Dios sigue odiando a Cleveland

Eso parece: Kevin Love cayó en primera ronda y Kyrie Irving en la prórroga del primer partido de la final. El Big Three de los Cavaliers se ha convertido en el Big One.

Miami, As
El archifamoso periodista Bill Simmons escribió un artículo titulado God Hates Cleveland (Dios odia a Cleveland) para referirse al perpetuo estado de depresión de los equipos profesionales de Ohio. Ese estruendoso titular ha sido desde entonces una coletilla usada hasta el desgaste cuando, por ejemplo, LeBron James se marchó dejó su casa y se marchó a Miami Heat. Claro que este verano el Rey/hijo pródigo regreso y los Cavaliers se convirtieron en un equipo tan bueno como cualquier otro, como mínimo, porque lo comandaba el mejor jugador de su generación. Y en pleno trance de redención. Después las dudas, los traspasos y una cabalgada furiosa que les dejó sin rival en el depauperado Este. ¿Dios odia a Cleveland? Otra vez, eso parece: Kevin Love cayó en primera ronda y Kyrie Irving en la prórroga del primer partido de la final, después de una actuación colosal y tras una última jugada en la que LeBron y Shumpert pudieron inclinar el partido. Delicadamente cruel: fallaron y se llegó a un tiempo extra en el que, en un abrir y cerrar de ojos, perdieron el partido y perdieron a Irving. ¿Dios odia a Cleveland…?


Estadísticamente, la cosa está negra, como mínimo, para los Cavaliers. Tras el primer partido, los Warriors tienen casi un 78% de opciones de ser campeones. Que se iría si se colocan 2-0 a un 94% si se considera toda la historia de los playoffs y a un 89% si se valoran sólo las finales. Sea como fuere, el game 2 huele ya a make or brake, todo o nada, para un LeBron cuyo histórico en partidos de la final NBA está en 11 victorias y 17 derrotas, 1-5 en inaugurales… pero con un resquicio para el optimismo: en las últimas tres temporadas (2012, 13 y 14), sus Heat perdieron el primer partido de la final y ganaron después el segundo. Y en dos de las tres ocasiones, el anillo. En realidad, el propio LeBron es el último sostén para los Cavaliers y para quienes quieran creer que a la final, tras la explosión maravillosa del primer partido, le queda algo más que un hilo de vida. Contra la lógica, LeBron James. Si acabara ganando este título, cosa que ahora parece improbable y después del segundo partido quizá parezca imposible, tendríamos que hablar de una de las mayores hazañas de la historia del deporte.

Sin Irving, todavía más LeBron…

En el primer partido LeBron jugó casi 46 minutos, batió su récord de puntos en una final (44), de tiros en un partido (38) y de lanzamientos desde fuera de la zona en una noche de playoffs (22). La última canasta de los Cavs en la que él no estuvo implicado, anotando o asistiendo, fue una acción individual de Irving a falta de 9:34 para el final del tiempo reglamentario. Así que cuesta imaginar al equipo de Ohio todavía más abandonado a los brazos de su jugador franquicia. Pero no queda otra. Tras fallar los intentos de Blatt de instalar un ataque en estilo Princeton en la prehistoria de la temporada, los Cavaliers juegan a base de aclarados para acciones individuales de LeBron con tiradores abiertos, Mozgov continuando bloqueos y los serpenteos de Irving como única válvula de escape. La pérdida del base implica convertir el Big Three en un Big One (ya sin Love e Irving) pero también obligar a modificar ese estilo. Al número uno del draft de 2011 le sustituye Dellavedova, que no sólo es un jugador abismalmente inferior sino que tiene unas características muy distintas. Los Cavs jugaron bien, ganaron bien, en los partidos en los que faltó Irving a lo largo de los playoffs del Este. Pero ahora tienen que ganar cuatro de seis a un equipo que han ganado 80 encuentros ya en esta temporada (80-18) y que se basa en la producción motriz de su backcourt (Curry-Thompson) y en la interminable profundidad, por número y variantes, de su rotación. Sin Irving ni Love (ni Varejao…), los Cavs apenas tienen plan B y el A parece seriamente insuficiente: LeBron en todos los ataques y todavía más triples (31 lanzados en el primer partido) con JR Smith y Shumpert (ninguno de los dos anotó después del descanso) abiertos para tirar en un quinteto en el que jugará mucho Tristan Thompson como único interior puro. En el game 1, con Thompson de 5 y Dellavedova en cancha, los Cavs acumularon un -11 en apenas 10 minutos. Pero a la fuerza ahorcan…

Seguramente los Warriors vuelvan a optar por aguantar lo más posible las defensas uno por a LeBron y dejarle que produzca puntos pero no alimente a sus compañeros, especialmente a los tiradores. Seguramente Barnes, Thompson y Green harán trabajo de albañilería hasta que Iguodala se ponga al frente cuando LeBron ya lleve mucha batalla en las piernas. Ron Adams (67 años, casi 40 como especialista defensivo en la NBA) tiene claro que LeBron anotará mucho y que eso no hará cambiar su estilo defensivo. Su objetivo es que haga poco más aparte de anotar. En el primer partido, 44 puntos en 38 tiros (muchos sufridos) y 6 asistencias por 4 pérdidas. La táctica apuesta a la de unos Hawks que se suicidaron colapsando la pintura en las penetraciones del Rey, que dobló pases hasta promediar 9,3 asistencias en la final del Este. El objetivo, ya que anularle es imposible (especialmente si no tienes en plantilla a Kawhi Leonard), es que los números de LeBron no disparen de forma exponencial los de su equipo.

A LeBron, claro, no le gustó que se le sugiriera que los Warriors le habían hecho jugar de esa determinada manera: “A ti no te dejan meter 40 puntos. Eres tú el que vas a por ellos y les metes 40 puntos”. En esa rueda de prensa posterior al primer partido ya rumiaba la desgracia de Irving antes de cualquier anuncio oficial: “Para ganar necesitas salud, buen ritmo de juego… y también un poco de suerte”. Y es así (¿Dios odia a Cleveland?). Seguramente los Warriors hubieran sido favoritos en cualquier escenario pero habría que haber visto esta final con Love y, sobre todo, con ese fantástico Irving del primer partido, sedoso como siempre en ataque e implicado como nunca en defensa. La suerte juega y los Warriors, que están firmando tal vez la mejor temporada de cualquier equipo desde los Bulls del 72-10, han recorrido los playoffs sin demasiadas noticias de los bases rivales: Jrue Holiday (all star) apenas jugó 18 renqueantes minutos de media en tres de los partidos de primera ronda. Mike Conley se perdió el primer partido de semifinales y jugó después con (entre otras lesiones) una fractura facial. Y los Rockets disputaron la final del Oeste sin Patrick Beverley. Como ahora los Cavaliers jugarán lo que queda sin Irving (otro All Star). Esto no pone ni un asterisco, ni un pero, a los triunfos de los Warriors. Llegar sano, tener suerte, forma parte del proceso de ser campeón. No es el ingrediente más analizado y desde luego es muchas veces el más difícil de controlar. Pero es imprescindible.

Suerte… y dureza. Kyrie Irving tiene 23 años, un talento maravilloso… y un historial negro con las lesiones. En estos playoffs ha jugado 13 partidos después de una Regular Season de 75, su tope personal tras cuatro años en la NBA. Con Duke apenas pudo jugar once partidos por una lesión en el pie. Y en los Cavs ya ha tenido problemas serios en mano, rodilla, hombro y hasta mandíbula. LeBron, un superdotado físico, no se ha perdido ni un solo partido de playoffs en toda su vida (173 de 173). Y viene de un periplo en los Heat en el que Dwyane Wade siempre acababa estando allí. Mejor o peor y después de temporadas plagadas de desapariciones, Flash estuvo en pista en 86 de los 87 partidos de playoffs del Big Three LeBron-Bosh-Wade. Quizá algo de eso sugería Blatt cuando, días atrás, habló de la disponibilidad de Irving como una cuestión de “tolerancia al dolor”. Eso, la frustración del momento y algunos giros mal explicados en los tratamientos aplicados, llevaron a la bronca que armaron tras el primer partido padre y agente (Jeff Wechsler) del jugador. Y algo de eso rumiará un LeBron que necesita superar todos sus límites para evitar la cuarta derrota en seis finales. Eso sí: tiene 30 años, le deberían quedar como mínimo otros tres más al máximo nivel… y el actual Este sugiere que seguirá siendo el favorito de su Conferencia en el futuro próximo. En diciembre cumplirá 31, la edad con la que Kobe Bryant ganó su último anillo. Por los 28 de Magic, los 29 de Bird… o los 35 de Michael Jordan.

La maldición de Cleveland, otra vez

Algo sí se puede decir de estos Cavs: es un equipo duro, con alma de superviviente y una pasmosa facilidad para aplicar la política del ‘next man up: el siguiente que quede en pie, al ataque. Eso hay que reconocerle cuando parece que de ninguna manera, ni a través de la gigantesca figura de LeBron James, les alcanzará en esta final 2015. Esa sensación plaga los alrededores del Oracle Arena, al menos antes de la disputa del segundo partido. Que nos dejará con la final casi reventada… o con un escenario nuevo e improbable que nos obligue a repensar la eliminatoria.

Cleveland no ha sumado ningún título de su deporte profesional (NFL, NBA, MLB y NHL) desde el que lograron los Browns (fútbol americano) en 1964. Son más de cincuenta años y 147 temporadas combinadas por los cuatro equipos. El New York Times recordaba recientemente que en ese período Boston, por ejemplo, había sumado campeonatos de uno u otro de sus equipos en el 10% de sus temporadas. A Cleveland le siguen en el ránking de malditos del deporte otras ciudades que han ganado poco y perdido demasiado: Atlanta, Buffalo, San Diego, Washington, Minneapolis… y Oakland, que en los 70 parecía la capital del deporte estadounidense —un título de los Warriors, otro de los Raiders, tres de los Athletics…— pero que no rasca nada desde que estos últimos ganaron las Series Mundiales en 1989. Una racha va a terminar en un puñado de días. La maldición de Cleveland o la desgracia de Oakland. Y todo apunta a que será la segunda salvo que LeBron logré una hazaña de proporciones casi sobrehumanas. Es realmente improbable pero es LeBron James: no es, nunca lo es, del todo imposible.

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