El Madrid, campeón de Europa por novena vez en su historia en baloncesto

El equipo blanco no falló en un Palacio entregado: frenó a Spanoulis y decidió con el carácter de Nocioni los latigazos de Carroll. La novena ya es del Real Madrid.


Madrid, As
“Cómo no te voy a querer…”, atronaba el Palacio embriagado por la emoción, “si me hiciste campeón de Europa por novena vez”. Puños al viento, puños de ganador. Los de Llull, Sergio, Reyes, Ayón, Rivers, Maciulis, los de Carroll y el MVP Nocioni, los del Real Madrid. La adrenalina y el vértigo habían envuelto al equipo antes de la Final Four. Pero también la pasión y la sed de gloria. Decía Spanoulis que en 2013 el Olympiacos tuvo más hambre. No, esta vez. No en Madrid y con la experiencia acumulada, no con los gritos del médico blanco antes del asalto definitivo: “Vamos a demostrar que en nuestra casa, con nuestra sangre, solo hay un final posible: ¡ser campeones de Europa!”. Compromiso y talento. Equipo.


El baloncesto madridista, el de hoy, solía escuchar historias del pasado glorioso, le contaban qué noche la de aquel año. Pero hacía veinte cursos, una generación perdida, que no vivía una como esta, y antes otros tres lustros. Pero el Madrid siempre vuelve, está grabado a fuego, el problema de tiempo atrás es que lo había dejado de intentar. O casi. No apretaba con la abnegación necesaria, no contaba con los medios, el trabajo y el interés absoluto del club. No con el necesario para ser el mejor, para recuperar la corona del viejo trono de Europa. La medias tintas solo conducen al fracaso. Y de eso supo mucho durante demasiados años.

En realidad, la fiesta, comenzó por la mañana, con la cantera anticipando gritos y sonrisas, lágrimas de emoción. Nada es casual y sí reflejo del trabajo bien hecho en una sección que ha seducido al club. Como supo hacerlo en su día Saporta. El trabajo de Juan Carlos Sánchez, Alberto Herreros y Alberto Angulo está ahí. No era cuestión de recursos económicos, sino de algo más, de remar a la vez y con convicción. Otros lo intentaron y no les dejaron. Veinte años después el Madrid ha vuelto, lección aprendida. Que no la olviden para el futuro.

Y ha vuelto con Pablo Laso al frente, octavo título en doce finales de quinte posibles. El Ferrándiz del Siglo XXI. Recompensa al trabajo, la calma y los principios. Recompensa gigante, además, porque para tocar el cielo tuvo que derribar a un enemigo ciclópeo, al más grande de todos, al mejor equipo de la década. Y al mejor jugador. Al Olympicos y a Spanoulis en su cuarta final desde 2010. Porque si no fuera por el Madrid -recuerden el playoff de hace un año-, quizá ahora en El Pireo estarían celebrando su cuarto éxito seguido, la mayor gesta jamás contada.

Y por ahí se arrancó el partido, por la épica griega. La de su hinchada plantando cara. La de su equipo encorsetando hasta lo imposible al favorito mientras Lojeski hacía de Spanoulis (diez puntos en seis minutos). Rudy no podía con él. Al compás heleno. La brecha se abrió hasta los seis tantos en el cruce con el minuto 11 (15-21). Para entonces ya andaba Nocioni en la cancha. Para lo malo, alguna pasada de frenada, y para lo bueno, casi todo. Levantó al Madrid y alzó al Palacio en ausencia de Ayón (dos faltas rápidas) y de Reyes, confundido por los músculos de ébano de las torres rivales, de Dunston, Petway y Hunter.

El ‘Chapu’ forzó faltas y una antideportiva, robó un balón y culminó el contragolpe. Inabordable, todo un carácter, incluso para el Olympiacos. A su lado, otro de los nuevos, Maciulis. De-ter-mi-nan-te. Se la jugó cuando el resto no hallaba resquicios. No una vez, sino hasta tres. Sin fallo, incluidos dos triples. Y lo hizo como alero y como falso ‘cuatro’. Nueve puntos en un parcial de 20-7 hasta el descanso que cerró otro cañonazo de los que valen un potosí, y además no hacen ruido: KC Rivers (35-28).

Spanoulis, por entonces, llevaba tres puntos, lo que provocaba, más que alivio, un escalofrío de los que te recorren de arriba abajo. Iba a despertar, lo iba a hacer… No lo vimos. Por segunda vez en un duelo de Final Four el dios ateniense se quedaban por debajo de los diez tantos. Defensa, mucha, la de Rivers, que se ganó la pirotecnia (+20 con él en pista, como con Maciulis).

Pero ojo, amigos, esto no había acabado, ni siquiera con el +11 del minuto 23 (misma renta que frente al Maccabi en Milán 2014). ‘Esto’ empezaba justo entonces. La grandeza de la armada del El Pireo. Entre Lojeski, Printezis y Sloukas descerrajaron un 0-12. La angustia secaba gargantas. No era el día del Chacho en anotación, no como en las dos finales previas (38 puntos entre ambas). Ni tampoco de Rudy. Ni de Ayón ni de Reyes...

¿Y ahora qué hago?, debió preguntarse Laso con ese 40-41 en contra, con esas sensaciones adversas y ya conocidas. Pues fue fiel de nuevo a sus principios. Carroll, a pista, al rescate. Y Yeisi lo bordó: once puntos seguidos, tres triples levantándose en alguno de ellos medio metro por encima de Spanoulis. Medio metro, pongan la mano y háganse a la idea. Ventaja blanca, y ritmo, pero aún con el aliento rival en el cogote. La resistencia la quebró Nocioni, con su segunda diana de tres en el tramo vital, y con otro tapón planetario, como en la semifinal. MVP, MVP, MVP… Llull remató. Dos tiros libres, una falta forzada, una canastón. Imperial, la guinda a la andanada colectiva. Trabajo soberbio, puntos al margen. Y si no, miren a Slaughter, o a quien quieran.

Ahora o nunca, habíamos escuchado. Nunca lo sabremos porque fue ahora. ¡AHORA!, la Novena.

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