La ofensiva saudí no corta el flujo de yemeníes hacia el país vecino

Saná, El País
“La situación en Saná está muy mal. La mayoría de la gente se ha ido a sus pueblos a causa de los bombardeos, pero nosotros tenemos unos parientes en Cuba que nos han conseguido el visado y vamos de camino”, cuenta Ahmed tras llegar a Arabia Saudí desde Yemen por el puesto fronterizo de Al Tuwal. Ni él ni el primo con el que viaja hablan español o siquiera inglés. Tal es la desesperación que les ha impulsado a jugarse la vida atravesando una de las regiones más bombardeadas para abandonar su país. “Hay una pequeña comunidad yemení y confiamos en que nos ayuden”, añaden exhaustos por el trayecto.


No hay avalanchas humanas, pero cinco semanas después de que se iniciara la intervención militar saudí en Yemen, el goteo de viajeros es continuo. Aunque el reino ha prohibido cruzar la frontera a sus nacionales, permite entrar a quienes tengan visado. Todavía llegan algunos ciudadanos de otros países que quedaron atrapados al cerrarse aeropuertos y puertos. La mayoría, sin embargo, son yemeníes y no todos huyen de la guerra.

“Estamos preparados para cualquier escenario tanto humanitario como militar”, asegura Fawaz al Rasheed, teniente de la Guardia de Fronteras y responsable del puesto Al Tuwal. En cualquier caso, no corren riesgos. A partir de ese punto, tanto la periodista como la escolta que la acompaña deben ponerse chaleco antibalas y casco.

Mohamed Sadiq trae forraje para animales en su camioneta. Ha conseguido un visado de una semana para venderlo, igual que lleva haciendo regularmente desde hace años. Viene desde Abs, en la provincia yemení de Hajjah, a 68 kilómetros de la frontera. Allí asegura que no hay enfrentamientos porque la zona sigue “bajo control del Gobierno legítimo”.

Más al sur, las cosas se complican. Mohamed Noman, que ha viajado durante 12 horas desde Taiz, a 450 kilómetros, habla de combates en las zonas urbanas, muchos puestos de control en la carretera y el intento de extorsión de los milicianos Huthi, el principal objetivo de la campaña militar. Noman, que desde 2008 trabaja en una compañía saudí de telecomunicaciones, pidió un permiso para ir a poner a salvo a su familia. “Les he llevado al pueblo; allí están más seguros”, afirma.

Como él, cerca de un millón de yemeníes trabajan en Arabia Saudí, la cuarta comunidad de inmigrantes según el Banco Mundial. Muchos más viven en su país con el dinero que envían mensualmente, 4.000 millones de riales (unos mil millones de euros) en el último año. Esa dependencia mutua hace aún más delicada la campaña militar en curso. De ahí que la preocupación por sus efectos sobre la seguridad se centre en el control de la frontera, 1.500 kilómetros inevitablemente porosos.

“Hemos incrementado las patrullas; ahora además de los contrabandistas hacemos frente a milicianos Huthi”, explica el teniente coronel Hamed Alahmari, de la Guardia de Fronteras. Además, el Ejército y la Guardia Nacional se han sumado a la protección, en especial en las regiones colindantes con el feudo Huthi de Saada.

Ali al Enezi monta guardia en una de las torres que cada 1.000 o 1.500 metros vigilan la linde del lado saudí. Desde su atalaya se divisa la localidad yemení de Harad, a unos 10 kilómetros en línea recta. Entremedias, los postes que señalan la demarcación internacional, una alambrada de espino y una carretera de uso militar. El terreno es plano y despejado. Intentar un ataque sería suicida. Además, un moderno sistema de cámaras y sensores vigila.

Una treintena de kilómetros hacia el este, el paisaje cambia. Empieza una zona montañosa en la que operan los Huthi. En esa región, entre Najran y Asir, sus ataques con morteros han matado a tres guardafronteras y varios soldados. Paramos en un repecho donde la noche anterior se detectó movimiento de tanques. Al poco, por la radio del coche, informan de que los sensores señalan actividad. No se ve nada y sospecho que sea un truco para dar emoción a mi visita, pero el teniente coronel Hamed decide que es el momento de regresar.

Apenas medio kilómetro después, varios chavales saltan la alambrada y corren de vuelta a Yemen, abandonando sobre el asfalto los fardos que transportaban. Un guardafronteras hace amago de perseguirles, pero desiste. Dentro de los paquetes, primorosamente embalados en toallas húmedas para preservar su frescura, docenas de manojos de qat, una hierba estimulante y ligeramente narcótica que es el vicio nacional de los yemeníes. El qat encabeza la lista del contrabando interceptado en esta linde, que también incluye seres humanos y armas, aunque el tráfico ha disminuido desde que se inició la campaña militar.

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