Los infieles de Madrid
John Carlin
Madrid, EL PAÍS
“¡Ingratitud, demonio de corazón de mármol!” Rey Lear, Shakespeare
Lo dijo hace unos días Koke, el jugador del Atlético de Madrid: “Vimos cómo despedían a Gerrard en el Liverpool y ahora ves a Casillas, que es un símbolo, que le están pitando, y es injusto”.
Injusto no es la palabra. Las hay más indicadas. Por ejemplo, repelente, desalmado, cruel. Aunque ni siquiera. No tiene nombre el trato que ha recibido Iker Casillas de un sector del Real Madrid a lo largo de las últimas dos o tres temporadas. La comparación que hizo Koke con Steven Gerrard, aclamado con canciones y banderas por los devotos de Anfield en su despedida el fin de semana pasado, fue un justo reproche a los que han insultado de manera sistemática a Casillas en el Bernabéu. ¿Se llaman aficionados? Asco de gente, más bien.
Xavi Hernández, el capitán del Barcelona, se sumó esta semana a la defensa del que fue su capitán en la selección española, dando un ejemplo de lealtad y señorío poco visible en el club al que Casillas ha dedicado su vida. “Me sabe mal lo que pasa con Iker”, dijo Xavi. “Creo que está sufriendo y no se lo merece. La gente tiene que hacer más memoria”.
El ataque de Alzheimer al que han sucumbido demasiados de los infieles del Madrid parece impedirles recordar lo que todos los demás tienen grabado en sus mentes, sean del Barcelona, del Atlético o de cualquier otro equipo español. Que Casillas ha ganado cinco Ligas, tres Champions, dos Eurocopas, y una Copa del Mundo. El palmarés de Gerrard —una Champions, dos FA Cups y poco más— es una ridiculez en comparación.
Imaginémonos que Casillas hubiese jugado toda su carrera en el club de Steven Gerrard. Le habrían puesto estatuas; sería un héroe nacional; si la reina lo hubiese nombrado Sir —como ocurrió con el legendario Bobby Charlton, el Casillas inglés— nadie lo hubiera discutido. Casillas, igual que Charlton, es un hombre ejemplar, honrado y humilde. No se jacta de su condición de estrella; no se pasa la vida recordando a todo dios lo brillante y lo rico que es; no llega los entrenamientos en Bentleys o en Rolls Royces sino en el Audi que le da el club o en un coche normal que no llama la atención de nadie.
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¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que los ingleses son mejores que los españoles? No. Cualquiera que conoce las dos culturas a fondo sabe que, el mundo político parte, España es un país más civilizado que Inglaterra: más nobleza, más calor humano, más saber vivir.
Los aficionados de fútbol son otra cosa, en particular, últimamente, los ingratos del Bernabéu. Es cierto que solo una minoría ha pitado a Casillas, pero ¿dónde han estado los demás durante este par de años de infamia? ¿Por qué no ha rugido el estadio a favor del gran capitán cada vez que alza la voz el mezquino corito infernal?
Es como si todas las alegrías que Casillas ha dado al Madrid fueran espejismos. La memoria de los aficionados es tan corta que ya se han olvidado de que hace apenas doce meses su equipo ganó las dos competiciones en la que Casillas jugó de titular, la Champions y la Copa del Rey, y no ganó la Liga, en la que jugó otro portero. Los que mandan en el club también parecen haber olvidado que el entrenador que los llevó a esos dos títulos —por primera vez en 12 años en en el caso de la tan deseada Copa de Europa— fue Carlo Ancelotti, a quien hoy, todo indica, desean despedir. Olvidan incluso que el fútbol que desplegó el Madrid del italiano en la primera mitad de esta temporada —derrota 3-1 al Barcelona incluido— fue grandioso y que si no hubiera sido por el azar de las lesiones, especialmente la del centrocampista Luka Modric, podrían haberlo ganado todo.
Ancelotti, que como futbolista y entrenador ha ganado más títulos que nadie, es un tipo con clase, cortés y buena gente. Como Casillas. En cualquier otro club del mundo serían festejados pero en el Madrid sus virtudes como persona y como hombre de fútbol no reciben, ni de cerca, el reconocimiento que se merecen.
Hay algo podrido en las entrañas del madridismo. Tarde o temprano se darán cuenta; los que han tratado tan mal a Casillas o los que carecieron del valor moral para defenderle, se arrepentirán. Hay pocas cosas más feas que la ingratitud.
Madrid, EL PAÍS
“¡Ingratitud, demonio de corazón de mármol!” Rey Lear, Shakespeare
Lo dijo hace unos días Koke, el jugador del Atlético de Madrid: “Vimos cómo despedían a Gerrard en el Liverpool y ahora ves a Casillas, que es un símbolo, que le están pitando, y es injusto”.
Injusto no es la palabra. Las hay más indicadas. Por ejemplo, repelente, desalmado, cruel. Aunque ni siquiera. No tiene nombre el trato que ha recibido Iker Casillas de un sector del Real Madrid a lo largo de las últimas dos o tres temporadas. La comparación que hizo Koke con Steven Gerrard, aclamado con canciones y banderas por los devotos de Anfield en su despedida el fin de semana pasado, fue un justo reproche a los que han insultado de manera sistemática a Casillas en el Bernabéu. ¿Se llaman aficionados? Asco de gente, más bien.
Xavi Hernández, el capitán del Barcelona, se sumó esta semana a la defensa del que fue su capitán en la selección española, dando un ejemplo de lealtad y señorío poco visible en el club al que Casillas ha dedicado su vida. “Me sabe mal lo que pasa con Iker”, dijo Xavi. “Creo que está sufriendo y no se lo merece. La gente tiene que hacer más memoria”.
El ataque de Alzheimer al que han sucumbido demasiados de los infieles del Madrid parece impedirles recordar lo que todos los demás tienen grabado en sus mentes, sean del Barcelona, del Atlético o de cualquier otro equipo español. Que Casillas ha ganado cinco Ligas, tres Champions, dos Eurocopas, y una Copa del Mundo. El palmarés de Gerrard —una Champions, dos FA Cups y poco más— es una ridiculez en comparación.
Imaginémonos que Casillas hubiese jugado toda su carrera en el club de Steven Gerrard. Le habrían puesto estatuas; sería un héroe nacional; si la reina lo hubiese nombrado Sir —como ocurrió con el legendario Bobby Charlton, el Casillas inglés— nadie lo hubiera discutido. Casillas, igual que Charlton, es un hombre ejemplar, honrado y humilde. No se jacta de su condición de estrella; no se pasa la vida recordando a todo dios lo brillante y lo rico que es; no llega los entrenamientos en Bentleys o en Rolls Royces sino en el Audi que le da el club o en un coche normal que no llama la atención de nadie.
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¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que los ingleses son mejores que los españoles? No. Cualquiera que conoce las dos culturas a fondo sabe que, el mundo político parte, España es un país más civilizado que Inglaterra: más nobleza, más calor humano, más saber vivir.
Los aficionados de fútbol son otra cosa, en particular, últimamente, los ingratos del Bernabéu. Es cierto que solo una minoría ha pitado a Casillas, pero ¿dónde han estado los demás durante este par de años de infamia? ¿Por qué no ha rugido el estadio a favor del gran capitán cada vez que alza la voz el mezquino corito infernal?
Es como si todas las alegrías que Casillas ha dado al Madrid fueran espejismos. La memoria de los aficionados es tan corta que ya se han olvidado de que hace apenas doce meses su equipo ganó las dos competiciones en la que Casillas jugó de titular, la Champions y la Copa del Rey, y no ganó la Liga, en la que jugó otro portero. Los que mandan en el club también parecen haber olvidado que el entrenador que los llevó a esos dos títulos —por primera vez en 12 años en en el caso de la tan deseada Copa de Europa— fue Carlo Ancelotti, a quien hoy, todo indica, desean despedir. Olvidan incluso que el fútbol que desplegó el Madrid del italiano en la primera mitad de esta temporada —derrota 3-1 al Barcelona incluido— fue grandioso y que si no hubiera sido por el azar de las lesiones, especialmente la del centrocampista Luka Modric, podrían haberlo ganado todo.
Ancelotti, que como futbolista y entrenador ha ganado más títulos que nadie, es un tipo con clase, cortés y buena gente. Como Casillas. En cualquier otro club del mundo serían festejados pero en el Madrid sus virtudes como persona y como hombre de fútbol no reciben, ni de cerca, el reconocimiento que se merecen.
Hay algo podrido en las entrañas del madridismo. Tarde o temprano se darán cuenta; los que han tratado tan mal a Casillas o los que carecieron del valor moral para defenderle, se arrepentirán. Hay pocas cosas más feas que la ingratitud.