA procede de los contratos de retransmisión televisada. Otro 29% más sale de los patrocinios de algunas de las empresas más relevantes –y, en teoría, que más cuidan su imagen– del mundo. En general, parece que prefieren continuar con lo malo conocido, pero existen divisiones. En el Mundial de Brasil de 2014, la FIFA ganó 1.600 millones de dólares (1.430 millones de euros), una cifra sin precedentes, por los derechos mundiales de comercialización durante el periodo de cuatro años que culminaba en el campeonato. Cuatro años antes, los patrocinadores pagaron 1.200 millones de dólares por la Copa del Mundo de Sudáfrica. Se trata de un incremento del 33% durante un periodo en el que surgió un escándalo de corrupción detrás de otro. “Los patrocinadores pagan dinero a una organización que está dirigida por gente corrupta, y lo saben”, dice Guido Tognoni, que trabajó en la FIFA de forma intermitente entre 1984 y 2003 en asuntos legales, marketing y como asesor de Blatter. “Para ellos, las audiencias de televisión siguen siendo más importantes que las consideraciones morales. Siempre hay otra marca mundial dispuesta a participar. Coca-Cola, Pepsi-Cola, Adidas, Nike”.

El consejero delegado de Coca-Cola, Muhtar Kent, cree que la FIFA está dispuesta a aprender de sus errores. “Vamos a ver cómo siguen evolucionando y mejorando”, aseguró el 22 de abril durante una conversación telefónica. “No financiamos una organización”, dijo. “Apoyamos el deporte, en particular el deporte juvenil. Estamos orgullosos de contribuir a eso”.

Adidas colabora con la FIFA desde 1970. Para la compañía, el fútbol es la base de su imagen de marca y declinó hacer comentarios para este reportaje. Ante los escándalos relacionados con la organización de los Mundiales, Adidas hizo públicas en 2011 y 2014 sendas declaraciones casi idénticas. La más reciente decía: “El tono negativo del debate público sobre la FIFA en estos momentos no es bueno ni para el fútbol ni para la FIFA y sus socios”.

Algunos patrocinadores se han marchado. Aunque sin mencionar las controversias, Emirates Airlines comunicó el pasado mes de noviembre que no iba a renovar un contrato que había iniciado en 2006, y Sony dejó caducar el suyo al terminar 2014.

Otros han sido más directos. En 2006, MasterCard presentó una demanda contra la FIFA ante un tribunal federal de Estados Unidos por traicionar a la compañía con su rival Visa en la renovación del contrato. MasterCard había pagado casi 100 millones de dólares para convertirse en una de las compañías patrocinadoras de la Copa del Mundo desde hacía 16 años. Tocaba renegociar el acuerdo y el nuevo director de marketing de la federación, el francés Jérôme Valcke, fue quien mantuvo las conversaciones con MasterCard, pero al mismo tiempo iba revelando sus detalles a Visa, que acabó quedándose con el contrato. MasterCard presentó su querella y alegó que le habían privado de su derecho contractual a igualar otras ofertas. La juez de distrito de Estados Unidos Loretta Preska, en su fallo contra la federación, escribió que “el comportamiento de la FIFA en relación con sus obligaciones y en la negociación del siguiente periodo de patrocinio fue cualquier cosa menos ‘juego limpio”; es decir, utilizó el propio eslogan de la FIFA contra ella.
Aunque la sentencia le daba a MasterCard la oportunidad de seguir patrocinando a la organización, la empresa decidió llegar a un acuerdo económico. “Decidimos poner precio a la colaboración y la confianza”, explica Noah Hanft, que era consejero jurídico de MasterCard en aquella época y hoy es director general del Instituto Internacional de Prevención y Resolución de Conflictos. “Preferimos que nos indemnizaran por el incumplimiento de contrato en lugar de seguir con un socio en el que ya no podíamos confiar, que tenía problemas éticos y que parecía corrupto”. La FIFA pagó a MasterCard 90 millones de dólares de indemnización.

La FIFA suspendió a Valcke. Pero menos de ocho meses más tarde, Blatter lo readmitió, con ascenso incluido. Le nombró nuevo secretario general de la federación y mano derecha suya. Valcke dijo que había intentado conseguir el acuerdo más favorable posible para la FIFA y que no había jugado sucio.

Blatter, hijo de un empleado de una fábrica química, nació en Visp, un pueblo de unos 7.000 habitantes, en un valle a los pies del Mat­terhorn. A dos horas de tren de Zúrich, Visp sigue siendo su hogar familiar. En una tarde de abril, su única hija, Corinne Blat­ter Andenmatten, vuelve corriendo de una ­reunión a casa para ver a su propia hija antes de que se acueste. Andenmatten, nacida del primero de los tres matrimonios de Blatter, vive a unas manzanas de la escuela primaria del pueblo, que lleva el nombre de Sepp. “[Mi padre] es una persona muy normal”, dice. Dos veces al mes, más o menos, Blatter va a Visp a pasar el fin de semana y se aloja en el piso que tiene encima de una óptica, cuenta su hija. “Para la gente de aquí, él no es más que Sepp”.

Blatter también ha repartido fondos en su pueblo natal, en parte a través de la Fundación Sepp Blatter, que tiene bienes por valor de más de 1,1 millones de francos suizos y acepta donaciones externas. La fundación da dinero a instituciones locales, como la residencia de ancianos Martinsheim, a la que donó 20.000 francos para la construcción de una nueva ala. La madre de Blatter vivió allí desde 1990 hasta que falleció, en 2000, explica Markus Lehner, su director. “Para él es importante preocuparse por Visp”, dice. Clavada en un armario de su despacho hay una tarjeta navideña de la FIFA firmada por Blatter, con una nota que dice que ha incluido 2.000 francos de propina para el personal.

El 23 de agosto de 2014 aterrizó en el pueblo un helicóptero rojo en el que viajaba Ronaldo, el segundo máximo goleador en la historia de la selección nacional de Brasil (el primero es Pelé). Iba a la celebración del centenario del FC Visp, el club de fútbol local. Cuando la estrella descendió del aparato, se encontró con un Blatter muy sonriente. Para el gran acto del día, un partido de exhibición entre una “selección de la FIFA” de antiguos profesionales y un equipo de antiguos jugadores locales, Ronaldo vistió un uniforme azul de Adidas confeccionado especialmente para la ocasión. Los jueces fueron árbitros oficiales de la FIFA. El ingeniero Klaus Kalbermatten dice que se siente orgulloso de que Blatter llevara tanto prestigio desde fuera a la celebración de un equipo tan pequeño. “Ronaldo no habría venido porque sí a Visp”, dice. “Los demás tienen el Manchester United, el Bayern de Múnich, el Real Madrid. Nosotros somos pequeños, pero tenemos a Sepp Blatter, el que manda en todo el fútbol”.

Cuando salió de Visp, Blatter se licenció en Económicas y Administración de Empresas en la Universidad de Lausana. Con el tiempo aprendió cuatro idiomas además de su lengua materna, el alemán: inglés, francés, italiano y español. De sus primeros trabajos, como periodista deportivo y en la Federación Suiza de Hockey sobre Hielo, pasó a la empresa relojera Longines, donde intervino en la organización de los Juegos Olímpicos de 1972 y 1976. En 1975, Blatter empezó a trabajar en la FIFA como responsable de programas de desarrollo, una labor que le llevó a África.

Ya en la FIFA, Blatter se casó con su segunda esposa, que era hija del antiguo secretario general de la federación, un puesto que él mismo alcanzó en 1981. Su mentor era el presidente João Havelange, antiguo nadador olímpico brasileño. Havelange sentó el modelo por el que se guiaría Blatter en su ascenso: derramar atención y dinero sobre países que hasta entonces habían permanecido ignorados. El brasileño ganó su primera elección en 1974 después de recorrer África para hablar con los delegados y pagarles el viaje para que acudieran a votar, algo que la FIFA hace hoy con todos los miembros. Cuando Havelange dijo que pensaba retirarse en 1998, le llegó el turno a Blatter.

Para aquella primera campaña, Blatter recurrió a un catarí llamado Mohamed bin Hammam, que dirigía la confederación de fútbol de Asia. Bin Hammam proporcionó dinero y el uso de un avión privado con el que Blatter recorrió África en busca de votos. En su libro How They Stole the Game (cómo robaron el partido), David Yallop escribe que en París, antes de la votación, repartieron fajos de 50.000 dólares entre los delegados africanos. El rival de Blatter, el sueco Lennart Johansson, sigue resentido por el hecho de que la FIFA nunca investigara los presuntos sobornos de los que, según asegura, fueron testigos personas de su confianza. “Dicen que vieron sobres que pasaban de mano en mano. Estaban seguros de que el objetivo era encaminar los votos en la debida dirección, que no era la mía”, asegura Johansson, que había dirigido el fútbol europeo y que hoy tiene 85 años. “Espero que, tarde o temprano, esto salga a la luz y se lleve ante los tribunales”.

Blatter confirma que hubo entregas de dinero, pero no que él participara en ellas. “¿Quién compró votos en la primera elección?”, preguntó en una rueda de prensa en 2011. Para saberlo, razonó, habría que retrotraerse al 8 de junio de 1998, en el hotel Meridien Montparnasse, donde se alojaban los delegados. Blatter declinó hacer comentarios para este reportaje.

Antes de la elección de 2002, el secretario general de la federación, el abogado Michel Zen-Ruffinen, elaboró un informe en el que hablaba de abuso de poder y mala gestión; lo firmaron 11 miembros del comité ejecutivo. “La FIFA, hoy, funciona como una dictadura”, escribió en el informe. “Se ha convertido en la organización de Blatter”. Entre las acusaciones había pagos no autorizados de Blatter con dinero de las cuentas de la organización. Toda la documentación económica de la FIFA de 1998 y años anteriores había desaparecido, por lo que ni el personal de la federación ni los auditores de KPMG podían evaluar las verdaderas finanzas de la organización, según decía el informe.

Un grupo de europeos convenció a Issa Hayatou, el máximo responsable del fútbol en África, para que se presentara contra Blatter. En una reunión convocada para hablar de finanzas, los miembros del Caribe acabaron con el motín. Los defensores de Blatter, entre ellos Webb, el representante de las islas Caimán, hablaron en su favor. Sonaron abucheos pero impidieron que las voces disidentes subieran al estrado. Se ignoró la petición de la secretaria general de la asociación noruega en aquel momento, Karen Espelund, de que se dejara hablar a los adversarios de Blatter. Espelund recuerda que el presidente no intervino y que los gritos a su favor se volvieron cada vez más estridentes. El hijo del dictador libio Muammar el Gaddafi, Al Saadi, tocado con una boina, subió al micrófono para apoyarle también. Al día siguiente, Blatter derrotó a Hayatou, 139 votos contra 56.


Sí hubo un escándalo de sobornos contra el que Blatter tomó medidas. En 2011 se encontró con que su tradicional aliado Bin Hammam estaba tratando de destituirle en las siguientes elecciones. Cuando faltaba menos de un mes para la votación, los miembros de la Unión Caribeña de Fútbol se reunieron en un hotel de Trinidad para oír hablar a Bin Hammam. Después de su intervención, Warner tomó el micrófono y anunció que el catarí tenía regalos para todos los asistentes. Horas después, los delegados hicieron la cola correspondiente para entrar uno por uno en una habitación en la que los responsables de la asociación regional dieron a todos un sobre con cuatro fajos de 10.000 dólares en billetes de 100. El plan salió a la luz días antes de la elección, cuando el lugarteniente de Warner en Estados Unidos, Charles Chuck Blazer, contactó con la dirección de la FIFA y reveló detalles de los pagos.

El 28 de mayo de aquel año, Bin Hammam se retiró (posteriormente, la FIFA le apartó del fútbol). Al día siguiente, Blatter convocó una rueda de prensa en Zúrich. “¿Crisis? ¿Qué crisis?”, dijo con el rostro serio. “No estamos en crisis. Tenemos ciertas dificultades, y esas dificultades se resolverán en el seno de nuestra familia”. Con Bin Hammam eliminado, Blatter volvió a vencer con facilidad y prometió que ese sería su último mandato. Warner dimitió y amenazó con un tsunami de represalias contra la FIFA. La federación emprendió una investigación interna sobre Warner, pero la dio por cerrada inmediatamente con el argumento de que la dimisión había ayudado a preservar la presunción de inocencia de Warner. Se iniciaron investigaciones sobre una treintena más de responsables del fútbol caribeño por los sobornos, y casi todos ellos acabaron dimitiendo o castigados con una combinación de amonestaciones, multas y suspensiones, como los 30 días de exclusión del dominicano Guzmán. La FIFA nunca ha dicho qué delegados aceptaron el dinero ni si alguno de ellos lo devolvió después. Varios están integrados hoy de nuevo en los comités de la federación.

Aunque el escándalo empañó la imagen de la organización, también le dio a Blatter la oportunidad de formar un equipo más leal en la confederación de Norteamérica y Centroamérica. En mayo de 2012, el grupo escogió a Jeffrey Webb para sustituir a Warner hasta el final de su mandato. Blatter ha sido uno de sus mayores defensores. En 2013, en las islas Caimán, llegó a insinuar que la FIFA podría tener pronto un nuevo presidente, “y ese presidente podría ser Jeffrey Webb”.

Webb [detenido en el reciente escándalo que ha forzado la dimisión de Blatter al frente de la FIFA] fue subdirector del comité de auditorías internas de la FIFA durante un decenio, encargado de aprobar los movimientos de dinero de la organización y rodeado de un clamor constante de alegaciones de corrupción. Sus finanzas personales están entremezcladas con sus deberes oficiales. En su propio país, abrió un restaurante de comida rápida en colaboración con el responsable del fútbol de Jamaica, al que más tarde suspenderían durante seis meses por el escándalo de los sobornos de Bin Hammam. La organización regional que dirigía Webb concedió las contratas de carteles y pancartas, en los torneos que se celebran en EE UU y el Caribe, a una franquicia de la cadena FastSigns en las islas Caimán, uno de cuyos propietarios es su amigo Watson. Un portavoz de la confederación de Webb dijo que por cuestiones tan pequeñas los contratos no se someten a licitación.

Webb, de 50 años, alto y de modales discretos, circulaba por el reciente congreso de las Bahamas con el porte de un jefe de Estado. Le acompañaban guardaespaldas incluso al baño. Aseguraba haber creado una “cultura de responsabilidad y transparencia”, aunque su confederación da muy poca información sobre sus finanzas. Lo más importante de todo a la hora de pensar en una hipotética sucesión era ser leal a Blatter, quien entonces estaba de nuevo en campaña. Para el congreso de la confederación de Sudamérica, en marzo, llegó a Asunción, la capital de Paraguay, en avión privado. Un helicóptero del Gobierno le llevó a almorzar con el presidente, Horacio Cartes. Luego se alojó en el Bourbon Conmebol Asunción Convention Hotel, en una suite de 2.700 dólares la noche, con una larga fila de delegados que subía en ascensor a rendirle pleitesía.

En abril, la campaña le llevó a El Cairo para el congreso de la confederación africana. Igual que en las Bahamas, los organizadores impedían a los rivales dirigirse a los asistentes. África era un bastión de Blat­ter, en parte porque él llevó al continente el Mundial de 2010. Antes de marcharse, los 56 miembros de la región se comprometieron de forma unánime a respaldarle. “Nos sentimos obligados a proteger el puesto y al hombre Sepp Blatter como presidente de la FIFA”, dijo Kalusha Bwalya, de Zambia, miembro del comité ejecutivo de la Confederación Africana de Fútbol y antiguo jugador estrella en Europa.

La confederación de Oceanía también prometió apoyo a Blatter. En las islas Cook –15 islas volcánicas y atolones de coral esparcidos entre Hawái y Nueva Zelanda–, el presidente de la asociación de fútbol, Lee Harmon, afirmó que el dinero de la FIFA le permitió construir una oficina y un pequeño estadio. “Antes de que Blat­ter fuera presidente, ¿sabe cuánto dinero obtenía cada asociación miembro de la FIFA? Cero. ¿Le basta para comprender por qué votamos por Blatter?”, preguntaba Harmon, que vive de criar cerdos y cultivar hortalizas. “Hablan mucho de la corrupción en la FIFA, bla bla bla, pero no creo que él tenga el control de todo eso”.

Hay un evento en el que sus rivales sí recibieron la invitación a exponer sus argumentos: la conferencia anual del órgano que dirige el fútbol europeo, la UEFA, celebrada en marzo en Viena. Este es territorio enemigo. En la clausura del encuentro, cada uno de los tres adversarios subió al estrado. Blatter, que ya había pronunciado el discurso de bienvenida como presidente de la FIFA, prefirió no hablar al mismo tiempo que los demás. El primero fue el atlético y bronceado exjugador portugués Figo. Una de las bases de su campaña era el reparto de mil millones de dólares de las reservas de la FIFA a los países miembros y traspasarles la mitad de los ingresos de la Copa del Mundo. Explicó a los delegados que quería aumentar los pagos anuales que hace la federación a dos millones. Al terminar, el príncipe Ali aplaudió. Blatter, sentado en la primera fila con Chung, de Papúa Nueva Guinea, y Webb, de las islas Caimán, no se unieron a la ovación. El siguiente fue Ali. “Debemos ampliar la ayuda económica a las asociaciones miembros”, dijo, en una línea similar a la de Figo. Luego llegó Van Praag. “No puedo aceptar que dejemos la FIFA en su situación actual a las futuras generaciones”, dijo. “Es imposible hacer cambios reales si no cambia la persona”. Y también él habló de dinero. Quería cuadruplicar la asignación anual de cada país, hasta un millón de dólares.

Hacían bien en intentarlo. Es lo mismo que haría Blatter. Pero, si lo mejor que se les ocurre a los rivales de Sepp es ser más papistas que el papa, quizá es que él era exactamente el hombre que el fútbol necesita.

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