Renzi corta un traje a medida para una Italia que no existe
La ley electoral, que apuesta por el bipartidismo, refuerza el liderazgo del primer ministro
Pablo Ordaz
Roma, El País
El dueño de la política italiana ni siquiera es diputado. La última vez que Matteo Renzi se sometió a unas elecciones —sin contar las primarias de su partido— fue a la de alcalde de Florencia en 2009. Las ganó con el 59,96% de los votos y, apenas tres años después, inició un asalto al poder nacional que ayer lunes, con la aprobación de la nueva ley electoral, adquirió la categoría de histórico porque cambiará las reglas del juego y hasta la cultura de la política italiana. En aras de la gobernabilidad, y jugando con habilidad sus escasas cartas frente al desconcierto de los adversarios, el presidente del Gobierno y secretario del Partido Democrático —ambas cosas sin ser siquiera diputado— conduce a Italia a un camino sin retorno: la consolidación del bipartidismo provocará la cancelación de un espacio de centro que, desde la mitad del siglo XX para acá, ha venido vertebrando, para bien o para mal, la política italiana.
Pero hay más. La nueva ley electoral, llamada Italicum y cuya entrada en vigor está prevista para julio de 2016, parece destinada a un país —del que Estados Unidos sería el modelo— en el que el centroizquierda y el centroderecha se alternaran en el poder. De ahí que otorgue un premio de mayoría —el 55% de los escaños— a la lista que supere el 40% de los votos y que, en el caso de que ninguna de las listas alcanzase tal umbral, las dos más votadas se enfrentarían en una segunda vuelta. Pero, desde luego, ese país bipolar no es Italia, ni por tradición ni, mucho menos, por la situación política actual. Es más, en Italia no existe hoy ni un gran partido de izquierdas —o de centroizquierda— ni de derechas —o de centroderecha— . De esto último se encargó durante los últimos 20 años Silvio Berlusconi, cuyas marcas electorales, ya fueran el Pueblo de la Libertad (PDL) o Forza Italia (FI), estaban concebidas en exclusiva para perpetuar su poder político y empresarial.
Las razones de la ausencia de una fuerza cohesionada de izquierda son más complejas, pero desde luego basta mirar al PD actual para comprobar que dista mucho de ser el partido que, en un escenario normal —si esto fuese posible en Italia—, pudiese agrupar todo el voto progresista. La razón interna es que se trata de un partido —o un partido de partidos— siempre a punto de saltar en pedazos, dirigido por alguien, Matteo Renzi, al que la vieja guardia, que sigue viva y coleando, considera aún un usurpador de las viejas esencias. La razón externa es más profunda. Los jóvenes sin trabajo, los cabreados con la corrupción o los desencantados con la política tradicional —ese tres en uno que hace temblar a la llamada casta— están más cercanos al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo o incluso a la Liga Norte de Matteo Salvini que a la socialdemocracia que encarna Matteo Renzi.
Teniendo en cuenta los mimbres anteriores, la jugada de Renzi parece ir más allá del interés legítimo de otorgar a Italia una herramienta para la gobernabilidad. Es también su salvoconducto al futuro. Con la aprobación de Italicum, Renzi ya no solo es el dueño indiscutible de la legislatura y del escenario político actual, sino que va más allá. “El presidente del consejo de ministros y secretario del PD”, explica Stefano Folli, editorialista de La Repubblica, “ha concentrado en sus manos un poder sin precedentes. Ni siquiera Berlusconi había logrado tanto”. Y lo explica: “Con las espaldas cubiertas por la reforma electoral y teniendo ya en un puño a su partido, Renzi está en disposición de calibrar la táctica y la estrategia. El plan oficial es que la legislatura concluya en el 2018. Pero el primer ministro dispone de varias flechas en su arco. Ninguna alternativa de Gobierno es posible sin el concurso del sector del PD partidario de Renzi. La minoría que ha salido vencida del Italicum no está en condiciones de cambiar los equilibrios en el actual Parlamento, ni siquiera si contemplase la hipótesis absurda de buscar una alianza con el Movimiento 5 Estrellas o cualquier grupo menor. En otras palabras, si el Gobierno tropezara, Renzi estaría en disposición de ir a unas nuevas elecciones plasmando el PD a su imagen y semejanza”.
Salvo sorpresas —nunca descartables en Italia—, el exalcalde de Florencia, gran admirador de Maquiavelo, quiere lograr a sus 40 años y sin ser siquiera diputado lo que la política italiana, en casi 70, no ha sido capaz: reducir el juego político a solo dos fuerzas, definidas, sólidas, capaces de ejecutar sus programas y que se alternen en el poder sin el arbitraje del centro o las minorías. Un traje a medida para una Italia que no existe.
Pablo Ordaz
Roma, El País
El dueño de la política italiana ni siquiera es diputado. La última vez que Matteo Renzi se sometió a unas elecciones —sin contar las primarias de su partido— fue a la de alcalde de Florencia en 2009. Las ganó con el 59,96% de los votos y, apenas tres años después, inició un asalto al poder nacional que ayer lunes, con la aprobación de la nueva ley electoral, adquirió la categoría de histórico porque cambiará las reglas del juego y hasta la cultura de la política italiana. En aras de la gobernabilidad, y jugando con habilidad sus escasas cartas frente al desconcierto de los adversarios, el presidente del Gobierno y secretario del Partido Democrático —ambas cosas sin ser siquiera diputado— conduce a Italia a un camino sin retorno: la consolidación del bipartidismo provocará la cancelación de un espacio de centro que, desde la mitad del siglo XX para acá, ha venido vertebrando, para bien o para mal, la política italiana.
Pero hay más. La nueva ley electoral, llamada Italicum y cuya entrada en vigor está prevista para julio de 2016, parece destinada a un país —del que Estados Unidos sería el modelo— en el que el centroizquierda y el centroderecha se alternaran en el poder. De ahí que otorgue un premio de mayoría —el 55% de los escaños— a la lista que supere el 40% de los votos y que, en el caso de que ninguna de las listas alcanzase tal umbral, las dos más votadas se enfrentarían en una segunda vuelta. Pero, desde luego, ese país bipolar no es Italia, ni por tradición ni, mucho menos, por la situación política actual. Es más, en Italia no existe hoy ni un gran partido de izquierdas —o de centroizquierda— ni de derechas —o de centroderecha— . De esto último se encargó durante los últimos 20 años Silvio Berlusconi, cuyas marcas electorales, ya fueran el Pueblo de la Libertad (PDL) o Forza Italia (FI), estaban concebidas en exclusiva para perpetuar su poder político y empresarial.
Las razones de la ausencia de una fuerza cohesionada de izquierda son más complejas, pero desde luego basta mirar al PD actual para comprobar que dista mucho de ser el partido que, en un escenario normal —si esto fuese posible en Italia—, pudiese agrupar todo el voto progresista. La razón interna es que se trata de un partido —o un partido de partidos— siempre a punto de saltar en pedazos, dirigido por alguien, Matteo Renzi, al que la vieja guardia, que sigue viva y coleando, considera aún un usurpador de las viejas esencias. La razón externa es más profunda. Los jóvenes sin trabajo, los cabreados con la corrupción o los desencantados con la política tradicional —ese tres en uno que hace temblar a la llamada casta— están más cercanos al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo o incluso a la Liga Norte de Matteo Salvini que a la socialdemocracia que encarna Matteo Renzi.
Teniendo en cuenta los mimbres anteriores, la jugada de Renzi parece ir más allá del interés legítimo de otorgar a Italia una herramienta para la gobernabilidad. Es también su salvoconducto al futuro. Con la aprobación de Italicum, Renzi ya no solo es el dueño indiscutible de la legislatura y del escenario político actual, sino que va más allá. “El presidente del consejo de ministros y secretario del PD”, explica Stefano Folli, editorialista de La Repubblica, “ha concentrado en sus manos un poder sin precedentes. Ni siquiera Berlusconi había logrado tanto”. Y lo explica: “Con las espaldas cubiertas por la reforma electoral y teniendo ya en un puño a su partido, Renzi está en disposición de calibrar la táctica y la estrategia. El plan oficial es que la legislatura concluya en el 2018. Pero el primer ministro dispone de varias flechas en su arco. Ninguna alternativa de Gobierno es posible sin el concurso del sector del PD partidario de Renzi. La minoría que ha salido vencida del Italicum no está en condiciones de cambiar los equilibrios en el actual Parlamento, ni siquiera si contemplase la hipótesis absurda de buscar una alianza con el Movimiento 5 Estrellas o cualquier grupo menor. En otras palabras, si el Gobierno tropezara, Renzi estaría en disposición de ir a unas nuevas elecciones plasmando el PD a su imagen y semejanza”.
Salvo sorpresas —nunca descartables en Italia—, el exalcalde de Florencia, gran admirador de Maquiavelo, quiere lograr a sus 40 años y sin ser siquiera diputado lo que la política italiana, en casi 70, no ha sido capaz: reducir el juego político a solo dos fuerzas, definidas, sólidas, capaces de ejecutar sus programas y que se alternen en el poder sin el arbitraje del centro o las minorías. Un traje a medida para una Italia que no existe.