Todos somos barrabravas
Ricardo Roa, Clarín
La confusión llegó a ser perfecta. Hinchas boquenses festejaban aunque sólo ellos sabían qué festejaban al grito de ¡cagones! y los jugadores de Boca se desplegaban en el campo como para reiniciar el partido. Un partido imaginario: el verdadero había sido oficialmente suspendido dos horas después de terminar el primer tiempo, y los jugadores de River habían podido al fin escapar hacia el vestuario después de la agresión de barrabravas chetos desde la platea.
Se puede ver en lo que pasó lo que todos vemos: un reflejo de lo que vivimos como sociedad. Pero no habría que desviar responsabilidades concretas.
La primera es la de la Policía. El show de Sergio Berni fue antológico. Comenzó declarando que el operativo de seguridad había sido un éxito. Quizás porque se pudo jugar 45 minutos y no murió nadie. El mérito mayor fue de la mayoría de la gente, que se retiró en paz. Después Berni dijo que había 1500 policías y ninguno donde fueron atacados los jugadores de River porque en esa zona él dijo que no tenía responsabilidad. Y para terminar de lavarse la manos desarrolló una nueva teoría del cacheo. Dijo que no es lo mismo el cacheo que el control más estricto que se hace en los aeropuertos. Y que en el cacheo de las canchas, invento argentino, se pueden pasar cosas. Esta vez se le pasaron al menos decenas de bengalas y un dron, que disfrazado de fantasma con la B del Nacional B fue subido para recordarle a los de River que los de Boca nunca pasaron por una liga menor.
Berni le echó la culpa de todo a Boca y el presidente de Boca le echó la culpa de todo a "un grupo de inadaptados". Tanto coquetea la conducción del club con la barrabrava que la seguridad del club hizo la vista gorda ante los barras que perforaban la manga. Está en las imágenes. No es raro que el principal perjudicado de lo que hicieron o o de lo que intentaron hacer los barras fuese el club, que puede quedar eliminado de la Libertadores. Tampoco sería raro que los barras hayan montado un escenario para perjudicar a Angelici, aliado de Mauricio Macri.
D'Onofrio, el presidente de River, entró a la cancha con su vice gesticulando y gritando que había que irse. Sólo sumó nerviosismo al nerviosismo y casi se agarra a las trompadas con Arruabarrena, que también había perdido el control. No lo perdió en cambio Gallardo, aunque sólo él sabe por qué esperó lo que esperó para retirar al equipo después de que se suspendió el partido.
¿Y el árbitro? Era su debut en un superclásico que hasta ese momento no lo había superado como lo superó la crisis con el gas pimienta, que en realidad superó a todos. Se desligó de su responsabilidad y esperó que la Conmebol decidiera. El problema es que el veedor de la Conmebol, un dirigente del fútbol boliviano llamado Roger Bello, no sabía qué decidir. Deambuló más de una hora por la cancha con un celular en la mano intentando que algún dirigente de esa entidad lo atendiera y lo ayudara.
Un capítulo aparte lo merece Orión, el arquero de Boca, que primero mezquinó la solidaridad a los jugadores de River agredidos y después pidió al equipo un aplauso para los barrabravas agresores. Este nuevo brote de violencia se produce en una sociedad que ha convertido la cultura del aguante, la cultura fierita, en el centro de nuestra forma de relacionarnos. No nos averguenzan nuestros comportamientos violentos, nos transformamos todos en barrabravas. Esta cultura, fomentada desde el poder, nos embrutece y nos iguala a todos los que hacen de su forma de vida el apriete y la violencia. En definitiva, muestran y sacan lo peor de nosotros.
La confusión llegó a ser perfecta. Hinchas boquenses festejaban aunque sólo ellos sabían qué festejaban al grito de ¡cagones! y los jugadores de Boca se desplegaban en el campo como para reiniciar el partido. Un partido imaginario: el verdadero había sido oficialmente suspendido dos horas después de terminar el primer tiempo, y los jugadores de River habían podido al fin escapar hacia el vestuario después de la agresión de barrabravas chetos desde la platea.
Se puede ver en lo que pasó lo que todos vemos: un reflejo de lo que vivimos como sociedad. Pero no habría que desviar responsabilidades concretas.
La primera es la de la Policía. El show de Sergio Berni fue antológico. Comenzó declarando que el operativo de seguridad había sido un éxito. Quizás porque se pudo jugar 45 minutos y no murió nadie. El mérito mayor fue de la mayoría de la gente, que se retiró en paz. Después Berni dijo que había 1500 policías y ninguno donde fueron atacados los jugadores de River porque en esa zona él dijo que no tenía responsabilidad. Y para terminar de lavarse la manos desarrolló una nueva teoría del cacheo. Dijo que no es lo mismo el cacheo que el control más estricto que se hace en los aeropuertos. Y que en el cacheo de las canchas, invento argentino, se pueden pasar cosas. Esta vez se le pasaron al menos decenas de bengalas y un dron, que disfrazado de fantasma con la B del Nacional B fue subido para recordarle a los de River que los de Boca nunca pasaron por una liga menor.
Berni le echó la culpa de todo a Boca y el presidente de Boca le echó la culpa de todo a "un grupo de inadaptados". Tanto coquetea la conducción del club con la barrabrava que la seguridad del club hizo la vista gorda ante los barras que perforaban la manga. Está en las imágenes. No es raro que el principal perjudicado de lo que hicieron o o de lo que intentaron hacer los barras fuese el club, que puede quedar eliminado de la Libertadores. Tampoco sería raro que los barras hayan montado un escenario para perjudicar a Angelici, aliado de Mauricio Macri.
D'Onofrio, el presidente de River, entró a la cancha con su vice gesticulando y gritando que había que irse. Sólo sumó nerviosismo al nerviosismo y casi se agarra a las trompadas con Arruabarrena, que también había perdido el control. No lo perdió en cambio Gallardo, aunque sólo él sabe por qué esperó lo que esperó para retirar al equipo después de que se suspendió el partido.
¿Y el árbitro? Era su debut en un superclásico que hasta ese momento no lo había superado como lo superó la crisis con el gas pimienta, que en realidad superó a todos. Se desligó de su responsabilidad y esperó que la Conmebol decidiera. El problema es que el veedor de la Conmebol, un dirigente del fútbol boliviano llamado Roger Bello, no sabía qué decidir. Deambuló más de una hora por la cancha con un celular en la mano intentando que algún dirigente de esa entidad lo atendiera y lo ayudara.
Un capítulo aparte lo merece Orión, el arquero de Boca, que primero mezquinó la solidaridad a los jugadores de River agredidos y después pidió al equipo un aplauso para los barrabravas agresores. Este nuevo brote de violencia se produce en una sociedad que ha convertido la cultura del aguante, la cultura fierita, en el centro de nuestra forma de relacionarnos. No nos averguenzan nuestros comportamientos violentos, nos transformamos todos en barrabravas. Esta cultura, fomentada desde el poder, nos embrutece y nos iguala a todos los que hacen de su forma de vida el apriete y la violencia. En definitiva, muestran y sacan lo peor de nosotros.