Liga de Europa: La Cuarta llegó de Colombia
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Carlos Bacca, el héroe de Puerto Colombia que picaba billetes de autobús cuando todavía tenía 20 años. Él fue el héroe de la cuarta del Sevilla, el rey de reyes de la UEFA que ya está en los libros, dejó atrás a Juventus, Inter y Liverpool en el palmarés, y jugará la próxima temporada la Champions como lo que es ya: un grande. Fue en el minuto 73, en otro de los mil balones sueltos que dejó una final loca. Su movimiento, dejando correr el balón para empalarlo con la izquierda, llevó a la gloria, una vez más, al Sevilla. El Sevilla de Emery, que ha igualado a la leyenda de Juande Ramos. Otra vez, como en 2006 y 2007, dos de una tacada gracias al talento de un entrenador que empezó por no entrar en el corazón de la afición y que a día de hoy es el pilar de un proyecto en el que también se ha elevado Banega, jugador que parecía abandonado a su suerte hasta que encontró el norte. El guía fue Emery. En el Estadio Nacional de Varsovia pareció un jugador finísimo y con talento. Fresco, superior. Sobre él construyó su superioridad el Sevilla en la segunda parte.
La final, preciosa por lo demás, otra para el recuerdo, empezó con un revés durísimo para el Sevilla. Matheus, jugador que ya fue un suplicio para el Sevilla en una previa de Champions ante el Sporting de Braga en 2010 y precisamente por eso fue rumbo a Dnipropetrovsk, le cogió la espalda a Tremoulinas. La jugada la empezó y terminó el croata Kalinic. Frío, pero implacable. Sus dos toques de cabeza, burlando a Kolo y Carriço, incendiaron la final y arrancaron de cuajo la etiqueta de favorito que le había colgado la crítica al Sevilla. Emery había hecho una declaración de intenciones con el once: Aleix de lateral y Reyes, Banega y Vitolo para mezclar talento. Al ataque. El 1-0 le hizo remar río arriba. Pero se acercó a Boyko poco a poco.
Krychowiak, portada de los periódicos del día en Varsovia, remató picado un córner sacado por Banega y se encontró con una mano gigantesca. Dos minutos después (28’), ya no hubo quien parase al polaco, que aprovechó una pantalla de Bacca para dejar su firma en el espectacular Estadio Nacional de Varsovia, un símbolo de la pujanza de la nueva Polonia. En plena efervescencia, con el Dnipro groggy y el Sevilla encendido, Reyes se inventó un pase de genio que Bacca hizo mejor aún con una definición académica: dribbling y toque de derecha.. 1-2.
Y cuando todo parecía enderezado para el Sevilla, el Dnipro se revolvió. Matheus siguió castigando la espalda de Tremoulinas, Konoplyanka tiró de los azules y Rotan, líder del vestuario, demostró que no sólo es carácter. Su gol, ejecutado en un excelente tiro de libre directo para que el que Rico no movió las piernas (el tren inferior, su déficit a mejorar), dejó la final 2-2 al borde del descanso. Un resultado inesperado para una final loca, en la que el Dnipro no era tan rocoso como se pintaba pero tampoco tan obtuso y el Sevilla no terminaba de saber bien cuál era su papel. Había tenido el balón el 61% del tiempo pero cuando se lo habían quitado había estado menos seguro de lo habitual. 45 minutos, en fin, de final de otra época.
Emery tuvo que retocar el plan. Konoplyanka empezó la segunda parte serpenteando por la banda, temible. Y pese a las ayudas de Mbia, nadie quitó de la cabeza a Unai prescindir de Reyes, meter a Coke para fortalecer la banda derecha y aprovechar la energía de Aleix Vidal. Para entonces el partido ya estaba en el alambre. Con 2-2 y en el minuto 70, cualquier final depende de un golpe de gracia. Por ahí estaba Bacca, que sacó brillo a la cuarta copa con su empalme, caso antinatural porque así suele ejecutarlos con la derecha. El Dnipro, que jugó 70 minutos al límite de sus posibilidades, descubrió que por ahí sí se le había empezado a escapar la final. Empezó a llegar tarde a los balones y golpear al rival.
El cambio de Coke había equilibrado al Sevilla, que no dio un paso atrás. Quiso demostrarse que estaba por encima del rival y enseñarlo en Europa, que ha descubierto a un equipo que se ha puesto en la aristocracia europea en sólo una década. El partido tuvo un extraño final, cuando Matheus cayó redondo en el césped. Se hizo entonces un silencio extraordinario en el campo. Malas fotos, las peores, vinieron a la memoria. Pronto volvió el bullicio y la fiesta. El Sevilla achicó las últimas escaramuzas de Konoplyanka, jugador que también está ya en la lista de los mejores. Y otra vez levantó los brazos. Y la Copa. Por la mañana, en el hotel Regent de Varsovia, decía Roberto Alés, el presidente que empezó todo cuando el Sevilla estaba tocado de muerte y de eso no hace ni 15 años, que este “era el mejor Sevilla de la historia, mejor que el de Kanouté”. Luego casi rompe a llorar. Como todo el sevillismo, navegando por una historia maravillosa que ahora continuará el 11 de agosto en Tbilisi, quién sabe si con una fiesta española, y con la Champions. Todos se preguntan ahora si será con Emery.